José Asunción Silva

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José Asunción Silva
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Nombre José Asunción Silva
Bachillerato colegio de Ricardo Carrasquilla, y luego al colegio de don Luis María Cuervo
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Poeta y prosista bogotano (noviembre 27 de 1865 - mayo 23 de 1896). Sobre José Asunción Silva, el poeta mexicano José Juan Tablada afirmó: Silva no tiene una biografía sino una leyenda. Vivió ayer, es nuestro hermano y no obstante retrocede hundiéndose en el pasado, tomando entre sus brumas prestigios de héroes y encantos de fantasmas. Hijo de doña Vicenta Gómez y don Ricardo Silva, escritor de artículos costumbristas y comerciante, José Asunción Salustiano Facundo Silva Gómez Llevaba el mismo nombre de su abuelo, José Asunción Silva y Fortoul, quien, un nefasto miércoles 13 de abril, un año antes de que naciera el nieto, murió asesinado en la hacienda Hatogrande.

Los hermanos Silva Fortoul habían comprado esta hacienda (hoy residencia veraniega de los presidentes de Colombia) a los herederos del general Francisco de Paula Santander. La noche del 12 de abril de 1864, una cuadrilla de ocho hombres capitaneados por Pantaleón Suárez, irrumpió hacia las ocho en la hacienda en busca de los patrones. Rápidamente, los hermanos Silva se dieron cuenta de cuáles eran las verdaderas intenciones de los visitantes; don Antonio María se dirigió a su habitación en compañía de su hermano, donde cogió su revólver y seguido siempre por don José Asunción, que era bastante miope, intentó llegar, atravesando la quinta, hasta la casa del mayordomo; pero, antes de que lograran su objetivo, los dos hermanos fueron alcanzados por los asaltantes, José Asunción fue el primero en ser atacado, con un fuerte golpe en la cabeza. Antonio María fue herido en la sien, y luego los dos hermanos fueron agredidos a patadas, culatazos y lanzazos, hasta que los creyeron muertos.

José Asunción agonizó en la casa del mayordomo y murió al día siguiente. Antonio María fue gravemente herido y viajó a Europa, esperando encontrar allí mejor atención médica y mayor seguridad personal. Antonio María siguió siendo el propietario de Hatogrande desde París, donde se residenció, hasta morir veinte años después, a los sesenta y cuatro años de edad, cuando esperaba la llegada de su sobrino José Asunción Silva, a quien deseaba conocer. A diferencia de Elvira, su hermana, quien nunca estuvo en un colegio y a quien su padre se esmeró en dar una educación en casa acorde con su medio social, José Asunción Silva fue enviado a estudiar primero al colegio de Ricardo Carrasquilla, y luego al colegio de don Luis María Cuervo (hermano mayor de don Rufino José y de Angel), con quien José Asunción llegó a tener gran intimidad.

El colegio de Cuervo, llamado de San José, se destacaba por su ambiente democrático y Silva estudió en él hasta 1876, cuando se cerró; de allí pasó al Liceo de la Infancia, regentado por su fundador, el sacerdote y educador Tomás Escobar. Desde los trece años José Asunción ayudó en la casa de comercio de su padre, quien le dedicó en 1883 su único libro publicado: Artículos de costumbres, aparecido ese año y con prólogo de José Manuel Marroquín. A tan temprana edad, Silva ya era autor de un álbum de versos, Intimidades, en el que figuran su hermana Elvira, junto con varias amigas unidas al joven por vínculos de amistad, y tal vez, de amor.

A comienzos de los ochenta, su mirada estaba ya artísticamente puesta en Europa, en ese París al que los hermanos de don Luis Cuervo, Angel y Rufino José, se fueron a vivir en 1882, acompañados por los jóvenes hermanos Manrique, y a donde viajó tres años más tarde el poeta. En un piso de la calle Pigalle, vivía desde hacía veinte años don Manuel María Silva y Fortoul, el anciano tío abuelo de José Asunción. Silva debió relacionarse en París con la colonia venezolana, pues debe recordarse que los Fortoul procedían de la región limítrofe entre Colombia y Venezuela. Hizo gran amistad con los hermanos Cuervo y con don Juan Evangelista Manrique, a quien conocía desde niño, y con el que se reunía en una tertulia todos los viernes en París.

En 1885 Silva conoció a Stephane Mallarmé: se presentó un martes a comienzos o mediados de octubre en la casa del poeta francés. Mallarmé era un hombre de cuarenta y tres años, hasta entonces relativamente desconocido, pero que se hallaba al borde de la fama. Sin duda alguna, el joven José Asunción, de diecinueve años, fue uno de los curiosos que entraron en el piso de la calle de Roma con el corazón palpitante y deseosos bien de convertirse en uno de los asiduos, bien, si lo anterior resultara imposible, de propiciar al menos un intercambio con el poeta. Poco después, José Asunción Silva empezó a planear el viaje de regreso a Colombia a través de Inglaterra, donde, por instrucciones de su padre, debería llevar a cabo varias gestiones de tipo comercial; viajó a Londres y regresó a Bogotá en marzo o abril de 1886.

Primero de los hijos, debe situarse el origen de una cierta conciencia de elegido, pero también de una prematura relación con la muerte. Algo que sin duda marcó la infancia y juventud de José Asunción fueron las tertulias literarias que don Ricardo, uno de los máximos exponentes de la literatura costumbrista colombiana, organizaba con los cultivadores del género en la casona de la calle doce. En ciertas ocasiones, la tertulia se improvisaba en el mismo almacén, donde don Ricardo intentaba combinar el buen gusto y los negocios, siguiendo los pasos de su padre, quien también había sido un comerciante más bien poco ortodoxo. De ese ambiente saturado de literatura con sabor a terruño está impregnado el espíritu del joven José Asunción, lo que alcanza a trasuntarse en sus poemas más tempranos, incluido "Primera comunión", escrito el 8 de diciembre de 1875.

Desde su juventud -afirma Harold Alvarado Tenorio-, conoció Silva los dos polos de su vida, el dinero y los libros, y combatiendo entre estas fronteras moriría. En 1886, con la memoria aún fresca del viaje, Silva se relacionó con un grupo de jóvenes poetas capitaneados por José María Rivas Groot, quienes deseosos de conquistar un horizonte diferente para la poesía colombiana -a la postre no tan nuevo como lo sería el modernismo, dada la inspiración más bien post-romántica del grupo- concibieron la idea de publicar una antología poética titulada La Lira Nueva. Uno de los miembros, Carlos Arturo Torres, conoció a Silva cuando éste todavía parecía recién llegado de Europa, en la imprenta de Medardo Rivas, donde se reunía habitualmente el grupo. La célebre antología, que representa un hito en la historia literaria del país en ella unos han querido ver la entrada del modernismo a Colombia, y otros, más cautos, sólo una antesala del mismo- apareció en 1886 con ocho composiciones de Silva: "Estrofas" (luego "Ars"), "Voz de marcha", "Estrellas fijas", "El recluta", "Resurrecciones", "Obra humana", "La calavera" y "A Diego Fallon" (luego "La musa eterna").

En cuanto al Parnaso colombiano, la otra gran antología, publicada por Julio Añez casi coetáneamente (los primeros fascículos empezaron a aparecer en 1884, aunque la edición definitiva de dos tomos es de 1886-1887), Silva participó con una muestra más pequeña, pero no menos significativa: "Las crisálidas" y "Las golondrinas". Estas dos participaciones constituyen, sin duda, su verdadero lanzamiento literario. Don Ricardo Silva, su padre, murió el 1 de junio de 1887, en la casa de la calle 12 número 93. Pero no fue solamente la triste pérdida lo que ensombreció y trastornó totalmente el ambiente familiar; al asumir José Asunción la dirección de los negocios paternos, descubrió que hasta entonces su familia había vivido en una falsa bonanza, basada en créditos respaldados únicamente en la confianza que los acreedores tenían en don Ricardo. Silva intentó, sin embargo, mantener el nivel social del hogar y del almacén, trayendo nuevas y elegantes mercancías.

Pero las tertulias de mostrador y la afluencia de clientes mermaron considerablemente y, además, la quiebra fiscal en que se hallaba el país lo obligó al pago inmediato de las deudas pendientes. Por ese entonces Silva conoció a don Baldomero Sanín Cano, con quien mantuvo una sólida amistad, a pesar de los disímiles caracteres. Se reunía también con José María Rivas Groot, Clímaco Soto Borda y Daniel Arias Argáez, entre otros. Así recordaba Sanín Cano al poeta Silva: Adquirió por herencia la afición a las letras, se hizo conspicuo en ellas por su propio esfuerzo. Quizá la misma obligación de atender a actividades que no habían menester un estricto empleo de altas capacidades mentales tendía singularmente a estimular los estudios de otro género. Llegó a conocer satisfactoriamente el francés: lo hablaba con cierta afectación, pero muy correctamente, y lo escribía con claridad y elegancia.

Sabía inglés: leía con facilidad obras un tanto abstrusas en este idioma y se expresaba en él con dificultad pero con eficacia. Tenía, en el año 1887, cuando empezó nuestra amistad, conocimientos extensos en varias literaturas y una vasta aunque fragmentaria información sobre muchas regiones del conocimiento humano. Sus aficiones predilectas eran entonces, y lo fueron aún más en el curso de sus pocos años de vida, la literatura francesa y la poesía de esa y otras lenguas. Su capacidad de entender y asimilar, su memoria, la extensión de su fantasía, el poder de su imaginación llegaban casi a las fronteras del genio. Se añadía a estas pasmosas características de su ser espiritual una facultad sorprendente de imitación.

Era enemigo de prodigarse en este género de expansiones aun con sus mejores amigos, pero en la conversación ordinaria, al citar frases de gente conocida o fragmentos de conversación, naturalmente, sin darse tal vez cuenta de que reproducía por el tono, por la voz, en ideas y vocabulario, los ademanes y el pensamiento de los personajes de cántara, dejaba en los oyentes la impresión de que escuchaban en ese momento y aún veían a los sujetos de quienes se hacía memoria. Esto ha de tenerse presente en un estudio de la obra y la constitución espiritual de Silva. Esta excepcional virtud imitativa, auxiliada de la imaginación y de una rica experiencia en el conocimiento de los hombres, son auxiliares magníficos en la obra del poeta.

Entre 1889 y 1891, Silva escribió "Ronda", más conocido como "Nocturno II" y "La protesta de la musa", en prosa. Durante cinco años, Silva luchó por salvar de la ruina los negocios de su padre, mientras ocultaba ante su familia y la sociedad el grave estado de las finanzas familiares. Arias Argáez, uno de sus confidentes, contó: A pesar de mis estrechas relaciones con José Asunción, jamás me hizo la más leve confidencia al respecto, ni me dejó comprender el pésimo estado de su situación económica. La ruina material parecía venir con celeridad, pero el derrumbe moral le antecedió. El 6 de enero de 1891 su hermana Elvira cayó enferma de neumonía, según el diagnóstico del doctor Josué Gómez, y falleció cinco días más tarde. La partida de defunción fue firmada por el cura de la catedral, Rafael María Carrasquilla.

Entre los poemas que se dijeron en honor de Elvira Silva después del sepelio, sobresalió el escrito por Jorge Isaza, amigo muy cercano de la familia. La muerte de su hermana fue, tal vez, el golpe más fuerte sufrido por José Asunción hasta entonces. Cubrió el cadáver de su adorada hermana y confidente con lirios y rosas, y lo ungió con perfumes. Por varios días, José Asunción no pudo levantarse de la cama, y cuando por fin volvió a sus negocios, Llegaron a cobrarle el entierro y no tenía en caja ni los seiscientos pesos de la deuda. La situación fue tal que hasta miembros de su familia llegaron a humillarlo; doña Vicenta achacaba la ruina al afán de Silva por los versos.

Se acumularon hasta cincuenta y dos ejecuciones judiciales en su contra; no obstante, el poeta no escatimó esfuerzos para revivir la antigua prosperidad. Escribió cartas hasta de ciento tres páginas a los acreedores; cambió mercancías por las deudas contraídas; llegó a innovar la forma de hacer publicidad en Bogotá, copando con un anuncio del almacén "R. Silva e hijo", la primera página de El Telegrama; e incluso escribió un cuento para promocionar los pianos Apollo con sordina que él vendía. Intentó, por otro lado, hacer negocios con fincas cafeteras, pero en 1892 llegó la ruina y la quiebra de la totalidad de sus empresas. Según Camilo de Brigard, él, de tan depurado y exquisito gusto en su obra poética, no había podido sustraerse el esnobismo fin de siglo que predominaba en el mundo, y especialmente en Francia.

Gustaba de vestirse bien, tal vez en forma exagerada para la época, amaba las obras de arte, las joyas, las ediciones de lujo, los cigarrillos turcos, el té chino. Austero en su vida afectiva, vivía obsesionado con el lujo, como lo demuestra la confesión que por boca de su héroe, José Fernández, hace en su novela De sobremesa. Con su quiebra todos aquellos sueños de lujos y de grandezas quedaban irremisiblemente cancelados. En esa lucha, de detalles minúsculos pero gigantesca, entre él y sus acreedores, en que había agotado los cinco mejores años de su vida, aquéllos habían terminado por triunfar. La sociedad no le perdonaría jamás ,su derrota. Era un gran vencido.

En 1893, Silva se vio obligado a abandonar la casa paterna en el aristocrático barrio de La Catedral, para trasladarse a una mucho más modesta en el barrio de Las Aguas, de clase media. A pesar de sus reveses económicos, Silva continuó su labor poética de manera incansable. Trabajó como periodista de tiempo completo en El Telegrama, redactando con Sanín Cano la columna "Casos y cosas". Para ese entonces, Silva era reconocido como gran poeta e intelectual por todo el país. Fue amigo de Rafael Uribe Uribe, de Carlos E. Restrepo e Ismael Enrique Arciniegas. Simpatizaba con los liberales a pesar de su descreimiento en los partidos y en la política.

Fue nombrado secretario de la legación colombiana en Caracas por el encargado del poder, Miguel Antonio Caro, influido tal vez por doña Vicenta y su antigua amistad con don Ricardo Silva. El nombramiento fue firmado por el señor Caro y su ministro de Relaciones Exteriores, Marco Fidel Suárez, el 5 de mayo de 1894. Para el 20 de agosto, Silva se hallaba en Cartagena. Allí el recibimiento que se le brindó fue apoteósico; en una mañana recibió hasta quince visitas, la gente se sabía de memoria el "Nocturno" famoso, fue recibido por Rafael Núñez y su mujer, Soledad Román, tenía en su poder una fotografía de Elvira Silva. El 3 de septiembre, esperanzado en una nueva vida, se embarcó en un vapor italiano; llegó a Caracas el día 11.

Allí fue acogido con cariño y admiración, no por su cargo diplomático, sino por ser ya una figura destacada de la intelectualidad latinoamericana. Fue amigo del escritor Pedro Emilio Coll. En la capital venezolana, Silva tuvo abrumadores deberes diplomáticos por la inoperancia de su jefe, el general José del Carmen Villa. Las relaciones con éste fueron muy desagradables. Lo llegó a acusar de connivencia con los rebeldes liberales. En Caracas, Silva se dedicó a observar la vida económica del país para así poder salir de la maldita pobreza, y a escribir sus "Cuentos negros" y la novela "Amor'. También dedicó tiempo a las relaciones literarias.

Extrañamente, al finalizar el año 1894, solicitó al Ministerio de Relaciones Exteriores una licencia para ir a pasar un mes a Bogotá. Embarcó en el vapor Amérique, de la francesa Compañía General Trasatlántica, el 21 de enero. Siete días más tarde, la nave encalló en un banco de arena cerca de las Bocas de Ceniza; todos los ocupantes salvaron sus vidas, pero se perdió el equipaje y en él la primera redacción de la novela De sobremesa, los esbozos de la novela "Amor" y gran parte de la obra poética. Es fácil darse cuenta de la pesadilla que ha debido ser para una organización espiritual tan delicada, las escenas del naufragio y la expectativa torturante del auxilio estando la costa a vista de los necesitados de socorro.

Gentes que trataron a Silva después de su llegada a Bogotá, dicen haber adivinado en él hondas señales de preocupación, antecedente de un desequilibrio de las facultades, comentaba Baldomero Sanín Cano. De retorno en Bogotá, la situación económica familiar había tocado fondo. Aunque José Asunción empezó a dar muestras de una grave depresión nerviosa, no por ello flaqueó y dedicó su tiempo a dos ocupaciones: la reconstrucción de su obra literaria, principalmente de la novela De sobremesa, y la estructuración de una fábrica de baldosines, basada en una formulación química de su autoría. Con entusiasmo inusitado se dedicó a conseguir, por medio de suscripciones, el capital necesario. Consiguió máquinas y oficinas, patentó las formulaciones, pero el dinero nunca apareció.

A este respecto escribe Emilio Cuervo Márquez: El desequilibrio entre Silva y su medio parece que estaba, como se ve, consumado. Pero no era esto todo. Silva, que poseía muchas relaciones, carecía de amigos. Los que hubieran podido serlo por su elevada posición social, eran en lo general jóvenes que no entendían de literatura, a quienes poco interesaban; salvo algunos de las Gotas amargas, los versos de aquel tipo un tanto excéntrico, que no gustaba del licor, que no había aceptado hacerse socio del Jockey Club, que no daba puñetazos y que era incapaz de montar un potro bravío y de ganar una carrera de honor en el hipódromo de la Mágdalena.

Los que pudieran haberlo sido por confraternidad literaria, o eran viejos maestros que habían segado sus laureles en los huertos clásicos, miembros de la Academia Colombiana de la Lengua, correspondiente de la Real Española, y que miraban con desconfianza al joven innovador que ya se había encargado de proclamar que los críticos, oh manes de Tamayo y Baus!, no lo entenderían, o eran jóvenes llenos de talento, representantes del chiste bogotano, que hacían chispeantes epigramas y hablaban de literatura en famosos bodegones, en torno de la mesa guarnecida de copas. En la noche del 23 de mayo de 1896, tras una pequeña velada con amigos, José Asunción Silva sé disparó un tiro en el corazón, donde previamente se había hecho dibujar una cruz por el médico y amigo de infancia Juan Evangelista Manrique.

Cuando se supo la noticia, uno de los primeros en llegar a la casa del poeta fue Emilio Cuervo Márquez, quien narró así su último encuentro con Silva: Se me introdujo a su alcoba. Todavía el cadáver no había sido colocado en el ataúd. Allí estaba el poeta, a medio vestir, incorporado en el lecho, sostenido por almohadas, cubierto hasta la cintura por los cobertores, un brazo recogido sobre el pecho, el otro extendido sobre las sábanas, la cabeza de Cristo ligeramente tronchada sobre el hombro izquierdo, los ojos dilatados y los labios entreabiertos, como si interrogase a la muerte. Una paz sobrehumana había caído sobre su rostro de cera [... ] Largo rato después de mi llegada se me comunicó que la madre del poeta nos comisionaba a don Luis Durán Umaña y a mí para practicar una visita en la oficina de José Asunción.

Esa oficina [...] la conocíamos bien. En un cajón del escritorio encontramos una libreta de cheques del Banco de Bogotá. Ansiosamente la examinamos. El talón del último cheque, girado el día anterior, decía textualmente: "A favor de Guillermo Kalbreyer, florista. Un ramo de flores para la Chula $ 4.00". La Chula era el nombre de cariño que en la casa se daba a la hermanita menor de José Asunción [... ] Hecho el balance sobre la misma libreta, descubrimos que el saldo disponible en el banco alcanzaba a pocos centavos. El valor de las flores obsequiadas a su hermana representaba el capital de Silva en el día de su muerte. [...] Era un mediodía luminoso. Después de llenadas las formalidades de autopsia en la oficina médico-legal [...], y durante la cual los asistentes nos dispersamos en el vecino jardín, el largo cortejo siguió camino del cementerio de los suicidas, situado no lejos del lugar en donde se depositaban las basuras de la ciudad. [Sobre la obra de Silva ver tomo 4, Literatura, "El poeta José Asunción Silva", pp. 125-132 y 151-157].

Bibliografia

Parientes

Citas dentro del texto

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