Tairona
Tairona: la gente y el oro en la Sierra Nevada de Santa Marta
El noroccidente de la Sierra Nevada de Santa Marta fue habitado por grupos de orfebres, artesanos y constructores durante los períodos Nahuange y Tairona. Una tumba excavada en la bahía de Nahuange en 1922 permitió identificar la orfebrería de este nombre, caracterizada por el martillado de narigueras y pectorales en aleaciones de cobre y oro. Desde 200 d.C. la gente del período Nahuange vivía de la pesca y la agricultura en aldeas cerca del mar.
En el período Tairona, de 900 d.C. a 1600 d.C., se colonizaron además las montañas y se construyeron ciudades sobre cimientos de piedra conectadas por caminos. En 1514 el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo escribía que los indígenas de Santa Marta "tenían joyas de oro, penachos de pluma y mantas con muchas pinturas, y en ellas muchas piedras cornalinas, esmeraldas y casidonias y jaspes y otras". Máscaras, además de adornos, servían para transformarse en hombre-murciélago, el motivo más emblemático del período Tairona. El ave en vuelo fue un símbolo del poder compartido con otros grupos de lenguas chibchas.
Tairona en la exposición del Museo del Oro
El noroccidente de la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia, fue habitado desde el año 200 d.C. hasta la Conquista por agricultores y artesanos de la piedra y el metal que aprovecharon los recursos disponibles desde el mar hasta las nieves perpetuas. Inicialmente asentados en el litoral, se expandieron luego hacia las zonas altas donde construyeron ciudades de piedra. Su historia prehispánica comprende los períodos Nahuange y Tairona. Actualmente habitan allí los koguis, wiwas, ikas y kankuamos.
Período Nahuange
Las primeras comunidades de orfebres, agricultores y pescadores que habitaron las costas de las vertientes norte y occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta explotaban diversos recursos del mar, la playa, las ciénagas, ríos y montes aledaños, además de cultivar maíz y otros productos. Desde 200 d.C. fueron expertos orfebres y hábiles artesanos de la talla de conchas y piedras semipreciosas.
En recipientes cerámicos y en colgantes o pectorales de concha, piedra o metal, representaron de forma realista mujeres, aves y felinos. Las ranas y los lagartos repujados en láminas de metal muestran cierta esquematización.
La escena de señores principales o héroes míticos llevados en andas por personajes auxiliares fue plasmada en diversos pectorales. Personajes adornados con pectorales de aves y penachos se relacionan con el sol y con serpientes de dos cabezas que los sostienen.
En la orfebrería Nahuange sobresalen las piezas martilladas en aleación de cobre y oro, denominada tumbaga. Tienen superficies muy pulidas, muchas de llamativas tonalidades rojizas. Puntos, círculos, triángulos, animales esquemáticos y serpientes de dos cabezas se combinan en motivos decorativos que adornan narigueras y pectorales emblemáticos.
En excavaciones arqueológicas realizadas por Alden Mason en 1922 en la bahía de Nahuange se halló una sepultura construida con lajas de piedra que fue importante para definir el estilo de orfebrería Nahuange. La tumba incluía objetos similares a los expuestos en la reconstrucción museográfica realizada en el Museo del Oro, y que hoy se preservan en el museo Field de Chicago. Uno de los colgantes metálicos de la tumba, una figura femenina, contenía carbón que fue fechado en 310 d.C. Gracias a que un profesional registró cuidadosamente esta asociación de objetos de orfebrería, cerámica, piedra y concha, los arqueólogos pudieron identificar el tipo de adornos y utensilios usados durante el período al que denominaron con el nombre de la bahía.
Hacia el año 900 d.C. la forma de vida del período Nahuange cambia y se da inicio a lo que se denomina período Tairona.
Período Tairona
En los afilados contrafuertes y los valles profundos cubiertos de bosque de la esquina noroccidental de la Sierra Nevada, la gente del período Tairona levantó ciudades sobre cimientos de piedra, caminos enlozados y drenajes. En terrazas de cultivo escalonadas cultivaron maíz, yuca y aguacate. Una orfebrería recargada en adornos distinguía a los caciques, dotados de poder político y religioso. Colgantes y pectorales en forma de aves con alas desplegadas demuestran la continuidad de algunas ideas del pensamiento simbólico de estas sociedades desde el período Nahuange hasta la Conquista.
Los taironas resistieron la Conquista con guerras que duraron más de 75 años. Varios cronistas españoles los conocieron y escribieron maravillados relatos y descripciones. Fray Pedro de Aguado relató en 1573:
“Traen sus personas muy adornadas con piezas y joyas de oro. Los varones traen orejeras y caricuríes puestos en las narices y grandes chagualas en los pechos. Al cuello muchos géneros de cuentas… Las mujeres casi traen las propias joyas que los varones.”
En 1514 el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo escribía asimismo que los indígenas de Santa Marta … “tenían joyas de oro, penachos de pluma y mantas con muchas pinturas entretejidas, y en ellas muchas piedras cornalinas, … esmeraldas y casidonias y jaspes y otras”.
Durante el período Tairona los destinos de la comunidad eran regidos por una poderosa élite de chamanes que decían tener control sobre las fuerzas esenciales de la naturaleza, el ordenamiento del cosmos y las acciones humanas. Eran los encargados de velar por el bienestar material y espiritual de la comunidad. En múltiples objetos se los ve representados en el trance de la transformación, como en la emblemática figura del hombre-murciélago, señor de la noche y el inframundo.
La figura del hombre transformado en murciélago puede verse en pectorales, colgantes y campanas metálicas, en remates de bastón tallados en hueso y en objetos de cerámica. Pero también se encuentran en las tumbas de los personajes importantes del período Tairona los atuendos que les servían para simbolizar esta transformación. Los adornos de sus viseras metálicas aludían a las membranas internas o tragus de la oreja del animal; las narigueras cilíndricas levantaban la nariz como la hoja nasal de algunas especies y los adornos sublabiales imitaban las carnosidades de su labio inferior.
Durante el ritual se recreaba la historia mítica de la sociedad. En un ambiente especial, y gracias a las sustancias enteógenas, los participantes se transformaban en los ancestros míticos para mediar por el equilibrio del universo. En ceremonias de ofrenda o pagamento fueron depositadas piedras talladas y otros objetos dentro de templos, viviendas, caminos, cultivos o lagunas, con propósitos de fertilidad y curación de enfermedades o para obtener protección para la familia y la comunidad.
Los grupos tardíos de la Sierra Nevada, de lengua chibcha, tenían conceptos y creencias comunes con otras sociedades de la misma familia lingüística. Con los habitantes de la Cordillera Oriental compartieron el símbolo e ideología del ave con alas desplegadas y el sentido de las ofrendas.
Territorio y subsistencia
El origen de las poblaciones del período Nahuange es todavía una incógnita. En la región no se han encontrado sitios antiguos de grupos de cazadores y recolectores sin cerámica anteriores al 3000 a.C.
Existen indicios aislados de que grupos de agricultores asentados principalmente en la región del Bajo Magdalena hacia el primer milenio antes de Cristo, tuvieron algunas de sus aldeas en inmediaciones a la Ciénaga Grande de Santa Marta. Sin embargo, hasta el momento se desconoce si existió algún tipo de relación entre la gente de estas ocupaciones tempranas y la del período Nahuange, iniciado hacia el 200 d.C.
Parece que hacia el 200 d.C. pequeñas comunidades de orfebres, agricultores y pescadores estaban instaladas en las zonas costeras de la vertiente norte y occidental de la Sierra Nevada de Santa Marta, y aún en cercanías de la Ciénaga Grande. Los principales sitios investigados hasta el momento se encuentran en la parte baja de los ríos Córdoba y Gaira, en las bahías que conforman el Parque Nacional Natural Tairona y en la desembocadura del río Buritaca. En estas zonas construyeron aldeas en partes elevadas cerca del mar, aunque casi siempre en las riberas de los numerosos ríos y quebradas que bajan de las cumbres montañosas. El poblamiento del litoral sugiere que explotaron la amplia variedad de recursos disponibles mar adentro, en la playa, y en las ciénagas, ríos y montes aledaños, que fueron complemento de una dieta basada en productos cultivados. Desde un punto de vista económico y ecológico, el litoral de la Sierra Nevada de Santa Marta no es completamente uniforme y por consiguiente tampoco lo fue la forma de subsistencia de estos grupos.
En las bahías de la vertiente norte y en la parte baja del río Gaira, la gente se adaptó a condiciones diferentes durante largo tiempo. En épocas anteriores al 500 d.C., los alrededores de la actual población de Gaira eran un extenso manglar dominado por mangle rojo (Rizophora mangle). El nivel del mar se hallaba a poco más de un metro por encima de su nivel actual, y sus habitantes explotaban recursos propios de estos ambientes. Diversas especies de peces, cangrejos y moluscos formaron parte de la dieta. Hacia el 500 d.C., cambios climáticos a nivel continental produjeron un descenso en el nivel del mar que tuvo como consecuencia inmediata la desaparición de los manglares, con efectos probablemente catastróficos para las poblaciones que dependían en buena medida de estos recursos. Como respuesta, los grupos humanos tuvieron que reorientar sus estrategias de subsistencia, y poco a poco desarrollaron una economía dependiente de la agricultura en los fértiles suelos del valle del río Gaira. Allí se encuentra Mamorón, un sitio ocupado desde el 550 d.C. hasta aproximadamente el 900 d.C.
En las bahías de la vertiente norte de la Sierra Nevada no se conocen los efectos del descenso de las aguas marinas, aunque es probable que no hayan sido tan drásticos como en Gaira. Esta vertiente se caracteriza por un relieve abrupto y una amplia variedad ecológica en un área relativamente pequeña. Durante el período Nahuange, la mayoría de las bahías fueron ocupadas por grupos dedicados a explotar los diferentes recursos disponibles. El potencial agrícola de las bahías de Cinto y Gairaca fue seguramente aprovechado para sembrar maíz y otros cultivos, mientras en Chengue, la poca profundidad de la ensenada, permitió la explotación de salinas marítimas aunque la sequía reinante imposibilitó la agricultura. Parece que el mayor potencial de estas bahías fue la pesca en mar abierto. Los arqueólogos han encontrado huesos de peces y pesas de redes utilizadas en estas faenas. En la bahía de Cinto, por ejemplo, en los basureros de este período sólo se han encontrado partes de cuerpo de peces que probablemente eran descabezados en la playa y después conservados como pescado seco. De esta forma, el transporte e intercambio del producto era más fácil. Ello prueba que el intercambio entre comunidades asentadas en distintas zonas ecológicas fue una estrategia utilizada durante el período temprano. Huesos de venados, conejos y zainos, tortugas y conchas de moluscos, también son indicadores de la diversificada economía que existió durante este período.
Un paraíso hallado y perdido
Escribanos, clérigos y soldados que tomaron parte en la Conquista dejaron admirables testimonios acerca de los territorios recién descubiertos. En los documentos es evidente la visión europea sobre los pobladores americanos y también la perplejidad ante las cosas nuevas que estimularon las fantasías sobre el paraíso terrenal.
Así lo deja advertir la descripción del cronista Fray Pedro Simón (1574–1628?) sobre el valle de la Caldera, en la vertiente norte de la Sierra Nevada de Santa Marta, cuya ubicación exacta, sin embargo, nunca ha podido ser establecida:
«Y porque si hay algún paraíso terreno en estas tierras de indios, parece ser éste… que le pusieron ahora estos dos nombres los nuestros, Caldera y Valle de San Marcos. Está todo coronado de altas cumbres desde donde hasta lo hondo habrá ocho leguas, por partes menos, todas sus cuchillas quebradas de dulcísimas aguas de oro (que como culebras de cristal se deslizan de sus cumbres hasta lo profundo del valle), espaldas y amagamientos poblados de crecidos pueblos de indios que se veían todos de todas partes de sus laderas con agradable vista, los más de mil casas grandes que habría, que en cada una vivía una parentela. Pero lo que más deleitaba la vista, era sus muchas plantas de raíces y maíces, batatas, yucas, ñames, auyamas, ajíes, algodonales y las arboledas casi todas frutales, ciertos manzanos, guamos, guáimaros, mamones, guayabos, ciruelos, curos, piñones, plátanos y otros muchos fructíferos, y de madera para sus casas y quemar en los bohíos del diablo, donde […] ardía fuego toda la vida, de leña olorosa, que tenían estos caneyes y otros en que guardaban sus joyas, plumas y mantas y donde hacían sus fiestas y bailes de extraña grandeza […], limpieza y curiosidad, como la tenían en los patios enlosados de grandísimas y pulidas piedras, con sus asientos de lo mismo, como también los caminos de lajas de a tercia. En cierto pueblo había una escalera bien labrada de seis a siete escalones de vara de alto, y otra angosta por medio para subir a ésta, donde se ponían a ver las fiestas que se hacían abajo en un extendido y bien losado patio. Hablo a las veces de pretérito y otras de presente, porque estas cosas algunas permanecen, y de otras no hay rastro»
«Levántase sobre todo encarecimiento la gala, limpieza y curiosidad de estos naturales, las mantas pintadas de colores varios en el telar. No había indio ni mujer que no tuviese terno de joyas, orejeras, gargantillas, coronas, bezotes, moquillos de oro fino, pedrerías finas y bien labradas, sartas de cuentas. Las muchachas todas traían al cuello cuatro o seis moquillos de oro, de peso de a doce a quince castellanos. Su vestido ordinario son dos mantas de algodón pintadas; cuando caminan, llevan abanicos de pluma y palma. En las quebradas tenían hechos a mano albercones para bañarse»
«Eran tantas y tan curiosas las cosas de plumería, que no se pueden decir: capas como mucetas, rosas, flores, clavelinas, abanicos, aventadores, vestidos, justillos cubiertos de pluma, mohanes grandes cubiertos de lo mismo y otros de pedrería, bonetes forrados de cocuyos, vestidos de pellejo de tigre. Criaban papagayos, guacamayos y tominejos, para sólo la pluma, que les pelaban cada año. Otros matan con cerbatanas y sutiles flechas para lo mismo…»
«…Ellas hilaban aprisa y muy delgado, y ellos tejían despacio y muy curioso. Decía un soldado que había visto un colmenar en aquel valle de más de ochenta mil colmenas, y era que las casas eran diez mil, y en cada una había de diez para arriba. Eran unas ollas grandes o múcuras donde hacían su miel muy dulce, por ser de flor de guamos, unas abejas pequeñuelas, no en panales, sino en bolsas grandes de cera y olía a la flor. Los pueblos serían como doscientos y cincuenta y los más obedecían a un cacique llamado Guacanaoma, aunque no había ninguno que no tuviese cacique o mohán. Y al fin, en toda la Caldera todo era fiestas, bailes, limpieza, delicia y ociosidad…».
Tomado de: Simón, Fray Pedro. /1626/ 1981. Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales. Tomo VI. Capítulo XIII:285–86. Bogotá: Biblioteca Banco Popular.
Glosario
Simón, Fray PedroCronista y clérigo español (1574, San Lorenzo de la Parrilla) de la orden de los Franciscanos, autor de las Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, extensa obra que narra los sucesos de la conquista e inicios de la colonia en los territorios de las actuales repúblicas de Colombia y Venezuela. Falleció en Ubaté (Colombia) hacia 1628.
Bohío del Diablo. Denominación dada por los españoles a los templos o casas ceremoniales indígenas, que durante la conquista y buena parte de la colonia, fueron perseguidas por las autoridades civiles y eclesiásticas.
Caney. Palabra indígena de origen taíno, que significa “cobertizo con techo de palma o paja, sin paredes y sostenido por horcones”. Fue ampliamente utilizado por los españoles para describir la forma de las viviendas indígenas.
Castellano. Cincuentava parte del marco oro, equivalente a ocho tomines o a unos 46 decigramos; el marco equivalía a un peso de media libra, o 230 gramos, que se usaba para el oro y la plata. El del oro se dividía en 50 castellanos, y el de la plata en 8 onzas. (DRAE)
Justillo. Prenda interior sin mangas, que ciñe el cuerpo y no baja de la cintura. (DRAE)
Legua. Medida itineraria, variable según los países o regiones, definida por el camino que regularmente se anda en una hora, y que en el antiguo sistema español equivalía a unos 5.572 metros. Mohán. Nombre con el cual los españoles llamaron en diversas partes de América a los sacerdotes o chamanes indígenas.
Muceta. Esclavina que cubre el pecho y la espalda, y que, abotonada por delante, usan como señal de su dignidad los prelados, doctores, licenciados y ciertos eclesiásticos. Suele ser de seda, pero se hacen algunas de pieles. (DRAE)
Tercio. Tercera parte de una vara. (DRAE)
Vara. Medida de longitud que se usaba en distintas regiones de España con valores diferentes, que oscilaban entre 768 y 912 milímetros. (DRAE)
Una poderosa élite de chamanes
Durante el período Tairona los destinos de las sociedades que poblaban la Sierra Nevada de Santa Marta eran regidos por una poderosa élite de chamanes que manifestaban tener el control sobre las fuerzas esenciales de la naturaleza, el ordenamiento del cosmos y sobre las acciones humanas.
Eran los encargados de velar por el bienestar material y espiritual de la comunidad, atribución que les confería poder político e ideológico capaz de movilizar ejércitos, convocar la realización de grandes obras públicas, controlar la producción agrícola, las redes de intercambio y comercio y realizar multitudinarias ceremonias, entre otras potestades.
Aunque no hay certeza sobre el origen del poder político que encarnaba la persona del chamán, el simbolismo de los objetos con representaciones compuestas humano–animal, tan comunes en la iconografía del período Tairona, sugiere que éste se sustentaba en su capacidad de transformarse en seres temibles para adquirir sus poderes. La audacia, la fuerza, la capacidad de volar o devorar gente eran atributos altamente valorados por el chamán. La transformación era un proceso que tenía lugar en el pensamiento, en el espíritu, bajo el efecto de sustancias psicotrópicas, extenuantes bailes rituales y el ayuno y las privaciones propios del ejercicio chamánico. No era el cuerpo del chamán el que se transformaba, era su espíritu, que ahora podía trascender los estrechos límites que impone la condición humana, viajar a través de las regiones desconocidas del cosmos y adquirir poderes y conocimientos inasequibles para los demás miembros de la comunidad.
Murciélagos con la hoja nasal que usan como sonar
Estos personajes fueron representados o se representaron a sí mismos en el trance de la transformación en numerosos adornos y utensilios elaborados en diferentes materiales. Aunque la más emblemática de estas representaciones corresponde a la figura del «hombre-murciélago», en la iconografía del período Tairona son variadas las imágenes de personajes, masculinos y femeninos, transformados en animales no menos temibles; aves rapaces, felinos, cocodrilos y serpientes, conformaban una legión de poderosos chamanes poseedores de profundos conocimientos esotéricos. Aunque la función primordial de estos personajes en su faceta de especialistas religiosos era mantener el equilibrio natural, velar por el bienestar de la comunidad, curar enfermedades o ser los únicos mediadores entre la sociedad y los dioses, también tenían la capacidad de convertirse en verdugos de sus potenciales enemigos. ¡Ésta era, tal vez, la fuente de su enorme influencia sobre el resto de la comunidad!
Museo del oro Tairona
Inaugurado en 2014, el Museo del Oro Tairona - Casa de la Aduana es punto de encuentro de la cultura en Santa Marta y un complemento a la valiosa labor cultural y divulgativa que ofrece a los visitantes el Centro Cultural de Santa Marta del Banco de la República. Una extraordinaria colección, conformada por 565 objetos, una exposición que pone en contexto el patrimonio cultural y una hermosa casa colonial restaurada invitan a explorar el pasado y el presente de la ciudad, del departamento del Magdalena y de la Sierra Nevada de Santa Marta.
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