Primeros pobladores de América y Colombia
Áreas orfebres y grupos indígenas actuales de Colombia
América fue descubierta mucho antes de Cristóbal Colón, por caminantes de la Edad del Hielo. Los casquetes polares habían congelado tanta agua que el nivel de los mares era más bajo, y Beringia, el actual estrecho de Bering que separa Asia de América, era una llanura donde pastaban grandes animales. Los grupos humanos que cazaban esos animales o recogían frutos y moluscos pasaron a nuestro continente sin darse cuenta. Aquí encontraron amplios territorios, con ricos y diversos ambientes que les proveían el sustento. Durante milenios no necesitaron cultivar sino que vivieron de lo que les brindaba la naturaleza, moviéndose dentro de su territorio para ir a los lugares de cacería o aprovechar las plantas en la época que sabían era de cosecha.
En Colombia se han hallado vestigios de estos primeros pobladores desde hace 16.000 años. Hace 5.000 años, según huellas registradas por los arqueólogos, muchos grupos decidieron asentarse y poner en práctica su gran conocimiento del medio para empezar a cultivar. Las poblaciones crecieron y con el tiempo nombraron líderes y caciques para coordinar su vida política y ritual. Hace sólo unos 2.500 años, estos líderes empezaron a usar la orfebrería como símbolo de su poder.
Las primeras huellas del hombre en el continente
Generalmente, los libros de historia inician la de América con la llegada de los europeos al Nuevo Mundo y prestan poca atención a los 30.000 años anteriores, cuando otros conquistadores más antiguos (de la Edad del Hielo) descubrieron y poblaron por primera vez nuestro continente, en medio de aventuras y escenarios que la arqueología nos ayuda a imaginar.
El enigma sobre el origen del hombre americano es uno de los capítulos más sugestivos de la investigación científica. Los arqueólogos han discutido largamente sobre la llegada de grupos humanos al Nuevo Mundo, y sus descubrimientos varían día a día gracias a los resultados de nuevas investigaciones a lo largo y ancho del continente, aunque quedan todavía muchos interrogantes por resolver. ¿Cuándo, por dónde y cómo llegaron los primeros pobladores del continente americano?
Desde comienzos del siglo XIX se sabe, por ejemplo, que nuestro continente fue poblado desde el exterior, es decir, desde el Viejo Mundo. Hacia mediados del siglo XX la arqueología ya era una disciplina científica y había logrado acumular numerosos datos que permiten suponer que América fue colonizada por distintas oleadas humanas antes de los españoles. Pero cada certeza conduce a más interrogantes: ¿el ser humano vino caminando desde Asia por el estrecho de Bering?, ¿bordeando en canoas el litoral Pacífico norte por las islas Aleutianas?, ¿desde Europa?, ¿desde el oriente asiático navegando por el inmenso Pacífico?, ¿o quizás desde la Polinesia por la Antártica?
Esta es una historia emocionante que podemos reconstruir con los débiles indicios que reúnen pacientemente los arqueólogos en sus excavaciones de huellas y restos enterrados, pues de épocas tan antiguas no hay documentos escritos.
Hoy, los trabajos científicos y los descubrimientos arqueológicos más actuales permiten documentar parte del enigma del origen del hombre americano. Sabemos que América fue poblada desde el exterior, por seres humanos de la especie Homo sapiens sapiens, cuyo cuerpo y mente eran ya tan desarrollados como lo son los nuestros en la actualidad y cuyos instrumentos les permitían hacer frente a todo tipo de ambientes. Esto ocurrió en una época bastante reciente, si se considera que la especie humana tuvo un único origen en algún remoto paraje de África hace cerca de cuatro millones de años.
Los arqueólogos han llegado al acuerdo casi unánime sobre que los primeros americanos salieron del norte de Asia y entraron en el Nuevo Mundo por la zona del estrecho de Bering. Los primeros pobladores del continente habrían llegado hace cerca de 20.000 años o tal vez algo más, ya que se cree que los grupos humanos pasaron en varias oportunidades durante la fase final de la llamada Edad del Hielo.
Los hombres de esta época -conocidos por los restos hallados en Siberia al norte de Asia- eran cazadores de grandes presas como renos, bisontes, caballos y mamuts lanudos, pero comían también moluscos, plantas, aves y otros mamíferos de menor tamaño como conejos, antílopes y ciervos. Su llegada debió ocurrir de forma accidental, caminando tras los animales que les servían de sustento. En efecto, durante ciertas épocas de la Edad del Hielo, Asia y América no estaban separadas: el nivel del mar había bajado y el fondo marino había sido ocupado por plantas y animales, y por los cazadores que con el tiempo se convirtieron en los primeros americanos.
Por Beringia, las tierras hoy sumergidas del estrecho de Bering, pasaron en distintas ocasiones gentes con herramientas y costumbres diferentes; por eso nuestro continente es rico en diversidad desde el principio de su historia. Esta gente no tenía urgencia por llegar a nuestro país, simplemente descubría nuevos territorios y ambientes dónde vivir. Poco a poco las poblaciones se fueron dispersando de una región inhabitada a otra, aumentando en tamaño y en diversidad cultural. Algunos llegaron, después de muchas generaciones, a lo que hoy es Colombia.
América a finales de la Edad de Hielo
El estrecho de Bering que actualmente marca el límite entre Asia y América fue durante las épocas más heladas del último período de la Edad del Hielo una amplia zona de tierra emergida, conocida comúnmente como Beringia, que unía ambos continentes. Ver mapa
Este puente terrestre apareció cuando los grandes glaciares estaban en su máximo, aprisionando millones de litros de agua en forma de hielo. La disminución de esa agua redujo el nivel del mar en más de 90 metros y dejó expuesta una llanura que unía fácilmente los 90 kilómetros que hoy separan a Siberia de Alaska. De hecho, esta llanura de aproximadamente 1.400 kilómetros fue, tal vez, el "puente" más ancho de que se tiene noticia: no presentaba ningún riesgo atravesarlo.
Beringia ofrecía a las bandas de cazadores que moraban en ella una gran diversidad de recursos alimenticios. Cerca de la costa había focas, morsas, leones marinos, peces y moluscos, así como aves acuáticas de varias especies cuyos huevos podían constituir un excelente alimento. Tierra adentro, la principal fuente de recursos provenía del caribú, el bisonte, el caballo y el mamut lanudo, que podían alternarse con algunas raíces, plantas y bayas. Al subir las aguas, los vestigios y huellas que hayan podido quedar de este viaje se encuentran hoy bajo el mar de Bering o esperan a ser descubiertos en algún remoto lugar de las costas de Alaska o Siberia.
El Cuaternario fue un período de grandes cambios de clima en el mundo entero. En varias ocasiones se formaron en nuestro planeta grandes casquetes de hielo llamados glaciares, que congelaron enormes volúmenes de agua de los océanos, haciendo bajar el nivel de las aguas, lo que a su vez despejó extensas áreas de tierra actualmente cubiertas por el mar. Pero no solamente las costas se movieron: el lento avance de los hielos y del frío hizo que los bosques y las praderas cambiaran de lugar y las áreas donde los grandes mamíferos solían vivir se redujeran considerablemente. Durante las épocas de mayor escasez muchos animales salieron de Siberia y, por el sur de Beringia, sin hielo, pasaron a Alaska, o viceversa.
A lo largo de las distintas glaciaciones del Cuaternario el puente estuvo varias veces abierto y cerrado. Hace 70.000 años, por ejemplo, pudieron entrar a Norteamérica especies de animales de la tundra y la estepa asiáticas; en las últimas aperturas del paso, hasta hace 9.000 años, vinieron los seres humanos.
Entre una glaciación y la siguiente hubo períodos denominados "interglaciares" con un clima más benigno que hacía retroceder los hielos. Aún al interior de cada glaciación hubo variaciones y el clima se hacía ligeramente más amable. Estos cambios climáticos mundiales influyeron también sobre las zonas tropicales, lejos de los polos, con otras consecuencias. En las regiones cercanas al ecuador y en las altas montañas de los Andes, el clima se hizo más frío y seco durante los periodos de avance glacial, pero no hubo hielos sino una reducción de los bosques, que fueron reemplazados por vegetación abierta de pastos y rastrojos. Al oriente de los Andes, donde hoy está la selva amazónica, se formaba en las épocas frías una llanura continua pero la jungla volvía durante los períodos de retirada glaciar.
¡Da frío imaginar esta fase final de la Edad del Hielo en nuestra cordillera de los Andes! En sus altiplanos y amplios valles debió ser frecuente observar perezosos y armadillos gigantes, grupos de caballos, osos, cerdos de monte, ciervos y mastodontes, entre otros. Pronto llegarían los humanos.
Las piedras cuentan su propia historia
Durante las primeras etapas de la humanidad no se conocía la agricultura, ni otras actividades más complejas como la alfarería o la metalurgia. Por cerca de las tres cuartas partes de nuestra historia los seres humanos hemos fracturando rocas para fabricar nuestras herramientas: de allí que los arqueólogos estudien con detalle esta tecnología para intentar comprender cómo vivieron las sociedades del pasado.
En realidad, los artefactos de piedra son tan solo una pequeña fracción de los objetos que hicieron y usaron los grupos humanos del pasado, pero muchos de los otros materiales que utilizaron para elaborar objetos de uso personal y para sus labores de subsistencia eran perecederos y sus vestigios se descompusieron con el tiempo. Con hueso, asta y madera hacían agujas con ojo, mangos, anzuelos, arpones y lanzadores de dardos. En ocasiones se han hallado objetos de cestería bien conservados, como canastos y sandalias, e incluso las pieles con las que se vestían o cubrían los pisos de sus viviendas, a manera de mullidos tapetes.
Artefacto significa objeto que ha sido hecho o manipulado por seres humanos con el propósito de cumplir una tarea específica. Antes de estudiar con detalle los artefactos de roca podríamos suponer que son "primitivos" y de manufactura sencilla, que son simples piedras irreconocibles de otras que produjo la naturaleza. Pero los restos dejados por las comunidades de cazadores y recolectores más antiguos demuestran su maestría en el manejo de la piedra. Solo la experiencia acumulada en la cultura pudo hacer que los hombres prehistóricos reconocieran las cualidades de unas u otras rocas, y por lo tanto seleccionaran las mejores materias primas y los materiales y técnicas con los cuales las trabajarían. Ver tipología arqueológica.
Los instrumentos de las culturas aborígenes más antiguas de nuestro continente variaron con el lugar y la época. En efecto diferentes grupos humanos, con culturas, conocimientos y destrezas distintos, habitaron al mismo tiempo en distintas regiones. Los arqueólogos, que buscan, fotografían, anotan y (solo después) recogen estos objetos en las localidades arqueológicas antiguas, clasifican estos vestigios según las regularidades y patrones que les permitan conocer cómo se hicieron, para qué se usaron o las diferencias culturales de la comunidad humana a la que corresponden. De esta forma definen categorías o tipos de artefactos y bautizan diferentes técnicas de manufactura.
Para elaborar sus instrumentos de roca lo básico era tomar un martillo de piedra, hueso o madera endurecida al fuego y golpear un trozo de sílex, de chert, de obsidiana o de otra roca no arenosa que se rompa dejando filos cortantes como el vidrio. Se golpeaba la materia prima directamente o bien apoyando un cincel entre ella y el percutor (el martillo) para obtener con mayor precisión astillas denominadas lascas o piezas alargadas llamadas láminas. El trabajo por medio de un golpeador duro dirigido contra el nódulo o núcleo de materia prima se denomina percusión directa, en tanto que el trabajo con la ayuda de un cincel de asta o madera dura recibe el nombre de percusión indirecta.
Según la forma de golpear el núcleo se fabricaba una gran variedad de utensilios. Las lascas con un largo borde cortante servían para tajar carne o para cortar, afeitar o desengrasar pieles, las que terminaban en punta para horadar cueros, las más pesadas y burdas para machacar, raspar o hender la madera y el hueso.
Después de obtener las astillas también se las podía retocar de forma delicada presionando sus bordes cortantes con un instrumento puntiagudo para separar escamas de menor tamaño. Así resultaba una más amplia gama de instrumentos finos como cuchillos, buriles, sierras y, entre otros, las puntas de proyectil capaces de perforar la gruesa piel de un mastodonte.
Colombia: la puerta de ingreso a Suramérica
Colombia -que dado su carácter de país simultáneamente centroamericano, caribeño y andino ha sido siempre un eje de flujo e intercambio entre las dos Américas- fue un punto estratégico de penetración y colonización de todo el sur del continente.
Los arqueólogos coinciden en señalar el Istmo de Panamá y la región del Darién colombiano como paso obligado de los primeros habitantes a Suramérica. Pero esa región es en la actualidad muy selvática y está cubierta por zonas pantanosas de difícil tránsito, ¿cómo pudieron estas antiguas comunidades atravesar sus frondosas selvas, casi inexpugnables?
Al igual que el paso por Beringia, las condiciones climáticas de la época glaciar generaron con el tiempo suficientes cambios para permitir la travesía de los grupos humanos a través del istmo. Al bajar el nivel de los océanos se formaron en las costas Pacífica y Atlántica de Panamá y Colombia grandes extensiones de llanuras litorales. Como también disminuyeron las lluvias, las selvas se redujeron; en las grandes extensiones de praderas y sabanas que se fomaron vivieron y pasaron los mastodontes, y tras ellos, los cazadores.
Pero no solo de mastodontes vive el hombre. Los seres humanos tienen una gran capacidad de adaptación a ambientes diversos -la llanura, la selva, la costa, la montaña, el desierto- y algunos de ellos explotan de manera simultánea distintos biomas. Sin embargo, no es posible ser por siglos una comunidad de cazadores y recolectores y al día siguiente decidir vivir de explotar la selva o el mar. Todos los saberes son distintos, todos los peligros son nuevos y todas las posibilidades del nuevo medio se desconocen. Pasar de explotar la costa a vivir en la selva puede tomar años, en tanto que avanzar bordeando las costas, de una bahía a la siguiente, significa menos esfuerzo. Es factible que varios grupos adaptados a diferentes medioambientes hayan sido los pioneros que trajeron a lo que hoy es Colombia sus diferentes costumbres y culturas. En Norteamérica prevalecían biomas más semejantes a los de las zonas altas de Mesoamérica, lo que facilitó sin duda la expansión de quienes vivían en ellos, pero allá no había climas tropicales como los de las tierras bajas de Panamá y nuestra región Caribe. Los grupos que hallaron ambientes adyacentes adaptados a su modo de vida pudieron pasar a ellos sin dificultad, y al enfrentar cambios tuvieron que adaptarse de manera gradual.
Una vez cruzado el Istmo, estas comunidades se encontraron ante un vasto mosaico de ambientes: grandes extensiones litorales cubiertas por manglares, estuarios, áreas ribereñas, sabanas secas y bosques húmedos; amplias y elevadas cadenas montañosas donde la temperatura y la vegetación cambian con la altura; valles profundos, ríos grandes y amplios e inmensas áreas pobladas de sabanas arboladas y selvas densamente tupidas que contrastan con desiertos. Las comunidades nómades adaptadas a diferentes entornos entraron y se movieron luego en diferentes direcciones.
Una espléndida cena de hace 8.000 años
No había amanecido aún, y el campamento se encontraba en un gran estado de agitación. Los niños corrían blandiendo palos de madera, en tanto que los muy pequeños lloraban en brazos de sus madres sin entender lo que sucedía: dos días atrás uno de los mejores rastreadores del grupo avistó un rebaño de venados de cola blanca y dio aviso a los demás cazadores.
Poco a poco llegaban al campamento los miembros de otras comunidades para hacer parte de la batida. Numerosas mujeres organizaban lo necesario para apoyar a los cazadores en las diferentes tareas que se esperaban, o recogían bayas y cerezas silvestres para acompañar la deliciosa cena por venir.
No muy lejos de allí, varios cazadores afilaban sus puntas de proyectil retocando cuidadosamente sus filos de piedra, y con tendones de venado las enmangaban en largas lanzas de madera. Los adolescentes novatos en la caza pero prestos a ayudar a sus mayores no sabían qué hacer, muy excitados. De repente, todo fue silencio. Ante una seña del mejor cazador, el grupo se dividió en dos y los cazadores comenzaron a avanzar por la planicie en contra del viento para no alertar a los animales. Un gran macho de astas ramificadas se alzaba en el horizonte y oteaba el viento en espera de alguna señal de peligro.
Poco a poco y con mucha paciencia, el primer grupo de cazadores avanzó agazapado entre las espesas hierbas de la planicie hasta formar un semicírculo invisible alrededor de la manada. Luego vino otra señal: se encendieron algunas antorchas y comenzó una gran correría hacia las presas. ¡Todos los cazadores gritaban al tiempo mientras blandían las teas encendidas! Los venados, presas del pánico, se lanzaron en desbandada hacia el este, el único lugar de donde no provenían gritos ni se observaban siluetas humanas. Las hembras corrían para proteger a sus crías y los cervatillos bramaban detrás de ellas. Cuando llegaron al borde de un elevado acantilado, perseguidos por los cazadores, los venados se despeñaron uno a uno sin darse cuenta de lo que sucedía, hasta que fue demasiado tarde.
Muy pocos miembros de la piara sobrevivieron a la maniobra de los cazadores. En tanto, en la parte baja del risco, el otro grupo de hombres daba cuenta de los pocos animales sobrevivientes a la caída y comenzaba a organizar las tareas de desprese y tasajeado de las piezas cobradas. Luego de los gritos y abrazos que celebraron la victoria, se dio aviso al campamento principal y nuevos individuos arribaron al sitio para participar de las actividades de carnicería y curación de las pieles.
Algunos cortaron leña y, al final del mediodía, ya existía un nutrido grupo de habitaciones sencillas en el borde de la pared de roca donde todos se dedicaban a uno u otro quehacer. Casi todas las partes de las presas se empleaban para una u otra cosa: se cortaban los tendones para ser empleados como cuerdas; se curtían las pieles para que no se malograran con la intemperie; con los huesos descarnados se avivaban las hogueras y los órganos eran puestos a cocer aprovechando la grasa que proveía la carne misma. Algunas mujeres golpeaban con rocas duras, a manera de percutores, los huesos largos, las vértebras y los cráneos; extraían la médula del hueso y los sesos y los ponían en bolsas de cuero con agua y piedras calentadas al rojo vivo para preparar caldos, sopas y colaciones.
Al final, todo estaba listo para la celebración. De la comida, dispuesta en igual proporción para cada familia, los cazadores tomaron las piezas más valiosas como el hígado y el corazón. Los siguieron en orden las mujeres y los niños. Estos, por cierto, danzaron alrededor de las hogueras para revivir la escena de caza de este día memorable, mientras los adultos cantaban y tocaban las flautas de hueso y las ocarinas de concha de caracol propias para tal ocasión. Ojalá el año entrante la caza del despeñadero sea así de buena, y podamos volver a encontrarnos en un festín como este con los miembros de otras bandas, cuando migran las manadas de venados.