Castillo San Felipe de Barajas
Las fortificaciones de Cartagena de Indias comenzaron a ser construidas a finales del siglo XVI con el afán de enfrentar los ataques de piratas y corsarios que habían azotado al naciente puerto español desde sus primeros años de fundado. La Corona contrató a expertos ingenieros militares para la planificación y diseño de la fortificación de la ciudad, apoyándose en la geografía y ubicación, notablemente estratégica, por lo que emprenderían la construcción de un cinturón amurallado, baluartes, baterías; todas aquellas fortificaciones necesarias para la defensa de la ciudad.
A mediados del siglo XVII, el entonces gobernador de Cartagena, don Francisco de Murga, señaló la importancia fortificar el cerro de San Lázaro, una elevación cercana a la puerta de la Medialuna, la entrada a la ciudad por su hinterland y que gozaba de visibilidad a la bahía, los caños y ciénagas. Pero es don Pedro Zapata quien ejecuta la obra para 1656 [1]. Su construcción culminó al año siguiente y “consistía en un fuerte reducido, solamente para ocho cañones emplazados ‘á barbeta’ y una guarnición de 20 soldados y 4 artilleros” [2]. Su nombre hace alusión al entonces rey de España Felipe IV. Su primera construcción se mantendría por varios años, pero posteriormente le agregarían unos refuerzos a la estructura debido a los sitios y ataques de armadas francesas e inglesas.
En 1697 el Barón de Pointis atacó a Cartagena y tomó el Castillo de San Felipe, así como el complejo fortificado, donde logró someter a la ciudad tronando su artillería desde el cerro a la entrada de la Medialuna y así sitiarla [3]. El fuerte quedó con numerosos daños y fue reconstruido por Juan de Herrera. No obstante, fue Antonio de Arévalo quien le introdujo considerables reformas. Una ampliación que consistía en un sistema de baterías colaterales, un cuartel para la tropa, un almacén de pólvora y la puerta principal con puente levadizo [4]. Debajo de su encaparazonada fachada hay un laberinto de túneles que permitirían el resguardo y depósito de pólvora. En 1741 el almirante inglés Edward Vernon asaltó, luego de varios intentos, a la ciudad con una flota amenazante. Durante varios días y luego de haber tomado los fuertes de Bocachica, buscaron entrar por los lados del Manzanillo y Manga, ruta por el Castillo de San Felipe, pero no lo lograron. Su ubicación le permitió a los españoles defender la plaza dejando varios muertos.
Luego del turbulento siglo XVIII con sus batallas imperiales, un último ingeniero militar le añadió unos detalles al fuerte del San Lázaro. A finales del siglo XVIII y principios del XIX Manuel de Anguiano, discípulo de Arévalo, se encargó de modificar unas baterías pero al final no se ejecutaron sus proyectos [5]. Durante el siglo XIX la fortificación sirvió como cuartel y lugar estratégico para tomarse la ciudad, durante las coyunturas de la reconquista de Pablo Morillo y las guerras de Independencia que se libraron allí. A partir de entonces comienza un tiempo letárgico donde pierde importancia esta edificación, como lo comenta Rodolfo Segovia: “años más tarde, obsoleto ya, sin utilidad militar alguna, casi desaparece convertido en cantera y cubierto en malezas” [6]. En 1928 la Sociedad de Mejoras Publicas de Cartagena se encargó de restaurar el fuerte y las construcciones militares de la ciudad, que hoy en día, mantenidas en pie, son patrimonio histórico de la humanidad y un destino turístico imperdible en el mundo.
Referencias
- ↑ ZAPATERO, JUAN MANUEL, Historia de las fortificaciones de Cartagena de Indias, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1979
- ↑ Ibíd., p. 69
- ↑ SEGOVIA SALAS, RODOLFO, Las fortificaciones de Cartagena de Indias: Estrategia e historia. Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1982
- ↑ ZAPATERO, op. cit. (1979)
- ↑ ZAPATERO, op. cit. (1979)
- ↑ SEGOVIA, op. cit. (1982), p. 76
Bibliografía
- SEGOVIA SALAS, RODOLFO, Las fortificaciones de Cartagena de Indias: Estrategia e historia. Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1982.
- ZAPATERO, JUAN MANUEL, Historia de las fortificaciones de Cartagena de Indias, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1979.
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