Casilda Zafra
Nombre | Juana Béjar |
---|---|
Fecha de nacimiento | 10 de abril de 1782 |
Nacionalidad | Colombiana }} |
Ocupación | Primera Mujer Sargento Mayor de la Caballería Colombiana |
País de nacimiento | Virreinato de la Nueva Granada actual República de Colombia, }} |
Ciudad de nacimiento | Tame, Casanare. |
Fecha de fallecimiento | 28 de julio de 1819 |
Biografía
A pesar de la cantidad de mujeres que participaron de manera trascendental en la campaña libertadora, desde sus etapas iniciales en servicios tan disímiles e importantes como la alimentación y el espionaje de las acciones del ejército realista, durante las batallas con disfrazada valentía y en la resistencia posterior –con todas las dificultades económicas que tuvo el origen de las patrias bolivarianas–, sigue siendo lastimosamente escasa la información que refiere sus gestas.
En el caso específico de la dadivosa Casilda Zafra apenas tenemos tres datos de los cuales el tercero es tan curioso como difícil de creer: que su nacimiento ocurrió, como su austera existencia, en Santa Rosa de Viterbo; que le regala a Simón Bolívar su histórico caballo blanco que posteriormente sería la otra mitad del centauro en las batallas de Bomboná y Junín; y que además de ser campesina era adivinadora, y que había tenido un sueño en el que nacía de una yegua suya un hermoso potro blanco y que “además se lo regalaría a un destacado General. Bolívar, a través de su guía, solicitó entonces a Casilda que le guardara el potro que su yegua estaba próxima a parir” (1). Lo que sí ha notado la historia y la observación popular es el misticismo que siempre guardó la belleza y la gracia de Palomo:
Casilda Zafra, maestra de escuela de Santa Rosa de Viterbo, así bautizada por don Ignacio de Valdepinos como muestra de la añoranza por sus tierras de Italia, había alimentado al Palomo con espigas de trigo verde, flores de azucena y cogollos de hierba iluminada por la luna; y por eso sabía que en sus lomos solo tendría cabida un héroe que, dominándolo, dominara también a los que había encarcelado la libertad (2).
En la primera visita que el Libertador hizo a Quito, junto a la importantísima Manuela Sáenz, a mediados de 1822, aún era evidente el especial cariño que tenía por su caballo boyacense. Sobre ese vínculo se recordaba que:
Bolívar amaba su caballo como una parte de su ser. El noble bruto lo reconocía desde lejos. Al ruido de sus pasos, al timbre de su voz, relinchaba, ponía en plumero la cola, piafaba, en fin hacía mil corvetas. Al montarlo temblaba de respeto (3).
La magia, energía y garbo de ese caballo se nos vuelven casi imperceptibles, a pesar de que su figura sea todavía tan cotidiana que aparezca en las plazas de incontables municipios en casi todos los departamentos de Colombia, y en otros trece países alrededor del mundo, esas esculturas ecuestres, tanto como las independencias de nuestras naciones, son lo que son y lo que fueron gracias a la generosidad de otras Casildas todavía menos remembradas y al brío de otras vidas igual de inmortales a la de su equino más famoso.