Cosmovisión en el río Bogotá

De Enciclopedia | La Red Cultural del Banco de la República

El agua en la leyenda muisca

El agua representa para la cultura muisca el eje de su existencia como elemento proveedor que rige su conservación, en el que lagunas y ríos son territorio sagrado para sus prácticas y ceremonias religiosas, esa última tierra líquida que el muisca se refugió de la conquista.

Dentro de la creencia de origen, Bachué y su esposo luego de poblar la tierra volvieron a la laguna de Iguaque transformándose en dos grandes serpientes que se zambulleron y desaparecieron entre las aguas pero con el mensaje de permanecer latentes en la población a través del legendario animal: “Para nosotros, el río representaba una serpiente: la cabeza era el páramo, sus curvas los cultivos y la energía, las lagunas y otros afluentes las venas y la cola su desembocadura”[1].

Antes del año 1530 el río Bogotá era conocido como río Funza, el cual significa “Varón Poderoso” o “Gran Señor”, cuenta la leyenda que la población había llegado a niveles paupérrimos de valores “se mataban unos a otros por el menor motivo o sin motivo alguno, dejaron de cantar alabanzas en honor a sus dioses Chía (Luna) y Xué (Sol) y dieron la espalda a sus tradiciones espirituales” [2], habían dejado de preservar y cuidar sus aguas, contaminándolas con sus residuos y demás contaminantes, en retaliación el sol y la luna ahogaron a estas tribus en largos días y noches de tormentas impetuosas que hicieron rebosar los ríos Sopó y Tibitó hasta inundar la Sabana. “Se anegaron los valles, se desbordaron los ríos, las lagunas de Fúquene y de Siecha se salieron de madre, se pudrieron los bosques, los animales huyeron enloquecidos a refugiarse en las montañas, y las caicas, las golondrinas, los copetones y las mirlas se ahogaron al caer al agua cansados de volar sin encontrar dónde posarse” [3].

Con todo a su alrededor destruido hombres y mujeres buscaron refugiarse en lo más alto de las montañas clamando a los dioses perdón y misericordia para ellos y sus animales por el perjuicio realizado, en una tarde de estruendos surge Bochica sobre el arcoíris: “Indignado Bochica arrojó de la tierra a esta mujer y con su vara poderosa abrió las rocas de Tequendama por donde las aguas se precipitaron dejando enjuta uno porte de la fértil llanura que poblaron y cultivaron después las gentes dispersas reunidas por Bochica, a quienes enseñó los artes, el culto del sol y les hizo edificar templos y ciudades” [4].

Partiendo las rocas con su cetro caerían las aguas provenientes de la Sabana, sosegando la inundación y siendo enaltecido Bochica por el pueblo, dejando como legado lo que conocemos actualmente como Tequendama.

Era en estos escenarios hídricos, en lagunas como las de Guasca, Guatavita, Ubaque, Teusacá, Fúquene o Siecha lugares donde el agua actuaba en diferentes aspectos de su vida, desde lo económico hasta lo espiritual como era el caso de la laguna de Iguaque o Tota y en especial, su proveedor el Río Funza, siendo la laguna ese territorio consagrado que respondía a sus indagaciones existenciales.

La rana, un animal mítico

El dios Sol Sue besa las aguas de las cuales nacen las ranas, esos animales venerables simbolizando las estaciones que al emitir su croar antecedía la llegada de las lluvias, la rana también aludía al "Suna aca" [5], siendo el noveno mes lunar en el calendario muisca, donde acontecía la reproducción de estos anfibios, es decir, todo un fenómeno de la fertilidad misma que ocurría en esas aguas benéficas para abundantes cosechas.

Los muiscas llamaban a la rana «iesua» que significa alimento del sol, temerosas del astro guardaban a la sombra "durante el verano se recoge silenciosa en los lugares sombríos y húmedos en donde fecunda sus huevos para que su progenitura salga en tiempo oportuno y encuentre el elemento que lo recibe en su seno" [6]. En los petroglifos hallados este animal particular está ilustrado con un diseño representado en forma de figuras de rombos asociado con lo femenino, ese símbolo de fertilidad y dadora de vida para los muiscas, así tal cual, como sucedía con los ríos [7].

Leyenda del Dorado

La leyenda del Dorado contiene varias versiones en las que este emblema nacional fue su protagonista, una de ellas es cuando se llevaban ofrendas en honor a la Cacica sobre el cual, según el historiador Zamora, cronista del siglo XVII, narra que los sacerdotes custodiaban el templo que yacía en la orilla de la Laguna de Guatavita, se estableció en el pueblo la creencia de que en la laguna permanecía la Cacica, frente a las múltiples humillaciones que tuvo que enfrentar en relación con las delaciones de adulterio infundadas por el Cacique, se arrojó a aquella laguna, conviviendo conjunto a su hija en un palacio erigido en el fondo de las aguas, creencia que motivó aún más a los muiscas en hacerle halagos con ofrendas de gran valor; más adelante, se estableció la ceremonia que debían realizar quienes fueran los próximos caciques en dirigir, consistía en pasar por un ayuno (Zàga) y aislamiento del que a continuación presidían al ritual en el que los sacerdotes lo desvestían y embadurnaban por todo su cuerpo con resinas balsámicas y cubiertas de polvo de oro, seguido de ello, se le entregaba su nuevo cetro, subiendo a una balsa de juncos cinglando hacia el centro de la laguna, en tanto, el pueblo en tierra hacían cánticos, rezos y fogatas mientras llegaba la mañana y con los primeros rayos del sol el cacique se despojaba de su cobertura dorada junto a las ofrendas de oro y esmeraldas que arrojaban en honor a los dioses.

Estas y otras historias llegaron a voces de los europeos buscando los tan “apreciados” tesoros sin saber que eran prácticas que ya habían dejado de realizarse hacía mucho tiempo, no presenciaron tales rituales pero si desaguaron zonas hídricas en pesquisa del precioso metal como lo harían los hermanos Joaquín y Bernardino Tovar en la laguna de Siecha encontrando una pieza con la forma de balsa que se parecía en demasía a lo que la leyenda y cronistas describieron; luego de viajar hasta un Museo en Alemania, la balsa volvió al país hallado entre las veredas de El Retiro y Lázaro Fonte. Actualmente reside en el Museo del Oro desde 1969[8]

Creencias y visión del campesino hacía el río

Con la intervención de la corona española se evidenció en las costumbres de los habitantes un sincretismo de ancestralidad con nuevas creencias católicas, los habitantes de Villa Pinzón suponían que la laguna estaba hechizada, quienes se atrevían a tratar de extraer sus tesoros o cazar a los animales eran asustados por los rugidos de la laguna, al ver las complicaciones decidieron llamar al sacerdote del pueblo, “El religioso les dijo que bañaran sus orillas con sal virgen del municipio de Nemocón. El cuerpo de agua disminuyó su tamaño y se fraccionó en dos lagunas: Guacheneque y el mapa, esta última con la forma del croquis de Colombia. Sin embargo, su bravura despierta en ciertas épocas del año, entre abril y mayo, cuando alguien viene a visitarla con la intención de atacarla. En horas de la noche es posible escuchar sus gemidos” [9], dice Vidal Gonzales, único guardabosque del páramo de Guacheneque a Revista Semana [10], destacando esa historia que evidencia la “bravura” del río con quienes le han hecho daño, llamando a la reflexión del río como ser viviente y merecedor de respeto.

Véase también

Referencias

  1. Grupo Río Bogotá. (2020). Un viaje al pasado del varón poderoso de la sabana. Semana. Recuperado de http://gruporiobogota.com/rio-bogota-el-varon-poderoso-de-la-sabana/
  2. Caballero, E. (1985). Río Bogotá. Bogotá: Benjamín Villegas & Asociados
  3. Caballero, E. (1985). Río Bogotá. Bogotá: Benjamín Villegas & Asociados
  4. Zerda, L. (1947). El Dorado (p. 70, 75). Banco de la República. Bogotá: Cahur. Recuperado de: https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll6/id/7/
  5. Bohórquez, L. (2008). Concepción sagrada de la naturaleza en la mítica muisca. Franciscanum. Revista de las ciencias del espíritu ( vol. L, núm. 149, mayo-agosto, 2008) pp. 151-176. Universidad de San Buenaventura. Bogotá: Colombia. Recuperado de http://www.redalyc.org/pdf/3435/343529807006.pdf
  6. Zerda, L. (1947). El Dorado (p. 70, 75). Banco de la República. Bogotá: Cahur. Recuperado de: https://babel.banrepcultural.org/digital/collection/p17054coll6/id/7/
  7. Hernández, J. M., (28 de Junio de 2018). Un libro para recuperar los símbolos muiscas. El Espectador Recuperado de: https://www.elespectador.com/noticias/educacion/un-libro-para-recuperar-los-simbolos-muiscas/
  8. Banco de la Repíblica. La Balsa muisca y el Dorado. Recuperado de https://www.banrepcultural.org/coleccion-arqueologica/balsa-muisca
  9. Barros, J. (22 de Marzo de 2020). Río Bogotá: un guerrero ancestral que espera su renacer. Sostenibilidad Semana. Recuperado de https://sostenibilidad.semana.com/actualidad/articulo/rio-bogota-un-guerrero-ancestral-que-espera-su-renacer/49052
  10. Barros, J. (22 de Marzo de 2020). Río Bogotá: un guerrero ancestral que espera su renacer. Sostenibilidad Semana. Recuperado de https://sostenibilidad.semana.com/actualidad/articulo/rio-bogota-un-guerrero-ancestral-que-espera-su-renacer/49052

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Créditos

1. Abril de 2022. Investigación y texto Laura Rodríguez para el Proyecto: Río: territorios posibles Banrepcultural


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