Diferencia entre revisiones de «Martha Janeth Castro Rojas»
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Varias veces esos hombres armados la amenazaron y la amedrentaron insinuando que la dejarían por allá para que les lavara la ropa y les cocinara. Se asustaba, pero podía más el deseo de seguir buscando, así que seguía preguntando. Incluso sacó plata de donde no tenía para viajar a Bogotá y pagarle a un vidente que le habían recomendado y que la estafó. Ella lo cuenta riéndose de sí misma por su ingenuidad. | Varias veces esos hombres armados la amenazaron y la amedrentaron insinuando que la dejarían por allá para que les lavara la ropa y les cocinara. Se asustaba, pero podía más el deseo de seguir buscando, así que seguía preguntando. Incluso sacó plata de donde no tenía para viajar a Bogotá y pagarle a un vidente que le habían recomendado y que la estafó. Ella lo cuenta riéndose de sí misma por su ingenuidad. | ||
De nada sirvió que la intimidaran. No paró su búsqueda ni siquiera cuando hombres en motos y vestidos de negro la rodeaban en las calles de Villavicencio diciéndole que dejara de buscar al “pelao”. | De nada sirvió que la intimidaran. No paró su búsqueda ni siquiera cuando hombres en motos y vestidos de negro la rodeaban en las calles de Villavicencio diciéndole que dejara de buscar al “pelao”. | ||
Revisión del 22:14 22 oct 2025
| Nombre | Martha Janeth Castro Rojas |
|---|---|
| Fecha de nacimiento | 11 de junio de 1963 |
| Nacionalidad | Colombiana |
| Ocupación | Mujer buscadora |
| Primaria | Colegio Rafael Uribe Uribe |
| País de nacimiento | Colombia |
| Ciudad de nacimiento | Bogotá |
| Familia | Guillermo Andrés Castro Rojas (hijo) |
Martha Janeth Castro Rojas es una mujer buscadora, de origen humilde, que tuvo que enfrentar la desaparición de su hijo Guillermo Andrés Castro Rojas a manos de los paramilitares en la ciudad de Villavicencio. Se convirtió en una luchadora incansable por hacer visible la realidad de los jóvenes que sin oportunidades y en condiciones de exclusión, fueron víctimas de grupos armados que se aprovecharon de esas condiciones de vulnerabilidad para expandir su poder y control social bajo la impunidad. Ella recorrió sola y sin recursos las zonas rurales del Meta y de Casanare, afrontando riesgos, amenazas y estigmatización porque su hijo perteneció al Ejército. En el año 2018, la Fundación Nydia Erika Bautista asumió su caso y le presta asesoría jurídica y psicosocial.
| Campo | Información |
|---|---|
| Región / Macrorregional UBPD | Oriente |
| Departamento y municipio de origen | Meta - Villavicencio |
| Vereda / Barrio | No aplica |
| Nombre del ser querido desaparecido | Guillermo Andrés Castro Rojas |
| Relación | Hijo |
| Estado de la búsqueda | Activa, Sigue la búsqueda |
| Organización a la que pertenece | Fundación Nydia Erika Bautista |
Biografía
I. Aspectos generales de la mujer
Desde muy temprano en su vida, Martha Janeth tuvo que enfrentarse a crecer en medio de violencia intrafamiliar, pobreza y falta de oportunidades. Pero ella, con una resiliencia a toda prueba, las ha superado con un optimismo y una fortaleza admirables. Nació en un barrio del sur de Bogotá llamado Bravo Páez, en un hogar en el que la madre tuvo que asumir la crianza de seis hijos cuando el padre abandonó el hogar y les quitó hasta la casa que lograron conseguir con mucho esfuerzo en un barrio de ladera al suroriente de la ciudad llamado -paradojas de la vida- La Victoria.
Esa situación hizo que Martha Janeth solo pudiera estudiar primaria, ya que los hijos mayores tuvieron que trabajar para ayudar en el sostenimiento de la familia. Recuerda que su mamá hacía empanadas, papas rellenas y arepas y ella salía a venderlas en la calle. Asumió con normalidad no ir al colegio y, en cambio, salir al rebusque diario, incluso se ríe con el recuerdo de que los hombres mayores la abrumaban con comentarios sexistas y de doble sentido cuando le tocaba vender "jeta", un guiso hecho con carne que proviene de la cabeza de las vacas, en el barrio Lucero.
Al hablar de los momentos felices en familia, Martha Janeth refiere las costumbres que le inculcaron en Semana Santa. “Nos levantaban a las 4:30 de la mañana a escuchar la palabra de dios, nos leían la biblia, íbamos a la iglesia, a misa de 6:00. Llegábamos a almorzar un pescado seco que mi mamá preparaba muy rico y luego nos poníamos a estudiar la palabra de dios. Eran días de mucho respeto, no se podía jugar ni cocinar ni escuchar música. Esos fueron los valores que nos dejaron” .
A los 16 años, huyendo del hogar por una golpiza que le propinó su hermano mayor, se fue a vivir con el hombre que sería el papá de sus hijos, un joven de 17 años. La relación se rompió al poco tiempo porque “él era mujeriego y borracho y ni el apellido les dio a los dos niños… ¡Que dios lo perdone!”, dice con entereza. Cuenta que, sin mirar hacia atrás, con 19 años y dos bebés a cuestas, salió en busca de mejores oportunidades a Cali y luego a Villavicencio. Se empleaba como cocinera en restaurantes, como aseadora, como empleada en hoteles y en casas de familia. El horizonte que se fijó fue garantizarles educación a sus hijos para que no se quedaran sin estudio como le tocó a ella.
Con el tiempo, su hijo mayor Julio Enrique Benavides pudo tener el apellido del padre, tras una disputa jurídica con la familia paterna. Guillermo Andrés, su hijo menor, se quedó con los apellidos de la madre. Mientras trabajaba de sol a sol, sus hijos estudiaron internos en la Fundación Benposta, en la capital del Meta. Apenas cumplió los 18 años, Andrés se fue a prestar el servicio militar obligatorio porque creía que con una libreta militar de primera categoría podría conseguir un buen empleo y ayudar con los gastos de la casa. Pero luego quiso seguir la carrera como soldado profesional, y su mamá, preocupada porque la violencia le pudiera arrebatar a su hijo, le suplicó que no lo hiciera.
El 10 de agosto de 2001, Andrés salió del Ejército y emprendió la búsqueda del trabajo anhelado que le permitiera seguir estudiando, soñaba con ser arquitecto o ingeniero y construirle una casa a Martha Janeth para que dejara de trabajar y viviera más tranquila. “Apenas pude disfrutar de mi hijo un mes y medio”, dice entre sollozos.
Recordar se vuelve tortuoso. Martha Janeth se encomienda a su padre celestial, toma aire y fuerzas para seguir el relato: “Andresito desapareció el lunes primero de octubre del 2001, tenía 24 años. Yo me acuerdo del último almuercito que le di a mi muchacho, fue arrocito, huevitos fritos, tajadas y fresco Royal. De pronto recibió una llamada. ‘Mamita, ahorita vengo que me voy a ir a encontrar con Ángela (la novia de entonces)’, recuerda que le dijo. “Bueno hijo, no se me demore”, le contestó. “Me dio un beso y se fue sonriendo; la última imagen que tengo de él es así, con los huequitos que se le hacían en sus mejillas cuando sonreía. Me despedí sin pensar que era la última vez que lo iba a ver” .
II. Caso específico de búsqueda
Eran las 2:55 de la tarde cuando Guillermo Andrés salió de su casa. Martha Janeth se quedó tranquila, nunca pasó por su mente que algo malo le pudiera pasar a su hijo. Ella sabía que había un conflicto que veía en las noticias y que la guerrilla -así de genérico- secuestraba personas para pedir rescate, pero nunca oyó hablar de que desaparecieran a la gente.
Así que, en las primeras horas del día siguiente, ella y su hijo mayor empezaron a averiguar con los vecinos y con la familia de la novia con la que aparentemente se encontraría esa tarde. Fue el papá de la muchacha el que la alertó sobre lo que estaba pasando. "Doña Martha ¿usted si sabe que su hijo no se fue? a su hijo se lo llevaron a la fuerza”, le dijo el hombre. Martha Janeth quedó muy perturbada, no entendía quién y por qué se llevaría a su hijo. Siguió averiguando y escuchó por primera vez la palabra desaparición. Le dijeron que pusiera la denuncia, pero ella tampoco entendía bien dónde debía hacerlo. Se sentía sola, confundida, aturdida. Se fue para el antiguo Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y allá, en lugar de recibirle la denuncia, la abrumaron con muchas preguntas.
“¿Quién fue la última persona que vio a su hijo con vida?”, le preguntó un funcionario. “Pues yo, él salió de la casa y de ahí para allá no sé”, respondió ella sin entender por qué la interrogaban así. “Entonces, la vamos a tener que investigar a usted, señora”. Ante semejante respuesta, Martha Janeth solo atinó a llorar. “¿Y no será que la guerrilla se lo llevó?”, le volvieron a preguntar. Ella solo repetía que no, que no pudieron secuestrarlo porque su familia no tenía dinero. “Eso fue que su hijo se escapó con la novia”, le ripostaron. “No, mi hijo no es así”, respondió ella. “Usted no sabe quiénes son sus hijos”, le dijeron en tono burlón. Ella lloraba y les alegaba diciendo que Andrés vivía con ella y por eso sabía que su hijo no era así. “En 72 horas le recibimos la denuncia”, fue la frase con la intentaron deshacerse de ella.
Sin conocer sus derechos, sin orientación y guiada por su intuición, Martha Janeth sacó una foto de su hijo y se fue de pueblo en pueblo preguntando por él. Entraba a las cantinas, a los prostíbulos, a los mercados, a las tiendas, a cualquier lugar donde pudieran darle alguna razón. “Yo me fui por allá al Casanare, me metí en la boca del lobo y yo sin saber nada; qué peligro, antes no me dejaron por allá. No venga por aquí que nada se le ha perdido, me dijeron. Y me regañaban, yo sin saber alegaba con toda esa gente (los paramilitares)”.
Varias veces esos hombres armados la amenazaron y la amedrentaron insinuando que la dejarían por allá para que les lavara la ropa y les cocinara. Se asustaba, pero podía más el deseo de seguir buscando, así que seguía preguntando. Incluso sacó plata de donde no tenía para viajar a Bogotá y pagarle a un vidente que le habían recomendado y que la estafó. Ella lo cuenta riéndose de sí misma por su ingenuidad.
De nada sirvió que la intimidaran. No paró su búsqueda ni siquiera cuando hombres en motos y vestidos de negro la rodeaban en las calles de Villavicencio diciéndole que dejara de buscar al “pelao”.
Su búsqueda la llevaría después a varias cárceles donde visitó a los hombres del Bloque Centauros de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) que tenían información sobre la desaparición de su hijo. Llegó allá después de convencer a la esposa de uno de los integrantes del grupo para que le contaran lo que había sucedido con su hijo. Con la información que recolectó, logró establecer que Guillermo Andrés había caído en una trampa que aparentemente le había tendido José Antonio Martínez, una persona en la que ella confiaba porque era el padrino de su hijo mayor, un hombre que les dio trabajo a ella y a sus hijos y les dio una casa donde vivir cuando pasaron momentos muy difíciles.
Ese hombre, que la trataba de comadre y que halagaba su dedicación con sus hijos, resultó ser miembro o colaborador de los paramilitares de los Llanos que operaban en Villavicencio por aquella época. De hecho, empleó a Guillermo Andrés en un parqueadero de su propiedad. Pero, según le contaron a ella, el muchacho vio o se enteró de algo que no debía y por eso el hombre “montó un auto robo de unas armas” y culpó al hijo de Martha Janeth.
Así, José Antonio Martínez le encargó a Edgar René Acosta, conocido con el alias de “101”, desaparecer a Guillermo Andrés. Llegar a recomponer estos hechos le costó a Martha Janeth varios años, muchas lágrimas, amenazas y malos tratos de esos hombres a los que enfrentó en las cárceles y, más adelante, en las audiencias de la Unidad de Justicia y Paz, instancia de justicia transicional para investigar y juzgar los crímenes cometidos por los grupos paramilitares, ante la que ella se acreditó como víctima en 2007.
Aunque no podía estar en la sala con los miembros del grupo, Martha Janeth seguía las audiencias a través de una pantalla y enviaba preguntas por escrito preguntando por su hijo, hablaba con los fiscales y conseguía los teléfonos de los abogados de los paramilitares desmovilizados para seguir indagando por el paradero de Guillermo Andrés.
La insistencia de Martha Janeth logró que los postulados José Baldomero Linares Moreno alias “Guillermo Torres”; Rafael Salgado Merchán alias “’Águila” y José Delfín Villalobos Jiménez alias “Alfa Uno” del Bloque Centauros de las AUC (Grupo Urbanas o Especiales de Villavicencio) reconocieran el hecho de la desaparición de su hijo en Justicia y Paz. En versión libre indicaron que la ordenó Edgar René Acosta alias “101”, por encargo del propietario de una empresa denominada Servigrúas, según información que entregó la Fundación Nydia Erika Bautista.
Pero eso no fue suficiente para ella. No podía entender por qué admitían el crimen, pero no daban información del paradero del cuerpo. Con esa persistencia que la caracteriza, Martha Janeth fue a la Fiscalía todos los días a esperar a uno de los funcionarios que hacía las exhumaciones para encontrar a los desaparecidos con la información que daban los postulados y lo convenció de que la ayudara.
“El doctor me consiguió el contacto del abogado de ese señor Guillermo (se trata de José Baldomero Linares Moreno, alias ‘Guillermo Torres’) que estaba en la cárcel, yo le rogué que me aceptara una visita para hablar con él, pero se negó. Después de tanto insistir el abogado me dijo: ‘Mire, señora, quiero que usted entienda bien claro, el señor Guillermo le manda a decir que nunca más vuelva a llamar por aquí, que lo que quedó ahí escrito en Justicia y Paz fue todo lo que se dijo. Él no sabe nada y ninguno sabe nada. Se le pide que usted nunca más vuelva a llamar’”.
III. ¿Qué hace particular su búsqueda?
1. Hitos: aspectos a resaltar
Martha Janeth emprendió una búsqueda persistente y solitaria en 2001, sobreponiéndose a su vulnerabilidad, al desconocimiento del fenómeno de la desaparición forzada, de la legislación colombiana y de sus derechos. Su valentía y entereza se pusieron a prueba cuando tuvo que enfrentar la desidia y la burla de los funcionarios del extinto DAS que se negaron, en principio, a recibir la denuncia.
El capítulo del supuesto robo de unas armas por el cual culparon a su hijo Guillermo Andrés y la posterior aparición y recepción de estas por autoridades del DAS, dejaron al descubierto la connivencia que tantas veces se denunció entre los grupos paramilitares y agentes del Estado en diferentes lugares del país.
Su determinación la llevó a enfrentar peligros inimaginados recorriendo las zonas rurales del Meta y Casanare, pero ni las amenazas la detuvieron. Esa persistencia de Martha Janeth le permitió entrevistarse en diciembre de 2006 con el exparamilitar Fredy Giovani Velásquez, conocido con el alias de “Taparo”, quien fue comandante operativo del Bloque Centauros de las AUC, con influencia en los Llanos Orientales, principalmente en esos dos departamentos.
Ella apeló a la empatía que podía despertar en la esposa de este comandante paramilitar hasta que su insistencia le permitió hacer la visita en la cárcel. Este hombre ya empezaba a aparecer en diferentes versiones de Justicia y Paz y en relatos de desmovilizados como uno de los mandos medios que ejecutó operaciones armadas, homicidios selectivos y control territorial durante la expansión paramilitar en la región. Gracias a esa conversación, ella empezó a romper la muralla de silencio que los paramilitares construyeron alrededor de la desaparición de su hijo.
Fue un gran triunfo para ella y para la búsqueda de justicia que cuatro exjefes paramilitares hayan aceptado ante Justicia y Paz, su responsabilidad en la desaparición de Guillermo Andrés, "Nosotros aceptamos los cargos de este joven, pero lo que no sabemos es en dónde está, porque el que cometió esos hechos ya está muerto y yo no participé en eso, fueron mis hombres, entonces por eso aceptó los cargos de la desaparición de este muchacho, más no sé dónde está. No le puedo colaborar más a la señora”, fue la respuesta que le dieron y que ella se grabó en la mente. Esa respuesta no la hizo desfallecer y, por el contrario, ha seguido aferrándose a la esperanza de encontrar más respuestas. Incluso se enfrentó a una Fiscal que la maltrató, la humilló y hasta le prohibió el ingreso a la entidad cuando ella levantó su voz reclamando un trato digno y prioritario en su condición de víctima.
=2. Acentos
La lucha de Martha Janeth representa a los miles de mujeres que buscan a familiares que hicieron parte de la Fuerza Pública y que han sido excluidas de espacios de participación por el simple hecho de esa pertenencia. Ella ha elevado la voz exigiendo atención y dignidad para quienes en las condiciones de más extrema vulnerabilidad han sido afectados por el conflicto armado interno sin importar en qué bando o ejército hubieran militado. La Fundación Nydia Erika Bautista la acogió y le ha brindado acompañamiento cuando ella creyó que seguiría sola con su búsqueda.
Su historia también confirma que han sido los jóvenes sin oportunidades y excluidos en condiciones de pobreza los que han sido víctimas de engaños o han quedado atrapados en la guerra por la urgente necesidad de suplir sus necesidades más básicas como la educación o un empleo digno.
“Acá en la casa tengo un pequeño cuarto en memoria de mi hijo. Tengo un museo con las cosas que él dejó, su cepillo de dientes, su cuchillita de afeitar, su peinilla, sus pequeñas cosas porque mi hijo no alcanzó a trabajar, porque desafortunadamente no me lo dejaron vivir”, dice en medio del llanto y explica que todos los días lo limpia y lo mantiene ordenado, intacto.
Martha Janeth asumió de manera autónoma ejercicios de memoria para recordar a su hijo y rendirle un tributo. Con orgullo cuenta que cultivó tres palmas en su casa, entre 2004 y 2005, a las que les puso nombres: Esperanza, Fortaleza y Resistencia, como un recordatorio constante de su lucha y su fe. Las habla y las consciente mientras las riega, les cuenta sus penas, dolores y las pocas alegrías que le llegan.
Asimismo, ha participado en varias iniciativas que congregan a mujeres buscadoras y víctimas del conflicto en Villavicencio como obras de teatro, marchas, exhibiciones de galerías de la memoria, en plantones y sembratones. Siempre está dispuesta a contar su historia como una forma de gritarle al mundo que su hijo existe, que merece ser recordado de la misma manera que todos los que han desaparecido.
Todavía llora cada vez que habla de Andres pero también se reconoce en el dolor de otras mujeres buscadoras que ha conocido en estas dos décadas. Dice que ha visto documentales sobre desapariciones en otros países como México y Argentina y siente que no está sola en su sufrimiento, además de que esa información le ha dado una perspectiva más amplia sobre el problema.
Además, ya tiene conciencia de lo importante que es para su hijo menor tener los apellidos del papá, tal como los tiene su hijo Enrique. Ella espera encontrar el cuerpo de Guillermo Andrés y poder darle de manera póstuma ese elemento de dignidad y reconocimiento.
La vida de Martha es un testimonio de la capacidad humana para resistir el dolor más profundo y seguir luchando por la verdad y la justicia, incluso cuando el sistema parece estar en su contra. Hablar con ella es entender la magnitud de la fuerza de una madre y no perder de vista las profundas heridas que deja el conflicto armado. “Los ojitos míos todos los días viven tristes cuando antes reían. Pero ya el rostro de uno es muy triste y a uno lo ven como si uno estuviera bravo; pero no, es el sufrimiento de estos años, es por lo que uno está así pensando en su hijo. Yo me la paso ocupada para no pensar”. Y cuando la invade la tristeza, va al cuarto de Andrés y se para en frente de la foto y le dice:
- "Tú eres la tristeza de mis ojos
- Que lloran en silencio por tu amor.
- Me miro en el espejo y veo en mi rostro
- el tiempo que he sufrido por tu adiós
- Prefiero estar dormida que despierta
- De tanto que me duele que no estés
- Oscura soledad estoy viviendo
- La misma soledad de tu sepulcro” .
“¿Cuántos años más, Señor? -se pregunta-. No me lleve, Padre, yo no me quiero morir hasta que no encuentre a mi hijo. Cuando encuentre a mi hijo, haga con mi vida lo que quiera, pero déjeme vivir más para poder encontrarlo y darle cristiana sepultura. Ahí sí me moriré en paz”.
IV. Contextos y circunstancias de la desaparición y la búsqueda
La desaparición forzada de Guillermo Andrés Castro Rojas fue perpetrada por el Grupo Urbanas o Especiales de Villavicencio del Bloque Centauros de las AUC, en un contexto en el que esta organización pretendía tener el control de la ciudad y de los municipios circunvecinos a comienzos de los años 2000.
La incursión de esa estructura de las AUC estuvo precedida por la creación y expansión de otros grupos paramilitares en la región y se dio en el marco de la vigencia de la zona de distensión, creada por el gobierno de Andrés Pastrana para adelantar los diálogos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Esa zona incluía cuatro municipios del Meta y por eso se convirtió en un objetivo de los grupos paramilitares atacar a los civiles que fueran sospechosos de colaboración con la guerrilla.
En este contexto, se dice que las Autodefensas Campesinas del Meta y Vichada (ACMV) por ejemplo, nacieron con la financiación de los paramilitares de Puerto Boyacá y que luego extendieron la práctica de la extorsión a ganaderos y a narcotraficantes. También se dice que su surgimiento estuvo muy ligado al zar de las esmeraldas Víctor Carranza, hasta el punto de que el nombre con el que nacieron, “Los Carranceros”, se le atribuye a ese hecho.
La versión más extendida afirma que nacieron como un apéndice de las Autodefensas Campesinas de Puerto Boyacá, con financiación del narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha alias “El Mexicano”. En Justicia y Paz se logró determinar que José Baldomero Linares, alias “Guillermo Torres”, quien fue el jefe paramilitar de este grupo, llegó al municipio de El Castillo (Meta) desplazado por la guerrilla desde Puerto Boyacá.
“Guillermo Torres” contó que, a su llegada a los Llanos, le declaró una guerra abierta al Frente 31 de las FARC, porque esta guerrilla pretendía doblegarlo, así que en 1990 viajó a San Martín, donde ya existía otro grupo de autodefensas, las que comandaba Manuel de Jesús Pirabán, alias “Pirata” y un grupo llamado Autodefensas Campesinas de El Dorado a cargo de alias “Libertador”. Luego de pagar dos años de cárcel viajó a Puerto Gaitán y allí encontró a las Autodefensas del Magdalena Medio que le ofrecieron crear un grupo en ese municipio. Ahí, en la inspección El Porvenir, en Puerto Gaitán, creó un grupo de autodefensas que se llamó Bloque Oriental y que luego se convertirían en las Autodefensas Campesinas del Meta y Vichada, que tuvieron una estructura más jerarquizada, a la que se sumó Rafael Salgado Merchán alias “Águila”.
En los primeros años de la década de los noventa intentaron una unificación de los grupos, iniciativa que sería la antesala para la conformación de las AUC que ocurriría después, en 1997. Por ejemplo, en 1994 se realizó la Primera Cumbre Nacional del Movimiento de Autodefensas realizada en Cimitarra (Santander) y que se intentó replicar un par de años más tarde.
Las ACMV actuaron en el norte del Meta, en los municipios de Puerto Gaitán y Puerto López, y en el Vichada en la zona de Cumaribo, Santa Rosalía y La Primavera. Su área de influencia tenía como límite el río Vichada, y sus principales corredores fluviales eran los ríos Meta, Muco y Guarrojo, así como la carretera que conduce de Puerto López a San Pedro de Arimena, donde crecieron debido al pago que les hacían los transportadores y las tractomulas petroleras para obtener protección frente a las FARC.
Mientras tanto, los esmeralderos invertían en tierras y los narcotraficantes también hacían sus alianzas en el territorio. De tal manera que en los Llanos Orientales se crearon varias organizaciones que no solo le hicieron la guerra a las FARC, sino que dispararon contra los liderazgos sociales y los dirigentes de izquierda, empezando por los miembros de la Unión Patriótica (UP). También se dieron fuertes enfrentamientos entre Gonzalo Rodríguez Gacha, Víctor Carranza y Gilberto Molina, señores de la guerra de las esmeraldas en Boyacá, que extendieron sus tentáculos y confrontaciones hasta el Magdalena Medio, Cundinamarca y Meta.
El bloque Oriental dio un salto en 1998 y creó un grupo de paramilitares conocidos como “Los urbanos”, encargados de controlar el casco urbano de Puerto Gaitán y de Villavicencio. A esa estructura se le atribuye la desaparición forzada de Guillermo Andrés Castro Rojas.
Entre tanto, el surgimiento del Bloque Centauros de las AUC se remonta hacia 1997 con la masacre de Mapiripán (perpetrada entre el 15 y el 20 de julio de 1997) y luego la de Puerto Alvira (4 de mayo de 1998) que fueron ordenadas por los hermanos Carlos y Vicente Castaño para apropiarse de los cultivos de hoja de coca y de las rutas del narcotráfico por el río Meta con destino a la frontera con Venezuela. Esta estructura también tuvo como origen la confluencia de otros grupos paramilitares de Meta y Guaviare que venían de tiempo atrás en los municipios de Cubarral y El Dorado.
El grupo que perpetró la masacre de Mapiripán quedó posteriormente a órdenes de Miguel Arroyave considerado el rey de los insumos, a quien le fue vendida la franquicia del Bloque Centauros . Bajo su mando, la estructura se expandió por todos los Llanos a costa de una disputa de territorios con las Autodefensas Campesinas del Casanare, al mando de Héctor Germán Buitrago Parada alias “Martín Llanos”. Fue una guerra sin precedentes en el país que se desarrolló entre 2003 y 2004 y se cree que dejó cerca de 3.000 muertos por el control del corredor para el narcotráfico en el Guaviare, el Ariari y Guayabero con el río Meta, en límites entre Meta y Casanare.
Las ACMV por su parte, intentaron presentarse ante el gobierno como unas autodefensas locales, campesinas e históricas, desligadas del narcotráfico porque querían diferenciarse de los bloques provenientes de las estructuras de las AUC, especialmente el Bloque Centauros y del Bloque Central Bolívar, que estuvieron comandados por “Macaco”, quien después fue extraditado a Estados Unidos. Buscaban también mantenerse al margen de la cruenta guerra que sostuvieron las autodefensas de “Martín Llanos” con el Bloque Centauros. Esta confrontación se desarrolló mientras este bloque hacía parte de la negociación con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Al final, en hechos que nunca fueron clarificados, se dio la muerte Miguel Arroyave a manos de sus propias tropas.
La negociación del gobierno de Uribe Vélez con las AUC terminó con la desmovilización de varias de estas estructuras. Los 209 combatientes de las ACMV dejaron 232 armas el 6 de agosto de 2005, en la vereda San Miguel del municipio de Puerto Gaitán. Ocurrió bajo el liderazgo de “Guillermo Torres”, y con Rafael Salgado Marchán, alias “El Águila” como segundo al mando.
Después del asesinato de Miguel Arroyave, el Bloque Centauros se dividió. Los leales a Arroyave, que mantenían presencia en Casanare, se desmovilizaron el 3 de septiembre de 2005 en Yopal. Los que mataron a Arroyave se bautizaron a sí mismos como “Héroes del Llano” y “Héroes del Guaviare” y bajo el mando de “Cuchillo” y “Pirata” se desmovilizaron el 11 de abril de 2006 en Casibare, Puerto Lleras (Meta). El frente Meta y Guaviare del Bloque Central Bolívar se desmovilizó el 24 de septiembre de 2005 en Cumaribo (Vichada).
Según información entregada por la Fundación Nydia Erika Bautista, hasta el momento en la información suministrada en Justicia y Paz y en justicia ordinaria, donde el proceso se encuentra archivado en la Fiscalía, no se ha dado información sobre la suerte y paradero de Guillermo Andrés. Sin embargo, la Fundación le ha pedido al Grupo interno de trabajo de búsqueda, identificación y entrega de personas desaparecidas (GRUBE) de la Fiscalía realizar una cartografía temática de la ubicación de los cuerpos o fragmentos de cuerpos humanos de personas desaparecidas forzadamente por grupos paramilitares y si se ha hecho la georreferenciación de los sitios de los hallazgos mediante técnicas satelitales o visitas de campo en Villavicencio, Acacías, Puerto López, San Carlos de Guaroa, El Calvario y Restrepo en Meta, y Guayabetal en Cundinamarca. Gran parte de la dificultad para ubicar el cuerpo de Andrés radica en que los responsables directos de la desaparición están muertos o desaparecidos.
Por su parte, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), en su Plan Regional de Búsqueda Villavicencio y Piedemonte reporta un universo de 1.468 víctimas, desaparecidas en distintas circunstancias, que representa el 17% de los casos en Meta .
Cronología
• 1963 (11 de junio): Nace en el barrio Bravo Páez de Bogotá. • 1982 (8 de enero): Nace Guillermo Andrés, el hijo menor de Martha Janeth, en el hospital La Victoria, en el suroriente de Bogotá. • 2001 (1 de octubre): Desaparece Guillermo Andrés, tras salir de su casa a las 2:55 p.m. • 2001 (5 de noviembre): Martha Janeth denuncia la desaparición forzada de su hijo ante el extinto DAS. • 2005 (11 de abril): Se desmovilizan las estructuras autodenominadas Héroes del Llano y Héroes del Guaviare en Casibare, Puerto Lleras (Meta). • 2005 (6 de agosto): Los 209 combatientes de las Autodefensas Campesinas de Meta y Vichada dejan sus armas, en Puerto Gaitán (Meta). • 2005 (3 de septiembre): Después de la muerte de Miguel Arroyave, el Bloque Centauros se divide y el grupo que tenía presencia en Casanare, se desmoviliza en Yopal (Casanare). • 2005 (24 de septiembre): El frente Meta y Guaviare del Bloque Central Bolívar se desmoviliza en Cumaribo (Vichada). • 2006 (17 de diciembre): Martha Janeth habla con Fredy Giovany Velásquez, alias “Taparo”, miembro del Bloque Centauros de las AUC, buscando información sobre su hijo. • 2007 (23 de agosto) Martha Janeth registra la denuncia por la desaparición de su hijo ante la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía. • 2018: La Fundación Nydia Erika Bautista recibe el caso de Martha Janeth y asume la representación legal para acompañarla en su proceso ante la UBPD y ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). También le brinda apoyo psicosocial.