La conquista del territorio: el poblamiento de Colombia
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El conquistador español Vasco Núñez de Balboa reclamando el Océano Pacífico para España en 1513 junto a sus soldados.
Datos generales


¿Cómo se sostenía el gobierno de la Nueva Granada?

El gran desafío para los gobiernos de la Nueva Granada a partir de la Independencia fue el de cómo mantener un flujo de ingresos que permitiera cubrir los gastos mínimos e invertir en la prosperidad pública, es decir, en cosas como la apertura de caminos, las escuelas y los hospitales. Los gastos mínimos ya eran enormes y procedían de la nueva situación de estado independiente. Había que pagar la burocracia estatal y el ejército, que antes eran preocupación de la Corona, y había que pagar los préstamos con que se había financiado la Independencia. El dilema era mayúsculo en cuanto a los ingresos, pues para promover la agricultura, la industria y las exportaciones parecía indispensable eliminar impuestos, pero sin estos no habría para los gastos mínimos y mucho menos para invertir en la prosperidad pública.

La Nueva Granada había heredado de la época colonial un conjunto de impuestos tan extenso y complejo que llevó a Salvador Camacho Roldán a escribir: “Todo está gravado: el capital y la renta, la industria y el suelo, la vida y la muerte, el pan y el hambre, la alegría y el duelo”. En la Gran Colombia, bajo Santander, se suprimieron muchos de tales impuestos y se hicieron esfuerzos por simplificar el sistema tributario, pequeñas reformas que en gran parte se revirtieron después de 1828.

¿Impuestos directos o indirectos?

Mucho se discutió desde la independencia en torno a la conveniencia de establecer un impuesto único y directo, es decir, el equivalente del actual impuesto de renta y patrimonio, e incluso se experimentó con esto en la época de la Gran Colombia. Por desgracia, simplemente no existían sistemas ni para calcular ni para recaudar tal impuesto, aparte de que sin catastro no se sabía con precisión cuánto podían valer las propiedades. Por el momento el gobierno debía contentarse con mantener los impuestos indirectos de la época colonial (que eran todos), y realmente los únicos que valía la pena molestarse en discutir eran: los siguientes:

  • Diezmo (destinado al culto)
  • Alcabala (impuesto a las ventas, hoy llamado IVA)
  • Aduanas (derechos de importación y de exportación)
  • Estancos

El diezmo, que recaía sobre la producción agropecuaria, fue la carta que jugó el gobierno para promover la agricultura y la exportación de productos naturales. De todos modos, no dejaba mucho a las arcas oficiales. La alcabala era uno de esos impuestos que a nadie gustaba, ni siquiera al gobierno, y todo el mundo estaba plenamente de acuerdo con las razones por las cuales se suprimió en 1821. Sin embargo, se restableció en 1827 para casi todas las transacciones, con excepción de los artículos de primera necesidad. El Congreso de 1835 volvió a suprimirla para todos los negocios, con excepción de aquellos realizados sobre mercancías importadas, contra el parecer del presidente Santander, pues se privaba a la administración de una renta equivalente a cerca del 10% de los gastos.

Las aduanas fueron un dolor de cabeza para todos los gobiernos de esta época, no sólo por la pequeñez del comercio exterior sino por el contrabando. Tomó tiempo persuadir a los comerciantes de la frontera con Venezuela de que las dos naciones se habían separado y el intercambio continuaba como si se tratara de un solo país. El gobierno del vicepresidente Márquez estableció aduanas en San José de Cúcuta, Arauca y Guanapalo, con éxito relativo como se vería en los siguientes 150 años. Sin embargo, las demás rentas eran tan escasas que las aduanas llegaron a representar hasta una tercera parte de los ingresos oficiales. ¿Qué quedaba? Los estancos, de los cuales en 1834 apenas subsistían los de la sal y el tabaco. Este último tuvo problemas desde los tiempos de la Convención Granadina de 1832, pues el gobierno, en su abrumadora situación, no contaba con fondos para pagar a los cosecheros y tuvo que recurrir a tomar prestado de otras partes de sus rentas (los diezmos). No es cuestión de pensar en malos agüeros, pero la única renta sólida con que en realidad contaba el gobierno era la de la sal.