Flor María Bouhot
Nombre | Flor María Bouhot Arroyave |
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Fecha de nacimiento | 02 de octubre de 1949 |
Nacionalidad | Colombiana }} |
Ocupación | Pintora |
Primaria | Escuela Andrés Bello |
Bachillerato | Liceo Departamental Francisco Antonio Zea |
Estudios universitarios | Instituto de Bellas Artes (1975) y Universidad de Antioquia, Medellín. |
Formación profesional | Artista plástica |
Educación | Maestra en Artes plásticas |
País de nacimiento | Colombia }} |
Ciudad de nacimiento | Bello, Antioquia |
Familia | Ángel Bouhot (padre); Ana de Jesús Arroyave (madre); Diez hermanos. |
Flor María Bouhot, Pintora nacida en Bello, Antioquia, en 1949. Estudió en el Instituto de Bellas Artes de Medellín y se graduó como maestra en Arte Plásticas en la Universidad de Antioquia. Su obra celebra los cuerpos en libertad de género, goce erótico y diversidad étnica, representados en escenas cargadas de color explosivo y decorado profuso. Sus personajes son urbanos y muchos de ellos surgidos de entornos marginales, nocturnos y bohemios. En 1984, gana el Primer Premio en el Salón de Arte Joven del Museo de Antioquia. Cuenta con una extensa lista de exposiciones, principalmente en Colombia y México, donde vive (Guadalajara, Jalisco) y continúa exponiendo.
Biografía
Nace en Bello, Antioquia, en 1949. En la escuela, la maestra Otilia le enseña el dibujo de un modelo de ropa para modista que despierta en la niña el deseo de dibujar: observa láminas de un mismo motivo una y otra vez, hasta que crea sus propias versiones de la figura. Su madre trabajaba en Fabricato y su padre, bisnieto de un inmigrante francés, era empleado del Ferrocarril de Antioquia. Don Ángel se traslada a Puerto Berrío, municipio a orillas del río Magdalena con estación ferroviaria, donde abre un almacén de miscelánea, en el que Flor, como hija mayor de 11 hermanos, una vez terminada su primaria en la Escuela Andrés Bello, lo acompaña para apoyarlo. Entre telas y texturas, la atención de la clientela, el pasar de comerciantes y trabajadores portuarios, de adolescentes conquistadas con falsas promesas y prostitutas al servicio de señores, percibe el calor detenido del trópico, la explosión de su color, la exuberancia vegetal, la sordidez de un mundo de fachadas. Observa, dibuja y escribe poemas en esta atmósfera que será la materia prima de su camino creativo.
Durante su estancia en Puerto Berrío el italiano Basili, pintor del pueblo, le enseña rudimentos de dibujo y pintura y le proporciona materiales. Cada dos semanas viaja con su tía y madrina a Medellín, donde toma clases con Lola Vélez y Jorge Marín Vieco. Quiere estudiar, salir del letargo de pueblo y los 18 años regresa a Medellín.
En horario nocturno, adelanta su bachillerato en el Liceo Departamental Francisco Antonio Zea. Durante el día, toma clases en el Instituto de Bellas Artes (hoy Institución Universitaria Bellas Artes) con los maestros Rafael Sáenz, Emiro Botero y Eduardo Echeverri. Allí realiza paisajes y bodegones en acuarela, aprende la técnica del mural y conoce movimientos que surgen en París a finales del siglo XIX y principios del XX, como el impresionismo (concentrado en el uso de la luz sobre el objeto), el fovismo (caracterizado por el empleo del color), y se identifica con artistas franceses que la influenciarán a lo largo de su carrera, como Paul Gaugin, Toulouse-Lautrec o Henri Matisse. Culmina sus estudios en el Instituto en1975.
Continúa sus estudios en la Universidad de Antioquia, y consigue una cámara fotográfica análoga con la que comienza a hacer registros fotográficos en el barrio Guayaquil, zona del centro de Medellín, por entonces de bares, cafetines y prostíbulos. Allí encontró rostros, fachadas, atavíos y atmósferas que le recordaban rincones y motivos de su estancia en Puerto Berrío y que alimentarían las escenas de intenso color y profuso decorado de sus pinturas. Se gradúa como maestra en Artes Plásticas en 1981.
La explosión pictórica
Flor María delinea su propuesta estética en la década de los 80, en la que la pintura en Medellín cobra un renovado interés en varios artistas de su generación, que buscan traspasar los cánones tradicionales del arte antioqueño tradicional, de evocación clásica, de retrato vetusto y paisaje bucólico y explorar su potencial expresivo, donde lo figurativo supere la copia o emulación de la realidad. Estas búsquedas surgen en una ciudad que había realizado cuatro bienales internacionales de arte (1968, 1970, 1972, 1981) que abrieron la visión local y sensibilizaron nuevos públicos, también en formación por la apertura del Museo de Arte Moderno de Medellín en 1978 y movidos por escenarios como ferias y bazares de arte.
Para estos años, la llamada Generación Urbana o los Once Antioqueños, tienen su mirada puesta en las realidades y los imaginarios de la ciudad, se distancian de los moldes de la academia y los lenguajes costumbristas. Sus propuestas se conectan a los derroteros del arte moderno, los medios de comunicación, las culturas marginales o emergentes, la mezcla de referentes de diversas tendencias, épocas y estilos. La relación con la pintura se da desde otras libertades del color, otra dimensión simbólica, emocional, expresiva y se ponen en cuestión las nociones espaciales, se incorporan otros materiales y soportes. Este renovado interés por la pintura se hace visible en el panorama internacional desde el neoexpresionismo alemán y la transvanguardia en Italia, como se reflejó en la XIII Bienal de París de 1985.
El grupo de los Once Antioqueños o la Generación Urbana, también llamados “Los nuevos pintores de Antioquia”, nombre de la exposición realizada en el Museo de Arte Moderno de Medellín en 1984 curada por Alberto Sierra, fueron arquitectos, autodidactas de la plástica, que renovaron el panorama del arte antioqueño. El grupo: Rodrigo Callejas, Oscar Jaramillo, Marta Elena Vélez, John Castles, Hugo Zapata, Humberto Pérez, Álvaro Marín, Juan Camilo Uribe, Javier Restrepo, Dora Ramírez y Félix Ángel. En este contexto se nutre y desarrolla la propuesta artística de Bouhot.
La mirona o voyeur
Cámara en mano y ojos despiertos, Flor María se adentra en la espesura urbana para crear luego con su pincel escenas o estancias en las que sus personajes, de cuerpos por lo general desnudos y de labios ardientes emanan erotismo, desenfado en la postura, ambigüedad en el género, diversidad en el origen y la piel. Personajes que en éxtasis de goce o en reposo placentero o desenfado provocador yacen en camas y sillones, entre telones de fondo o papeles de colgadura -como en el Art-Deco francés- reinterpretados o alterados en sus símbolos y motivos florales y paisajísticos.
Con los elementos mencionados y la explosión del color como aliado: plano, primario, intenso, podemos afirmar que su técnica posee un carácter neo-expresionista. Desde estos elementos la artista interroga el lugar de la mujer en una sociedad de doble moral y se atreve a mostrarla no sólo como objeto del deseo masculino, sino como ser que siente y disfruta. A la par, el cuerpo masculino es presentado en su desnudez, desprovisto de su poder de macho y se le observa en su capacidad de gozar y ser gozado. Su obra pues, transgrede y traspasa las nociones ortodoxas de género e interpela con sus personajes de diverso origen, a una sociedad racista, clasista y de fuerte moral conservadora.
Erotismo y periferia
Prostitutas, locos y travestis, y también mujeres y hombres apropiados de su mismidad, personajes de carnaval entre atavíos míticos y extravagancia, bodegones de flores y frutos desbordados de jugo y provocación tactil, constituyen un relato social de fin del siglo XX. En ese relato ampliado de las pinturas de Bouhot, asoman rasgos y valores históricos rezagados como el racismo y la conformación pluriétnica de nuestros pueblos y culturas, la venda sobre la diversidad sexual, el origen popular de toda cultura. Su obra, un mosaico de evidencias de las márgenes u orillas de una sociedad, generadas desde diversas instancias del poder, acuñadas por una historia oficial.