“El ‘círculo’ literario de El Mosaico y la sociabilidad política bogotana en el molde de las humanidades clásicas a mediados del siglo XIX”, artículo de Gloria Vargas Tisnés, sobre esta importante publicación que significó un espacio de sociabilidad cultural y política y forma parte de las colecciones de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Las reflexiones aquí consignadas forman parte del resultado de una investigación, publicada por la autora en 2016: La nación de los Mosaicos. Relaciones de identidad, literatura y política en Bogotá (1856-1886) (Academia Colombiana de Historia, Universidad Externado de Colombia, Bogotá 2016).

Los romanos tenían una frase expresiva y exacta que, no sin misterio, ha desaparecido de los idiomas modernos

– mores ponere –, fundar costumbres, 

lo cual es muy diferente de dictar leyes. (Miguel Antonio Caro)

Introducción

En Colombia, como en otros países latinoamericanos, la pregunta por ¿quiénes somos? en relación con la construcción de un proyecto de identidad nacional se acentuó en la segunda mitad del siglo XIX a la luz de la consolidación de los distintos proyectos republicanos. Tanto desde lo público como desde lo privado se realizaron esfuerzos por contribuir en esta definición.

La Comisión Corográfica (1850 y 1859), agenciada por los gobiernos liberales con el propósito de levantar un mapa geográfico, de recursos naturales, humano y social, constituyó el esfuerzo más importante desde lo público. En 1859, finalizada la Comisión, se empezó a editar en Bogotá el periódico literario El Mosaico, que tuvo tres etapas (1859-1860; 1864-1865 y 1870-1872) y se propuso como un proyecto para la construcción de la literatura nacional, propósito que contó con el apoyo de literatos de ambos partidos. Si la comisión había descrito de manera positiva los distintos tipos humanos, la literatura debía describirlos en sus “usos y costumbres”.

A partir de la producción y recolección sistemática de los cuadros de costumbres, y más allá de la versión racializada y jerarquizada que había proyectado la Comisión, esta literatura debía dar cuenta de la descripción de los rasgos morales de los “tipos” humanos identificados y sus prácticas sociales, valoradas dentro de los ideales civilizatorios (hispano-católicos) que promulgaba el grupo más conservador de los raizales capitalinos; indicando a su vez los valores que debían ser fomentados para llegar a un estado de civilización aceptable (la práctica católica y el adecuado uso del idioma “español” como “La Lengua” en mayúscula) para la integración y armonización social, política y económica. Las descripciones costumbristas no solo ubicaban el lugar del otro en minúscula, el subalterno, sino también el “Otro” en mayúscula, el modelo, límites que demarcaban el espacio para ubicar el propio lugar de estos literatos, como legítimos guías de las rutas que conducían el progreso social. Como resultado de este esfuerzo editorial, el proyecto literario se vio afianzado en 1866 con la publicación en dos volúmenes del Museo de Cuadros y colección Costumbres, variedades y viajes que se proponía dar a conocer la imagen de eso “que somos y hemos sido”, formulando claramente una pregunta por la identidad.

Lejos de la leyenda negra, la imagen de patria, asimilada a la de nación, reconocía en la conquista las bases de la patria moral y en la independencia el mito fundante de la nación republicana, tal cual 20 años después lo propondría el proyecto cultural agenciado por el movimiento regenerador en 1886, liderado por el ex liberal radical Rafael Núñez y el conservador ultramontano Miguel Antonio Caro, quienes promovieron un molde cultural en la más refinada escuela neo-clásica y academicista, que exponía los valores precedentes de El Mosaico en el Papel Periódico Ilustrado -dirigido por Alberto Urdaneta-, y avanzaba con este modelo al campo de las artes con el proyecto de la Escuela Nacional de Arte, asimilada por la Universidad Nacional.

De otra parte, el proyecto literario fue complementado con la creación paralela de la Tertulia de los Mosaicos (1860-1886 aprox.), que se propuso como el espacio privado para el reconocimiento de una identidad de grupo y de afinidad a la causa literaria en términos “Apartidistas” -como bien señala el profesor Andrés Jiménez-, que facilitó la superación del conflicto político para depurar los acuerdos en el sentido de los rasgos que debían caracterizar esencialmente el ideal de progreso material y moral de la sociedad republicana.

A la finalización del periódico en 1872, se concretó el principal logro “político-cultural” del esfuerzo letrado en el molde hispano-católico, la creación de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871. Para esta fecha la tertulia logró consolidarse como un espacio de reunión para el reconocimiento de lo más destacado de las letras granadinas -especialmente aquellos alinderados dentro del pensamiento conservador-, y convertirse más adelante en un instrumento decisivo en el consenso de las élites capitalinas sobre las bondades del proyecto regenerador.   

En consecuencia quiero señalar cómo el proyecto costumbrista liderado por el grupo de los Mosaicos, especialmente los “raizales” -adjetivo para aquellos representantes de las tradiciones andinas encarnadas en la tradición de Bogotá como legítimo centro civilizatorio, representó y actuó como agente de consolidación, difusión y legitimación de un discurso político conservador que prefiguró el proceso de la regeneración; en el cual la élite letrada capitalina no solo fijó su legitimidad como grupo gobernante en la figura de letrado latinista sino que consolidó el modelo clásico como el marco en el que debía ser leída la realidad social, caracterizada por el entramado de tensiones producidas por un país diverso en su geografía racial, social y física, y conjuradas por el dispositivo clásico que invisibilizaba el conflicto social. “Igualmente, señalar la forma como este discurso literario implicaba la defensa de la educación de las humanidades clásicas en tanto sinónimo de hispanismo católico, en contraposición a la educación experimental y positiva defendida a su vez por los liberales radicales, para ponerse en el centro de una de las principales contiendas ideológicas del bipartidismo de la época, la disputa por la formación del ciudadano y el sujeto moral, expuesta con mayor claridad en lo que se llamó la Querella Benthamista, que recorrió el siglo desde 1825 hasta 1870” [1] .

La controversia no solo evidenció los puntos antagónicos entre ambas propuestas, sino que puso de manifiesto la resignificación de antiguos valores, dirigidos a sostener argumentos de legitimidad sobre la superioridad moral y social del grupo de los mosaicos raizales, así por ejemplo la noción de latinista y letrado aparecía como sinónimo de los “limpios de sangre”, designando a quienes por tradición y desde la colonia, habían sido formados en las más depuradas lecciones de enseñanza hispano-católica, especialmente de la mano de los jesuitas. Producto de esta misma tradición, la adopción del modelo clásico -como argumento de legitimidad intelectual, social y moral, asociado al linaje- que no solo significaba reconocer la jerarquía humana sino que redundó en la proyección de una sociedad racial y moralmente jerarquizada, a la vez que en la interpretación de una realidad en la que el conflicto social queda parcialmente invisibilizado bajo los lineamientos estéticos que corresponden a este modelo clásico, encarnado en las triadas nociones de verdad, belleza y bondad y orden, unidad y armonía, unidos a la noción de que modelar el lenguaje y su forma de comunicación eran el primer paso para modelar la realidad y el proceso civilizatorio. Así las cosas, fueron los humanistas, literatos, filólogos, poetas, educadores, el poeta, el más sensible y cultivado en el manejo del lenguaje, el llamado a ocupar los más altos cargos en la dirección social.

Un contexto radical

A partir de la introducción de las medidas liberales a principios de la década de 1850 y con el surgimiento de los partidos liberal y conservador, los discursos políticos empezaron a radicalizar sus diferencias en torno a temas sensibles tales como: la pertinencia de un Estado laico para el país; su organización regional en tensión con el centralismo consuetudinario representado en Bogotá -y de las regiones entre sí-; y la disputa por la educación moral del pueblo, en el mejor de los casos del ciudadano, nuevo protagonista del orden republicano. Las diferencias programáticas estuvieron encarnadas en la Constitución de 1863, sustentada en los principios del radicalismo liberal, y la Constitución de 1886 (también radical), promulgada por el proyecto conservador de la regeneración.

Ambas constituciones representaron el escenario de contienda por dos formas de gobierno y conformación del Estado diametralmente opuestas, y más allá, dos formas de concepción de lo humano y de la vida en sociedad. Significó la disputa filosófica más importante a lo largo del siglo XIX, la cual puede seguirse y entenderse en torno a la conocida “Querella Benthamista”, que de la mano de la discusión sobre el decaimiento de las humanidades y los estudios clásicos -asociado a la expulsión de los jesuitas en 1849-, fue el telón de fondo que alertó sobre el peligro que corría la sociedad y la lengua si las ideas positivistas y sensualistas llegaban a entrar en casa. A efectos de combatir el mal se organizaron agremiaciones de filólogos, literatos y poetas: El Liceo Granadino (1856) y la Academia Colombiana de la Lengua (1871…), fueron exitosos ejemplos de conjuro.

“El que no está conmigo está contra mi”. Es el inicio de la frase con la que Ezequiel Uricoechea (1834-1880) describe la tendencia radical e irreconciliable de las “pasiones” políticas, causa de dogmas y de camarillas de poder “anti-social”, como llamó a los grupos sectarios de uno u otro partido. Cofundador del periódico El Mosaico y miembro de la tertulia en sus primeras épocas, Uricoechea fue el naturalista y filólogo, científico y humanista más importante del siglo XIX republicano en Colombia. En correspondencia con Juan María Gutiérrez (1809-1878), y por interés de este humanista argentino, Uricoechea le hace saber sus apreciaciones sobre los malestares y vicisitudes de la política local. En 1876 y antes de empezar la guerra de las escuelas, que representó el inicio de la caída del proyecto radical y fue producto del levantamiento de clérigos y padres de familia por la implementación del sistema de educación laica, Uricoechea le comenta a Gutiérrez:

Caro dice que va a tomar las armas –puede ser frase poética– porque en Bogotá se ha puesto la situación de tal modo que los conservadores retrógados (o ultramontanos) como él y los liberales no desean otra cosa sino exterminarse unos a otros. ¡Si al fin lo hicieran quedaríamos por un tiempo en paz! Pero ya verá U. cómo los instigadores recogen los lauros si triunfa su partido y si pierde no pierden ellos nada. ¡ Qué triste ver que un hombre de las dotes de Caro se meta en semejante zahurda.![2] (… ) Me parece tan deplorable y tan absurdo el que se maten los hombres, so pretexto de religión, porque unos creen y otros no unos tantos cuentos y tradiciones de la nación judía, que nada tienen que ver con nosotros, como se maten los pobres labriegos entre nosotros por la república, que ni ellos entienden ni es para ellos otra cosa que un azote continuo: los que con ella ganan son los pillos parlanchines. Amén .[3]

Y en la misma carta:

(…) si los reyes son tiranos nada he visto más tiránico que estos menguados cabecillas de partido, que so pretexto de principios, (…) no le permiten a nadie ni raciocinar, ni pensar por si mismo, ni discutir por un solo instante los dogmas de su política. El que no está conmigo está contra mí, y con los míos con razón o sin ella, he ahí los dos grandes axiomas de nuestros politiqueros. Si esto pasa en el poder ejecutivo, el poder legislativo no le va en zaga. Es monstruoso el resultado que da un poder legislante e irresponsable; (...) más irresponsable tanto no es uno solo o un grupo determinado el que legisla a los ojos de la nación, sino la nación entera. ¿Y no sabe U. que para hacer pasar una ley monstruosa y anti-social, se forma un círculo de oposición al gobierno, el cual no teniendo una mira sino el no ser derrocado, acepta todo a trueque de que lo dejen mamar? Lo que está pasando hoy en Colombia (…)[4]

Estas citas dejan ver el ambiente radical que atravesó la segunda mitad del siglo, mejor representado en la polarización de principios que se verán expuestos en las constituciones del momento.

  1. Vargas-Tisnés, Gloria, La Nación de los Mosaicos… p. 28-29.
  2. Romero, Mario Germán. Epistolario de Ezequiel Uriciechea con Juan María Gutierrez. varios colombianos
  3. Romero, Mario Germán. Epistolario de Ezequiel Uriciechea con Juan María Gutierrez. varios colombianos
  4. Romero, Mario Germán. Epistolario de Ezequiel Uriciechea con Juan María Gutierrez. varios colombianos