El Atrato: río de ensueños, poesías y cantos

De Enciclopedia | La Red Cultural del Banco de la República
El Atrato: río de ensueños, poesías y cantos
Río Atrato Región del Medio Atrato, visto desde el aire. Autor: Luukslegers
Datos generales
Nombre El río Atrato
Autor Artículo escrito por la investigadora Adriana Elisa Parra Fox
Fecha de creación 20/10/2023
Ubicación Pacífico colombiano
País


Introducción

Pensar y hablar del río Atrato es hacer una catarsis de remembranzas que emergen de lo profundo del ser y, cual aguas encantadas que recorren las venas, desembocan en nostalgias, sonrisas y recordaciones de ensueños. Este escrito ofrece una mixtura de información y datos que lo transportarán por la exuberante geografía del Chocó, desde su historia fascinante, su economía y cultura, pasando por las riberas de su poesía y el cadencioso compás de su música, hasta desembarcar en el exquisito puerto de su tradición. Desde allí, podrá apreciar el desarrollo social y económico de los pueblos recorridos. De manera orgánica y amena, se entretejerá esta información en una sinfonía de voces de diversas personas, como un bello cuento que, esperamos, sea leído con expectación.

Cuando pienso en el río Atrato, siempre viene a mi memoria la composición del maestro Miguel Vicente Garrido Ortiz:

AGUAS DEL ATRATO

Majestuoso y ancho río

de mis delirios de ayer

tu sonrisa siempre dulce

que me llenaron de ardor.

Yo quisiera como en prueba

de mi encendido querer

decir suaves palabras

que serán la esencia

de mi eterno amor.

Aguas del Atrato

que en tu marcha

lenta regaste el germen de una rosa

que tú ves nacer.

Quien fuera canoa

para estar besando

el agua fresca de tu cauce

que no cesa de correr.


En respuesta a la invitación que me hizo el Banco de la República a escribir, en su serie de los ríos de Colombia, sobre el majestuoso río Atrato, pongo en sus manos este escrito. ¡Qué honor!

Contexto

En el Chocó, mi tierra, se conjugan y entrelazan copiosas y significantes barreras al desarrollo: un clima trópico-húmedo malsano; los rastros aberrantes del imperdonable daño ambiental causado, por más de 300 años, por la insaciable sed de la minería desenfrenada de oro y platino; suelos empobrecidos y lavados; guerrillas, paramilitares, narcotráfico; el desplazamiento forzado interno estimado en uno de cada cinco personas que viven en las zonas rurales; la desbordada corrupción y la falta de infraestructura; barreras geográficas y étnicas que, junto a supersticiones de todo tipo, lo aíslan del resto del país. En las últimas décadas, esta franja de tierra —el Chocó—, ha sido golpeada por las bandas criminales, disidencias y delincuencia común que han causado el éxodo de comerciantes, maestros y personas que, mediante su trabajo, han forjado un mejor vivir. La violencia ha traído desolación y ha acentuado aún más la pobreza de sus habitantes. Ellas y ellos son objetivos de estas bandas extorsionadoras. El no pagar las vacunas o impuestos determinados por ellas, y tras un tiempo perentorio, implica que estas familias se vean forzadas a huir hacia otros lugares de Colombia y empezar, entre el miedo y la incertidumbre, una nueva vida. Por lo general se establecen en Medellín, Bogotá y Cali, lejos del encantador murmullo de sus ríos de ensueño. Por supuesto que un análisis exhaustivo de estas barreras al desarrollo demandaría un tiempo considerable. Pero, al no ser esta la pretensión de este escrito, nuestra atención se centrará en el río Atrato.

Quien visita por primera vez el Chocó, se encuentra con un departamento ubicado en la esquina noroeste del mapa de la República de Colombia, besando el océano Pacífico y el mar Caribe, palpando la frontera con Panamá. Una superficie de aproximadamente 46.530 km2 lo coloca noveno en orden de tamaño en Colombia. La población del Chocó difícilmente asciende a medio millón de habitantes. En su Censo Nacional de Población y Vivienda de 2018, el DANE reporta el Chocó con una población de 457.412. Con toda probabilidad somos más. La densidad de población está ligeramente por encima de 10 personas por km2. Más de la mitad de la población vive en solamente cinco de los 30 municipios del departamento, todos los cinco dentro de la zona tradicional de minería. Los porcentajes dados por el mismo Censo como autorreconocimiento étnico son: indígena 16% y negro, mulato, afrodescendiente, afrocolombiano 78,9% (el 5% reporta ningún grupo).

Pese a que el DANE en 2022 reporta una tasa de desempleo en el Chocó de 12,5%, —apenas el sexto debajo de 23 departamentos—, los porcentajes de pobreza monetaria y pobreza monetaria extrema en 2022 fueron de 63,4% y 33,3%, mientras que las cifras porcentuales en el ámbito nacional fueron de 39,3% y 12,2% respectivamente. Más preocupante aún es el hecho de que, mientras la tasa de pobreza extrema en el resto del país disminuyó en el 2013, Quibdó fue la única ciudad en el país en la cual, la tasa de pobreza extrema, aumentó en el mismo periodo (El Tiempo. 2014).

El río Atrato

El Chocó es lo más parecido a una acuarela palpitante donde la naturaleza viva irradia su exuberancia. Es el lugar de los ríos y el Atrato es su principal vía navegable. En la mística intimidad entre el hombre y su entorno, el río Atrato ha inspirado a poetas, cultores, decimeros, cantaoras, lavanderas, bogas, pescadores, turistas, niños, jóvenes, mujeres, hombres, Indígenas, Afros, aves. En fin, a todos los que nos hemos mecido en su regazo, el Atrato ha dejado su marca indeleble en nuestros corazones.

Cuando miramos a la historia, vemos que en sus anales se habla de este río desde 1511, o sea, más de 500 años de recorrido, de conjugar las emociones, pensamientos y sentimientos de quienes surcan su encantador cauce. Se dice que cuando el español Vasco Núñez de Balboa lo navegó en 1511, encontró un río de un gran caudal —de hecho, es el tercer río más navegable de Colombia después del Magdalena y el Cauca y uno de los más caudalosos del mundo—, lo bautizó el río San Juan por ser el día del Santo cuando él pasó. Más tarde los españoles lo llamaron el río Darién, probablemente, por confundirlo con el nombre de otro río de la región, mucho más pequeño, que hoy se conoce como río Tanela. Finalmente, quedó el nombre Atrato. Hay quienes piensan que se trata de un término comercial, por el hecho de que, en 1698, la corona española prohibió la navegación sobre el río con el fin de parar el contrabando con los ingleses y holandeses. Sin embargo, el antropólogo sueco Sven-Erik Isacsson despejó la duda, al documentar que los españoles, al penetrar el Chocó por tierra hacia el sur en búsqueda del oro, medio siglo antes de la prohibición de navegar, encontraron que los indígenas Citarabiraes lo llamaban Atrato. La costumbre de usar este nombre vino, río abajo, por la importancia económica que tomó la región en la parte alta del río. La autora y biógrafa de Vasco Núñez de Balboa tradujo el vocablo Atrato como “río del abuelo”, expresión que encuentro altamente apropiada.

Las primeras aguas del río Atrato brotan en los Farallones del Citará en el Cerro del Plateado, sobre una cota de 3.300 metros en el municipio de El Carmen de Atrato, en la cordillera Occidental de los Andes. Conforme se abre paso por una geografía extensa colmada de vida, bajo el atisbo de los monos y el canto de las guacamayas, el Atrato sorbe las aguas de ríos afluentes como Cabí, Negua, Quito, Munguidó, Beté, Buey, Bebará, Bebaramá, Tagachí, Murry, Arquía, Buchadó Bojayá y otros, pasa raudo por poblaciones ubicadas a sus orillas como Vigía, Quibdó, Río Sucio con su gran caudal que no cesa de correr, hasta desembocar, luego de un extenso recorrido, en el golfo de Urabá, en el mar Caribe.

Al beneficiarse de las bondades del recorrido del río Atrato en un tramo considerable de su comarca, el departamento del Chochó es considerado una de las zonas con más pluviosidad del Planeta y lleva sus aguas hasta el Darién. En este itinerario deja estelas de vivencias y memorias, como dice la profesora Denna: «cuando vivíamos en el voladero de las Pavas era bonito ver llegar las canoas llenas de plátano y frutas que los bogas amarraban en la noche dejando todo el producto que traían y cuando llegaban a la mañana siguiente encontraban todos sus productos, no se perdía nada». Cuenta ella que su mamá tenía un restaurante y los bogas llegaban a comer allí, ellos eran los comensales. Ya el voladero de las Pavas no existe y sobre él se construyó el Malecón de hoy día, pero, otrora, ese era el puerto de la ciudad de Quibdó en donde llegaba toda clase de embarcaciones. En la actualidad también siguen llegando embarcaciones y, desde allí, se genera el comercio, solo que las casas palafíticas desaparecieron dándole paso a la construcción bella y moderna del malecón de Quibdó.

A la profesora Matilde solo le basta sacudir un poco su memoria, para hacer resucitar la añoranza que le deja el río Atrato. Entre remembranzas y nostalgias, encuentra los sonidos de los barcos a vapor que venían de Cartagena y Barranquilla, con mercancías como telas, perfumes, cemento, cobijas, adornos, que los comerciantes y contrabandistas vendían a los clientes ávidos de cosas innovadoras, que residían en la Villa de Asís. La profesora Matilde dice que, aunque vivía en el barrio el Silencio, retirado del puerto, siempre escuchaba el sonido de los barcos y los vecinos decían: «llegan los barcos de Cartagena con nuevas mercancías». Ese sonido todavía vive en su memoria. Para los chocoanos el río Atrato es la vida misma, es la fuente de alimentación, de transporte, de recreación y esparcimiento, de inspiración, el pilar de la economía. El Atrato es el amigo que provee y entiende, es el confidente.

A pesar de todas las bondades que aún nos provee, el río Atrato confronta hoy los desafíos y embates del siglo XXI, entre ellos, el de una sociedad indiferente, avariciosa, centrada en sí misma y, sobre todo, ocupada en su sobrevivencia. Para aquellos que moran a sus orillas, el Atrato, es su fuente de vida; un enunciado de su propia existencia. Este sentimiento y esta expresión está en el tuétano de sus imaginarios y lo toman y repiten sistemáticamente. El vínculo que conecta el río Atrato con estas personas, es lo más parecido al sentimiento de la madre que es bondadosa con sus hijos, pero también estricta. Y así como lo hace la madre, el Atrato nos muestra su bondad proveyéndonos el alimento a través de la diversidad de los peces que crecen en sus aguas, como medio de transporte que nos permite la comunicación e interacción con otras personas de la región o de otros lugares, como nuestro principal escenario de recreación. Al permitirnos ejercer el oficio de sacar su arena, venderla para la subsistencia al igual que la práctica de la minería artesanal que ha sido, desde los inicios, un mecanismo para contribuir al bienestar de las familias, el Atrato representa también nuestra fuente de empleo. Pero si hablamos de los intangibles, miramos al río Atrato como matriz de inspiración de artistas como el Maestro y poeta Miguel Vicente Garrido Ortiz, ya fallecido, quien compuso canciones dedicadas al río Atrato, e inmortalizó este río con la composición Aguas del Atrato: «Majestuoso y ancho río de mis delirios de ayer». La Champa de palo y muchas otras. Nos estamos refiriendo a una categoría de relaciones con el río eminentemente profundas. Conexiones místicas y espirituales creadas desde siempre, para permitir la supervivencia de los habitantes. Y, si estas relaciones fallan, se rompe el equilibrio como lo que estamos viviendo hoy día a causa de la minería desenfrenada, que contamina el río y acaba con uno de los beneficios que recibimos del río en cuanto a proveer los alimentos para el sustento, ser fuente de vida. Ahora vivimos en la contradicción más profunda porque el río que otrora era la vida, hoy, a causa de estas relaciones nefastas que los seres humanos le han impuesto, se ha convertido en fuente de muerte, de miedo.

Al escuchar esos cantos de sirena de esas relaciones del río Atrato como la de una madre con sus hijos, es en verdad una relación de afecto, de gratitud y de alegría. «Solo basta ver cómo, cuando llega el verano, corremos a nuestro río a recrearnos, a calmarnos el calor en sus aguas, —me dice Benny, habitante de las orillas del río—. En él no solo bañamos, lavamos nuestra ropa y enceres, realizamos muchas actividades recreativas como competencias mientras jugamos, quién aguanta más tiempo dentro del agua, quién llega más rápido en la canoa al destino que hemos definido, jugamos la lleva, a la pelota, competencias para ver quién cruza primero el río, quién tiene más habilidad para nadar boca arriba». ¿Acaso es poco lo que nos ofrece el río para nuestra diversión o recreación? Lo interesante es que, para participar de todo este disfrute, no necesitamos recursos económicos, solo necesitamos el tiempo y el deseo de disfrutar. El río tiene la bondad de un árbol generoso. Lo único que nos pide el río es tiempo y nos da disfrute sin pedir nada a cambio.

Ahora reflexionemos; cuando alguien nos ofrece tanto, ¿no sería oportuno que le diéramos algo a cambio, aunque no nos lo pida? Cuando cambiamos estas relaciones el impacto negativo es para ambos. Por supuesto, el río se seca por recibir tantos residuos sólidos, cuando se envenena con químicos en el proceso de la consecución del oro, con los desagües que industrias sin cuidado, y rompiendo el relacionamiento, dejan verter sus desechos tóxicos. Todo este accionar afecta la salud y la permanencia de los seres que viven en el agua, y de las personas que tienen al río como fuente de vida. Hemos matado la vida y, por ende, esto repercute en nuestra propia vida. La afectación de estas malas prácticas no sólo mata al río sino, que también nos dejan sin futuro.

Hoy día, el incremento de la minería de oro mecanizada le ha asestado un golpe letal al río Atrato. Al caracterizarse por su producción a gran escala y el uso de maquinaria y de productos químicos, este patrón de economía atenta con la sobrevivencia del río. Lo triste es que no tenemos con qué reemplazar nuestro gran servidor: el río Atrato. Las tareas y las actividades diarias que realizamos las personas que vivimos a las orillas del Atrato están relacionadas con el río. Por lo tanto, la minería mecanizada ha afectado nuestra dieta alimentaria, puesto que la proteína y los minerales vienen de los peces que viven en el río. Las nuevas generaciones no pudieron conocer muchas de las especies que antes tuvimos y que nos daban el sustento como el charre, la boquiancha, el micuro, entre otros. A ello se suma el hecho de que, muchas personas han dejado de comer pescado por miedo de envenenarse con el mercurio y otros tóxicos que indiscriminadamente caen al río. El desafío de las dragas que sacan el cascajo del río y lo arrojan sin cuidado a cualquier lado, afectando la navegabilidad. «Si al menos pudieran echar el cascajo a ambas partes para que no perjudiquen, hay mucho sedimento y no se draga», señala Benny.

El sentimiento de concebir el río como una madre es poderoso y, de pronto, nos lleve a la reflexión de cómo sanarlo. Como elemento esencial y patrimonio de nuestro territorio, además de proveer agua dulce y sustento para las comunidades, el Atrato nos permite realizar un sinfín de actividades: la pesca, la navegación, la extracción de materiales para la construcción, la minería artesanal, la realización de rituales, la diversión y el esparcimiento, entre otras tantas posibilidades. Cuando merma su caudal nos acoge para recrearnos, y cuando está crecido, nos sirve de solaz para que el alma, al contemplar sus aguas raudas y no tan tranquilas como de costumbre, se deleite y se eleve hacia horizontes más sublimes. Siempre es un espectáculo observar el río Atrato, porque siempre viene con algo nuevo. Pero no se trata de una observación simple, sino de un acto profundo de contemplación que viene con evocación, con alegría, con melancolía, viene con algo, nunca es plana ni ordinaria. Creo que, en esencia, es el espíritu del río. Porque el río posee un espíritu el cual se impregna en los que lo amamos y, desde nuestra sensibilidad, nos sumergimos en las profundas aguas de su historia y de su memoria. Es un acto que nos da fortaleza, nos permite conversaciones sinceras y francas y, muchas veces, conseguimos la repuesta de nuestras elucubraciones hablando con él. Es por eso que los chocoanos debemos —y sí que lo necesitamos—, repensar nuestras relaciones con el río Atrato para que vuelvan a ser como antes y ayudemos a las nuevas generaciones a mantener esas ataduras profundas con nuestro río dador de vida. A veces comparo al río con el parque. A veces una llega sola o acompañada; cuando está sola, una se siente acompañada por el parque, siempre tiene un espacio para uno acomodarse tranquilamente, te deja ir con tus pensamientos o te permite compartirlos. En fin, así es como yo siento al río Atrato. En las tardes crepusculares, inundada de recuerdos, siento añoranza del río y por eso, de vez en cuando, voy de paseo.

Aunque el Atrato no es como antes, se lleva el sentimiento en el corazón. Para mí, el río es el todo; para las comunidades, desde su medio de transporte, su sustento, hasta parte de nuestra inspiración más profunda. Es el transporte de la música en esos versos mojados, en ese corazón acelerado queriendo llegar hasta donde está la amada, en esos silbidos que compiten con el viento deseando alcanzar y competir con el cantar de los pájaros que merodean por el río mientras disfrutan de su frescura, de su aroma y de su paz acompañada de sonidos indescifrables.

Así como el río nos ofrece muchas bondades, también nos trae desafíos. Algunos vienen desde siempre como los desbordamientos, la erosión, los estancamientos provocados por troncos que recorren a sus anchas sus surcos quedándose en algunos recodos, que hacen que otros, en las mismas circunstancias de vagar, se les unan. Entre los nuevos desafíos tenemos, como ya se indicó, la contaminación por la actividad minera a cielo abierto —a través del uso del mercurio y otros químicos—, y el trasegar de los nuevos actores armados que se han apoderado de un río que les pertenece a todos. Donde hubo confianza y regocijo, ahora estos grupos andan en sus lanchas como los reyes de nuestro río, y producen temor y desesperanza. En 2011 Colombia importó casi 130 toneladas de mercurio, en su mayoría para la minería de oro,1 lo cual sugiere que nuestro país es uno de los mayores importadores de mercurio en el mundo. Frente a una situación tan compleja, la metáfora de la relación de una madre con su hijo, nos ofrece una perspectiva interesante para volver a leer y a entender el restablecimiento de nuestras relaciones con el majestuoso y ancho río de nuestros delirios: el Atrato de siempre.

La profesora Alicia dice que «es un espectáculo ver el río cuando está crecido, cuando bajan las palizadas que le sirve a algunas aves como su medio de transporte». Deslumbrante es para nosotros contemplar el río en las flamantes noches estrelladas, presididas de luceros que se reflejan en las danzantes aguas del Atrato y fulguran con brillo esmeraldino; o cuando las brisas refrescantes se funden con el murmullo cambiante de sus remolinos, en un concierto encantador, mientras las garzas intentan sacar su alimento del río, o el pescador arroja con destreza su atarraya para atrapar algún pescado. El río tiene memoria; por eso él recupera siempre su herencia, su cauce. No importa cuantas veces le hagamos trampas para desviar su curso, al final él recupera su destino.

Razón tenía el cantor de la chocoanidad, Miguel Vicente Garrido, al encontrar inspiración en el Atrato para conquistar los corazones de sus amadas, como la siguiente composición:

Tengo mi champa de palo

que corre veloz

sobre el pelo del agua.

Y en esa champa voy yo,

feliz porque voy a visitar a mi amada.

Corre mi champa veloz,

corre corre por favor.

Mira que quiero llegar

porque ya la emoción

se me sale del alma

porque las cosas de amor

alimentan y dan a la vida esperanza.

El Río Atrato es la cuna de varias etnias indígenas y de los afros, poseedores de inmensas hazañas e imborrables huellas de la africanidad. Cuando viajo a través de nuestra principal autopista fluvial, mi Atrato del alma, no puedo ocultar mi emoción y asombro. El Atrato mágico, generoso y seductor. El olor a selva mojada, que anega de asombro los ojos de quienes la disfrutan, y que colma de sensaciones sonoras a aquellos que se deleitan con el trinar de los pájaros de diferentes especies, muchos de ellos endémicos; el chasquido del canalete cuando se encuentra con sus aguas en un cadencioso romance; el pescador en su champa, en un recodo del río, tratando de pescar un buen bocachico, o un dentón, un guacuco o un charre; al pasar por los pueblos, los saludos con ecos y las razones que muchas veces no entiendo porque cuesta captar el sonido del viento junto con las palabras. Pero ellos y ellas sí saben conjugar el arte de entablar conversaciones entre las personas desde las orillas y quienes viajan a través del río. Dicen que se pueden comunicar en voz alta de una canoa a otra, de la orilla del río a una distancia de más de 150 metros con facilidad. Años atrás, la única manera de surcar el río era a punta de canalete y palanca de recatón. Aunque la modernidad ha puesto hoy sus avances y tecnologías para viajar en botes o canoas con motores de varios caballos de fuerza, que se sacuden y braman mientras se abren paso por uno de los ríos más caudalosos del mundo, me imagino en otrora, la fuerza de los bogas surcando sus aguas para transportar, no sólo a las personas, sino también los alimentos, a los enfermos, a los muertos, las mercancías y llevando las noticias nefastas de una comunidad a otra.

Por sus aguas viajaban y viajan los indígenas Chocoes y Citaras, los miembros de las comunidades Afro que viven a lo largo del río, en poblaciones como Río Sucio, Vigía del Fuerte, Bojayá, Yuto. También era navegado por comerciantes y contratistas no solo nacionales sino también internacionales como los neerlandeses e ingleses. Posee unos parques naturales de una belleza y exuberancia natural, como los Katíos, por donde el río pasa en su recorrido. El río Atrato es considerado por el Fondo Mundial de Vida Silvestre como uno de los bancos genéticos más rico del mundo.

El río Atrato es único. No solamente tiene distinciones administrativas, sino que estas reflejan la manera en la cual la gente habita el río. Hablamos del Alto Atrato, el Medio Atrato, y el Bajo Atrato. En la parte baja, que la podemos pensar hasta su paso por el municipio de río Sucio, se denomina Bajo Atrato. No hay espacio para colocar un pueblo sobre sus orillas por falta de terrenos no inundables. Por este motivo las personas son obligadas a buscar aposentos más arriba, cerca de los afluentes. En el Medio Atrato, hay diques donde se puede construir al menos una fila de casas palafíticas, de hecho, Quibdó, la capital del Chocó, se construyó sobre un dique excepcional sobre el cual se ubicaron cinco carreras antes de chocar en el palmar. Finalmente, el Alto Atrato donde, además de mostrar una playa exuberante, los pueblos se ubican en terrenos escarpados a la orilla del río. El Atrato pensó en todo para sus habitantes, hasta cómo proveernos un hábitat más apto para nuestra sobrevivencia y necesidades.

En su recorrido de marcha lenta, el Atrato pasa por la ciudad de Quibdó, en donde su caudal medio, es de 1022 m³/s. Tomando en cuenta el tamaño relativamente pequeño de su cuenca, 36.231 km2, se puede calcular que cada kilómetro cuadrado de su cuenca contribuye 114 litros de agua al río cada segundo.2 El río tiene una longitud de 750 km y un ancho variable entre 150 a 500 metros, y una profundidad de 38 a 31 metros. Desemboca en el golfo de Urabá por 18 bocas que conforman el delta del río. El río Atrato, tiene una superficie de 38.500 km2 se encuentra ubicado en la zona de mayor precipitación de América, En su recorrido de las aguas de al menos 150 ríos y 3.000 quebradas.

Cuando pensamos en la historia del Chocó, no podemos desligar el río Atrato de estas gestas. Dice la historia que fue por sus aguas que entraron los conquistadores españoles. Al contemplar sus paisajes, es inevitable no caer en la fascinación al ver las casas construidas a orilla del río en construcción palafítica de palma, maderas con techos de paja, todas a base de los recursos de la biodiversidad. Sus habitantes, en gran porcentaje afrodescendientes y en menor porcentaje indígenas, viven todos de actividades de subsistencia que provee el mismo río como la pesca, la caza, extracción de madera, la minería artesanal. Viene a mi memoria, en mis recorridos en los botes, los olores de las poncheras de las mujeres que vienen a vender al mercado las hierbas para sazonar nuestras comidas, como yanten, orégano, cilantro cimarrón, orozuz, ají, el olor de frutas tropicales y frescas. La riqueza de nuestra biodiversidad coloca a Colombia en el segundo país más biodiverso del planeta. El río Atrato es un legado grande que la naturaleza nos provee. Ya se empieza a destellar una conciencia entre los habitantes que comienzan a entender la importancia de cuidar nuestro río Atrato, como un sujeto de derechos, preocupados por trabajar para recobrar su navegabilidad, cómo cuidar de las especies de pescados que han dado el sustento a sus habitantes y que poco a poco van desapareciendo, seguir aprovechando la subienda del bocachico cada año con su ronquido peculiar, así como escribió el canta autor chocoano Senén Palacios en su canción La subienda:

La Subienda

El bocachico es astuto,

como que sabe escribir.

El sabe el día que llega

y cuando debe partir

Amanecer con pescao

para llevar al mercado.

Por todo esto, es comprensible que en el 2016 la Corte Constitucional de Colombia, a partir de la sentencia T-622-16, haya reconocido al río Atrato, a su cuenca y afluentes, como una entidad sujeta de derechos a la protección, conservación, mantenimiento y restauración a cargo del Estado y las comunidades étnicas.​ A raíz de la tutela interpuesta por varios actores de las comunidades étnicas del Chocó en contra del Ministerio del Medio Ambiente y otros actores, por su conducta omisiva en materia de protección del río y sus ecosistemas, los cuales a su vez son sustento de las diversas prácticas culturales, económicas y sociales que desarrollan distintas comunidades étnicas cuya historia ha estado ligada desde hace siglos a este territorio en general, y a la vida del río en particular, está pues el hecho de reconocer al río Atrato como sujeto de derechos.

Lo anterior, puesto que la Corte encuentra en la extracción minera ilegal, y en la negligencia y ausencia de las instituciones estatales encargadas de ejercer control sobre los territorios, una vulneración sistemática del «derecho al agua como fuente hídrica», «vulneración del derecho a la seguridad alimentaria», «vulneración de los derechos fundamentales al territorio y la cultura», «vulneración de los derechos fundamentales a la vida, la salud, y al medio ambiente sano».

Ante esto, la Corte ordena «que el Estado colombiano ejerza la tutoría y representación legal de los derechos del río en conjunto con las comunidades étnicas que habitan en la cuenca del río Atrato en Chocó; de esta forma, el río Atrato y su cuenca —en adelante— estarán representados por un miembro de las comunidades accionantes y un delegado del Estado colombiano. Con todo esto, se confirma legalmente que «el río es una entidad viviente que sostiene otras formas de vida y culturas, que es un sujeto especial de protección, que tiene derecho a la protección, conservación, mantenimiento y restauración y que, además, se requiere garantizar los derechos de las comunidades, es decir que, otorgarle derechos al Río Atrato es también proteger los derechos de las comunidades que lo habitan. Adicional, la Corte reconoció los derechos bioculturales del Atrato, lo que significa el derecho de las comunidades a administrar y ejercer tutela de manera autónoma sobre sus territorios y los recursos naturales que conforman su hábitat».

Nada puede resumir mejor el sentimiento de la gente del Chocó, y en particular de Quibdó, de que esta sentencia contiene el sumun de lo que hemos venido hablando sobre el río, pero, también, la respuesta de cómo restablecer de nuevo estas relaciones para encontrar el equilibrio.

Ahí está nuestro Atrato, el río de mis amores. Palpitando como arteria que irriga la anatomía del Chocó, colmándola de exuberancia, belleza y magia. A veces calmo, otras veces no tanto. Es como si, en ocasiones, desbordara a propósito y con furia sus aguas para reclamarnos con ahínco todo el perjuicio que le hemos causado, no solo a él, sino al planeta entero. Pero ni aun así tocamos fondo. Mientras tanto, quienes lo apreciamos y nos relacionamos con él desde ese profundo vínculo maternal del amor, seguiremos alzando nuestras voces en pro de su salvaguarda, y continuaremos acumulando afectos y evocaciones de lo que fue, y de lo que quisiéramos que volviera a ser.

Finalmente, para recrear su vista, les dejamos con postales del Majestuoso y ancho río: El Atrato de ensueños.

Véase también

Referencias

Bibliografía

  • Sven-Erik Isacsson. 1975. Biografía Atrateña: La formación de un topónimo indígena bajo el impacto español.

https://www.iai.spk-berlin.de/fileadmin/dokumentenbibliothek/Indiana/Indiana_3/IND_03_Isacsson.pdf

  • Kathleen Romoli. 1953. Balboa of Darien: discoverer of the Pacífic.

https://www.google.com/books/edition/Balboa_of_Darién/SBVmAAAAMAAJ?hl=en

  • Leonardo Güiza y Juan David Aristizábal. 2013. ¨Mercury and gold mining in Colombia: a failed state”. Publicado en línea:
  • Parra Fox, Adriana Elisa. 2014 “Los bancos comunitarios de Colombia” Presentación en el Foro de LASA

http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0122-74832013000100002

  • T-622-16 Corte Constitucional de Colombia

https://www.corteconstitucional.gov.co/relatoria/2016/t-622-16.htm

Enlaces relacionados en Banrepcultural

Créditos

  • Escrito por: Adriana Elisa Parra Fox, Ph.D.

Profesora investigadora Universidad Tecnológica del Chocó – UTCH Directora Ejecutiva del Centro de Investigación - BIOINNOVA


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