El majestuoso Orinoco. Agua, vida y diversidad cultural
Hablar de la cuenca del Río Orinoco es definitivamente hablar de diversidad cultural y biológica. Sus bosques y sabanas han sido el espacio de uso y manejo de una grandísima cantidad de pueblos milenarios, y más recientemente, también lugar de encuentro con poblaciones campesinas y colonas que han llegado buscando nuevas oportunidades desde otras partes del país. Para todos, el Orinoco y sus afluentes son en gran medida los que han garantizado la vida y su propio bienestar.
Entendemos que para todas las culturas, las prácticas y actividades cotidianas no pueden desligarse del cuidado del agua, de su uso y de su manejo para alimentarse, para transportarse, para comunicarse y para ejercer la espiritualidad. Los chamanes piaroa por ejemplo, rezan el agua, para proteger a su pueblo de la enfermedad y traer suerte en los trabajos y proyectos de las comunidades. Así como el agua es bienestar, también puede significar enfermedad si no se trata con respeto a sus espíritus. El agua también es cotidianeidad; Las orillas de caños y ríos, son un espacio esencial de la vida de las mujeres indígenas. Ahí lavan la ropa, bañan a los niños, y comparten entre ellas sus vidas, sus trabajos, sus tristezas y preocupaciones, mezclando sus lágrimas con las aguas del Orinoco. El agua está presente en todos los aspectos de la vida de estas poblaciones que comparten la cuenca de este gran río, y es por eso que su cuidado es esencial para el futuro de la región y de los pueblos que habitan el Majestuoso Orinoco.
El río Orinoco, que tiene una extensión de 2.140 km, y es el tercer río más caudaloso del mundo, nace en el cerro Delgado Chalbaud en la Amazonía venezolana, y desemboca en el Atlántico, en Venezuela en el gran delta del Orinoco. Su cuenca, la tercera más grande de Suramérica, tiene 989.000 km2, y es compartida entre Colombia y Venezuela. Sus aguas tributarias, provienen principalmente de los afluentes que nacen en el macizo guayanes en Venezuela, y de los ríos que nacen en la cordillera de los Andes, en Colombia. Estos últimos, son los que más aguas aportan a la cuenca, siendo el Guaviare el mayor de todos. Adicionalmente, una parte de sus aguas nacen en las sábanas orinoquenses, en pequeñas quebradas que se originan principalmente en los morichales, ecosistemas de gran importancia por ser purificadores y generadores de agua. En el territorio orinoquense, encontramos ecosistemas de sabanas, bosques de galería, y grandes afloraciones rocosas del escudo guayanes, conocidas como tepuyes, las piedras más antiguas del planeta. Su exploración tardo más de 450 años, desde las primeras expediciones de Colón en 1498, hasta el descubrimiento de su nacimiento en 1951. Uno de sus más importantes exploradores fue Alexander Von Humboldt, quién en su expedición a inicios del siglo XIX, recorrió el caño Casiquiare, particular río por ser un efluente del río Orinoco, es decir, un río que vierte las aguas del río Orinoco en la cuenca del Río Amazonas, creando una conexión única en el mundo entre dos cuencas de gran tamaño. Esta conexión tuvo impactos importantes en la Orinoquía, ya que abrió una vía importante entre el Amazonas y el Orinoco, utilizada para comerciar productos, y por supuesto para transportar esclavos. También tuvo consecuencias políticas, ya que el Caciquiare, que antes del siglo XIX era considerado un mito para los occidentales, era aún en la época punto de referencia para dividir el área de influencia portuguesa y española.
Teniendo en cuenta esta aproximación al río Orinoco como gran cuenca, es muy importante que ampliemos la mentalidad limitada a lo político-administrativo respecto a la Orinoquía, por una comprensión mayor en torno a la visión del río como cuenca. Tradicionalmente, en Colombia, se ha entendido la Orinoquía como la suma de los departamentos de Arauca, Casanare, Meta y Vichada; esto ha imposibilitado hacer un ordenamiento territorial que tenga en cuenta las dinámicas naturales y culturales en torno al río Orinoco. Si entendemos la Orinoquía colombiana desde la visión de cuenca, debemos incluir gran parte del departamento del Guainía (cuenca del río Inírida), y gran parte de la zona andina, en donde nacen los principales ríos aportantes como el Arauca, el Meta, el Vichada o el Guaviare. Así, por ejemplo, el Cocuy en el departamento de Boyacá, forma parte de la Orinoquía colombiana. La Orinoquía no son solamente sabanas, es bosque amazónico, y es montaña andina. Así, siendo un país que se ha pensado siempre andino, nuestra Orinoquía comprende casi una tercera parte del país.
De la misma manera, es importante entender esta gran eco-región desde el punto de vista cultural. Lo inmenso de la cuenca no se agota en sus afluentes y regiones, se crece en lo que respecta a las culturas que allí habitan y que lo representan. En la cuenca del Río Orinoco colombiano habitan hoy en día más de 30 pueblos indígenas, que tradicional y ancestralmente han recorrido el territorio en sus rutas de semi-nomadismo, pero que a partir de los procesos de colonización del siglo XVI, se han visto obligados a cambiar en gran medida sus formas de vida y a adaptarse a nuevos modelos territoriales, productivos y espirituales. La historia de esta región recoge también historias de masacres, esclavitud y desplazamiento para los pueblos étnicos. Desde los primeros avances de las misiones jesuitas en los siglos XVI y XVII, se han sucedido los procesos de evangelización y de colonización con fines económicos, y en todos los casos, esto ha significado un impacto negativo importante en términos de perdida de tradiciones y conocimientos culturales, y de destrucción de ecosistemas importantes de la región orinoquense.
Con la llegada de las misiones jesuitas, llegaron los primeros modelos de ganadería extensiva con ganado que traían desde la costa Caribe por Santander. Los sistemas de ganadería extensiva que llegaron a mediados del siglo XX generaron un impacto muy negativo sobre las poblaciones indígenas, que eran obligadas a desplazarse de sus tierras de origen. Se formalizó el despojo territorial con la llegada de títulos de propiedad y la introducción de cercas en las sabanas de la Orinoquía. Se empezaron a dividir los grandes hatos y se crearon fundos. Las sabanas dejaron de ser abiertas, lo que agudizó la violencia entre colonos e indígenas. Cabe recordar las tristemente famosas guahibiadas, expediciones de colonos, en muchos casos avaladas por el estado, que se constituyeron en un genocidio de los pueblos indígenas. Entre ellas, están en la memoria indígena las matanzas de Planas y de la Rubiera, en los años 60, de las que nunca se establecieron procesos claros en busca de justicia, quedando el sabor de la impunidad en la región, y abriendo una brecha difícilmente reconciliable para el diálogo intercultural.
De otra parte los procesos de extracción petrolera, y más recientemente de cultivo de grandes extensiones de palma, generan también problemáticas importantes para la región y para los pueblos indígenas que tienen una visión diferente del uso de la tierra. Ese choque entre diferentes visiones y lógicas de pensamiento ha sido la razón de los históricos desencuentros en los que la mayoría de las veces las poblaciones indígenas han salido desfavorecidas. Para las comunidades el territorio es un bien colectivo, es un lugar amplio por el cuál desplazarse y moverse, en una fuente de recursos en estrecha relación con las formas tradicionales de aprovechamiento que garantizan el futuro para las generaciones venideras. Estos recursos tienen dueños debido a la intensa conexión de la vida con la espitirualidad. Así en los peces, animales y plantas viven espíritus que los cuidan, y con los que las comunidades a través de sus sabedores y chamanes, se comunican para mantener el equilibrio entre seres humanos y naturaleza. Estas diferentes formas de percibir el medio y sus recursos, han representado un lugar de choques álgidos con las lógicas de explotación extensiva de recursos que desde la proyección de desarrollo nacional se han promovido en regiones como la de la Orinoquía.
Pese a las situaciones difíciles de las últimas décadas para las poblaciones locales, hoy perviven en la región pueblos indígenas que mantienen muchas de sus tradiciones y prácticas ancestrales, y que aún se identifican con ellas y quieren mantenerlas como parte de su cotidianidad y de las enseñanzas que dejan a las nuevas generaciones. La vida de la gran mayoría de estos pueblos, gira en torno al manejo del agua, de los bosques y de las sabanas. El agua determina todos los aspectos de la vida; determina por ejemplo las formas de transportarse y de comunicarse. El río ha posibilitado el encuentro entre comunidades, el intercambio territorial, y ha hecho posible los intercambios culturales, económicos y espirituales de la selva y las sabanas. Para que estos espacios puedan darse, ha sido central el desarrollo de prácticas como la elaboración de botes o canoas en madera. A partir de grandes troncos de maderas como el palo laurel o el parature, las comunidades tallan y desbastan, para luego quemar y ahumar el interior del tronco, y que este se abra con el calor. Las canoas, que pueden ser de gran tamaño, han permitido no solamente la movilidad por los ríos de personas, sino también de carga, principalmente alimentos, para su intercambio con otros pueblos o su comercialización en los centros poblados más grandes. Hoy, aunque las comunidades utilizan motores fuera de borda y lanchas de metal para transportarse en largas distancias, siguen elaborando y utilizando canoas y bongos de madera para moverse al interior de su territorio y ejercer prácticas como la pesca en los caños y rebalses.
Si hablamos de la relación del agua y la producción de alimentos, no hay duda de que el centro de la vida indígena es su calendario ecológico, que determina el tiempo y el espacio para todas las actividades que garantizan la pervivencia y el bienestar. La comprensión profunda de los ciclos del agua, es uno de los elementos más importantes para garantizar la producción y el acceso a los alimentos. Es el ciclo del verano y el invierno, de las crecientes de los ríos y las sequías, el que marca, junto con el calendario estelar, los tiempos de cultivo, de tumba y quema, de siembra y de cosecha del conuco, como se le llama al cultivo familiar, y en el que podemos encontrar una gran variedad de tubérculos como la yuca dulce y la amarga, el ñame, la batata, y de frutas como la piña, el copoazú, la guama el arazá o el ají.
También el ciclo del agua determina el acceso a la cacería y a la pesca, para lo cual las culturas indígenas han desarrollado una gran diversidad de técnicas diferentes que se utilizan en las distintas épocas del año, adaptándose al entorno y garantizando el alimento. Una de las artes más hermosas utilizadas para la pesca, es el uso de nasas o trampas. A partir de fibras y maderas del bosque, y utilizando técnicas de amarres, los pueblos indígenas de la orinoquía crean trampas que ponen en los ríos, caños y zonas inundables para obtener el pescado. Para esto tienen un profundo conocimiento del ciclo de los peces, pudiendo identificar las subiendas y desoves de diferentes especies, y encontrando así el lugar y momento adecuado para el uso de las nasas. Es el ciclo del agua, y los cambios profundos en los ecosistemas resultado de este ciclo, lo que finalmente determina que se prepara y que se come. El alimento es un ejercicio entonces de gobierno, de manejo territorial y de conocimiento profundo del agua, de las quebradas, de los caños, de los ríos. De la gran cuenca del río Orinoco.
Pero más allá de la importancia del agua para el transporte o para la alimentación, el agua es un elemento espiritual. En ella, habitan los espíritus de los peces, y es en el cauce de los ríos, en donde se cuenta la historia del poblamiento de muchos pueblos milenarios que han habitado la cuenca del Orinoco. Un ejemplo de esto, son los sistemas de sitios sagrados, petroglifos y pictogramas. Estos sitios, que constituyen un recorrido cultural a través de grandes afloraciones rocosas normalmente ubicados a orillas de los caños y ríos, son para los pueblos indígenas lugares de origen, de gran espiritualidad y respeto, ya que es allí donde se cuenta su historia, sus mitos, y donde se determinan los sistemas de manejo del bosque y de los ríos. Uno de los ritos más importantes para el pueblo Sikuani, es el llamado rezo del pescado. Para los sikuani, todos los animales y plantes poseen un espíritu, un “ainawi”. Son especialmente poderosos los ainawi del agua y de los peces, que si no se les respeta, pueden causar enfermedad y muerte. Los ainawi de los peces pueden raptar a mujeres púberes y llevárselas para siempre. Es por esto que los sikuani hacen el rezo del pescado a las mujeres que tienen su primera menstruación. En este rito de paso, las mujeres púberes deben mantener una estricta dieta y estar aisladas de su comunidad por varios días, para finalmente comer el pescado que ha sido rezado por el sabedor a través de un largo trabajo en el que se consume el yopo, y se mencionan todos los animales del agua, empezando por lo que viven a mayor profundidad, y terminando con los peces que viven en la superficie de los ríos y caños. Una vez finalizado el rezo, la mujer puede consumir el pescado, luego de tener su baño ritual, y entra a formar parte de las mujeres de la comunidad. Este rezo simboliza el respeto y el cuidado por el agua y por los peces, y el control espiritual de la enfermedad.
Pero el agua no solo es de gran importancia para los pueblos indígenas. La cultura hoy llamada llanera, ha mantenido una estrecha relación con el agua. Están vigentes prácticas de siembra en las orillas de los ríos o vegas que quedan al bajar las aguas en verano, y desde este conocimiento amplio heredado del mundo indígena se mantienen en uso conocimientos y prácticas con el ciclo del agua. Las prácticas asociadas a la ganadería han mantenido una fuerte relación con el agua también; los llaneros cuentan con un amplio conocimiento de corrientes y del medio acuático, necesario para prácticas como la del paso de ganados por caños y ríos en las faenas de trabajo de llano y en el transporte de ganado desde regiones alejadas a capitales cercanas a la cordillera para vender lotes de o llevarlos a engordar en mejores pasturas. El trabajo de Vaquería y los cantos de llano, fueron declarados por la UNESCO como patrimonio e humanidad en el año 2017. En gran parte el lenguaje, las formas de ubicarse y referirse a los sitios, están en relación con el agua. En la Orinoquía se usan como referentes centrales de ubicación por ejemplo el decir arriba o abajo, que no necesariamente coinciden con el norte o el sur, haciendo referencia a si quedan los lugares río arriba o río abajo. El río es entonces también un punto de referencia y de ubicación en el territorio.
La Orinoquía es agua, es vida, y es diversidad cultural, y hoy está en estado de riesgo. Si observamos la zona norte, que comprende los territorios al sur del río Vichada, y que está integrado por grandes extensiones de sabanas y bosques de galería, podemos ver las enormes dificultades que ha entrañado el diálogo entre la conservación y el uso productivo de la tierra con fines económicos extractivos. En un contexto de poca claridad sobre la tenencia de la tierra, de la presencia de grandes proyectos petroleros y palmíferos, y de la situación histórica de desplazamiento de comunidades a pequeños territorios poco productivos, no extraña ver la difícil situación que viven los pueblos indígenas en cuanto a alimentación y salud. Sin tierra, no hay comida. A esto se suma la presencia de grupos armados ilegales, que luchan por las rutas del narcotráfico y por el control territorial. Estas sabanas son entonces el escenario de la lucha por la tierra, y del choque entre diferentes visiones sobre el futuro. El estado ha fomentado una visión generalmente “desarrollista” en el norte de la Orinoquía, incentivando la agroindustria y la colonización, bajo la idea errónea de que estos son territorios “baldíos”.
Hacia el sur del Río Vichada, en donde encontramos ecosistemas más propios del bosque amazónico, las dinámicas son algo diferentes. En esta zona, los resguardos indígenas son de mayor extensión, y los pueblos han tenido más acceso a la tierra. Aún así, persisten amenazas importantes. La minería es sin duda la mayor de ellas y la zona de mayor impacto, es el llamado arco minero del medio Orinoco en Venezuela. Definido políticamente por Venezuela en el año 2016 como zona estratégica para la explotación minera de oro, esta zona de 111 843 km2 (12,2 % del territorio venezolano), ha generado impactos ambientales y sociales muy graves. Por un lado, la minería a cielo abierto genera cambios en los cauces de los ríos, y modifica los ciclos del agua y del bosque. El mercurio utilizado para la extracción del oro ha contaminado el agua y los peces. Estudios realizados han incluso encontrado altos niveles de mercurio en la leche materna de mujeres lactantes en los resguardos de la Orinoquía colombiana. Pero la minería no solo se constituye en un problema de contaminación o de salud pública, sino que también ha generado un impacto importante en las dinámicas sociales y económicas en la zona. Muchas personas se desplazan a las minas buscando suerte, abandonando sus territorios y comunidades, y enfrentándose a la enfermedad y a la violencia propia de los desarrollos mineros de gran escala y sin control o regulación por parte del estado.
Por último, una de las dinámicas actuales que preocupa, es la llegada de los proyectos de bonos de carbono o REDD +. Aunque la iniciativa de pago por conservación es en su concepto una idea positiva, ya que está orientada a la conservación de ecosistemas, los mecanismos no están claros aún, y en muchos casos se vulneran los derechos indígenas por parte de empresas interesadas en el desarrollo de estos proyectos. La llegada de empresas interesadas en estos proyectos ha fracturado comunidades, generando en la mayoría de casos un debilitamiento del gobierno propio. Es necesario tener una mirada regional a estos proyectos, y definir de manera clara los mecanismos de consulta y control, de tal manera que la población local este bien informada, y se establezcan acuerdos claros que beneficien realmente a la población. También es importante que las empresas que entran a hacer propuestas a los territorios indígenas, comprendan las dinámicas propias de las comunidades y trabajen de manera respetuosa de los ritmos y formas de gobierno.
¿Cuál debe ser entonces la vocación de la Orinoquía? Se ha hablado mucho de su importancia como despensa agrícola del país, de su importancia para la producción de petróleo y de aceite de palma. Debemos pensar en la Orinoquía de una manera diferente. La Orinoquía es un territorio que ya tiene una estructura, un “ordenamiento territorial” propio de sus habitantes en donde el agua juega un rol importante. Debemos reconocer, fortalecer y sostener esas lógicas territoriales, como un ejercicio de derechos. Finalmente, estas lógicas han demostrado ser más efectivas en términos de conservación de los ecosistemas y la pervivencia de los pueblos. Toda iniciativa que se proponga debe ser pensada en términos del cuidado de los caños y de los ríos. Es por esto que iniciativas como el turismo, pueden ser estratégicas para la región, más aún si se prioriza la participación y el empoderamiento de las poblaciones locales.
El país debe asumir su responsabilidad y su deuda histórica con los pueblos ancestrales que habitan la Orinoquía. Son ellos los verdaderos conocedores de la región, y son los que pueden orientar las estrategias necesarias para conservar el agua, las sabanas y los bosques. Se debe priorizar la participación de los pueblos indígenas en la toma de decisiones que afectan esta gran región.
Es importante también establecer un diálogo regional que trascienda las fronteras político-administrativas. El diálogo entre Amazonía y Orinoquía, entre lo andino y lo orinoquense, debe ser parte de las agendas ambientales y económicas. Finalmente, la Orinoquía puede ser considerada como una zona de amortiguación para la protección de la Amazonía, y las actividades que se desarrollen en esta gran región, afectan de una u otra manera la vida del bosque amazónico y la pervivencia de sus pueblos.
Se deben establecer estrategias de diálogo diplomático con Venezuela, que integren los temas ambientales sobre la región del Orinoco. Es importante comprender que las dinámicas económicas y productivas de un país, afecta directamente al otro. Los pueblos indígenas de frontera deben ser escuchados y se debe propender por la construcción de territorios indígenas transnacionales en las zonas de frontera.
Finalmente, debemos escuchar y aprender todos del conocimiento indígena. El pueblo piaroa nos enseña por ejemplo que debemos todos vivir en UKUO. Ukuo simboliza el respeto por uno mismo, el respeto por los demás, el respeto por la naturaleza, y por los seres espirituales y está inmerso en todas las actividades de la vida cotidiana del pueblo piaroa. La vida en ukuo, ha permitido al pueblo piaroa conservar su territorio y vivir en armonía y con bienestar.
Es entonces en Ukuo que debemos dialogar, proyectar y caminar hacia el cuidado de la Orinoquía y de sus aguas.
Véase también
Créditos
1. Marzo de 2023. Investigación y texto Antonio Lobo-Guerrero / Investigador, antropólogo y director de la Fundación Etnollano para el Proyecto: Río: territorios posibles Banrepcultural
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