Miguel González encontró en el trabajo de Alicia Barney una reinterpretación del paisaje, ya no se trataba de pinturas bucólicas ni románticas observadas por la mirada estetizante del artista de principios del siglo XX, sino de una mirada inquisitiva, cuestionadora y provocadora. En su trabajo, la idea reemplaza el resultado de un objeto único, para transformarse en un proceso en el que los materiales son significantes de la idea misma, que no es materia abstracta, sino parte de la realidad misma, observada a través de su perspectiva crítica. Los materiales no son empleados como metáforas, sino como índices, como principio de realidad en donde acuñó la idea que es captada por la “artista chamán”, capaz de interpretarlos como elementos anómalos, cuando ya habían sido demasiado naturalizados: