Como la artista ha trabajado sobre superficies de diversos materiales y texturas (láminas de metal, maderas varias, toallas, hules, cubrelechos, etc.) ha debido inventar constantemente nuevas facturas. La exploración de nuevas técnicas y materias ha resultado en algunos casos de las críticas recibidas, como ocurrió con el señalamiento de sus compañeras de universidad para quienes Beatriz era una mala dibujante pero una buena pintora. Apoyada en ese juicio, la artista incursionó en medios como la serigrafía, la heliografía y la pintura sobre muebles y objetos, haciendo de la imperfección una intención. El interés por el gusto de la gente del común la condujo a lugares como el Pasaje Rivas en Bogotá, en donde adquiría objetos de uso popular para la elaboración de sus obras. Con óleos, esmaltes o acrílicos, Beatriz González no sólo ha dominado cada una de las técnicas, sino que trabaja con una gama muy variada de colores. Ha comentado que la suya es una “pintura con temperatura” sensible al tono emocional de los contenidos que aborda, pasando de una paleta inicial inspirada por la cúpula de la Iglesia de la Sagrada Familia en Bucaramanga a una paleta oscura que denota el carácter sombrío del cambio de siglo para una sociedad azotada por la violencia sociopolítica.