(Página creada con « Al leer este texto, y tal como sucede en el museo, usted podrá profundizar en algunos temas o pasar rápido frente a otros. El botón 'Atrás' de su navegador y el menú...»)
 
Línea 14: Línea 14:
Dos vitrinas representan la arqueología de los Andes de [[Nariño]], en el sur del país, y dan pie para iniciar un recorrido por distintas regiones del territorio colombiano en épocas anteriores a su descubrimiento y conquista por Europa. En el fondo traslúcido de la vitrina, una silueta difusa muestra cómo entre las sociedades de la América prehispánica era costumbre ataviarse con adornos de metal: en la frente una diadema, en la nariz nariguera, orejeras en las orejas y al pecho collares y pectorales. Dos atuendos muy oxidados son lo primero que encuentra el visitante: están fechados hacia el año 500 después de Cristo. Permanecieron enterrados por 1.500 años en las tumbas de quienes los usaron en vida y se vistieron con ellos para su viaje hacia la muerte. Son láminas de cobre recubiertas con una fina laminilla de oro fundida: su tecnología de elaboración única en Colombia indica al ojo experto del arqueólogo la presencia de contactos e influencias que llegaban desde el Perú. También la concepción dualista del mundo, expresada por los objetos de oro, cobre y plata expuestos en la segunda vitrina, es una tradición cultural andina.
Dos vitrinas representan la arqueología de los Andes de [[Nariño]], en el sur del país, y dan pie para iniciar un recorrido por distintas regiones del territorio colombiano en épocas anteriores a su descubrimiento y conquista por Europa. En el fondo traslúcido de la vitrina, una silueta difusa muestra cómo entre las sociedades de la América prehispánica era costumbre ataviarse con adornos de metal: en la frente una diadema, en la nariz nariguera, orejeras en las orejas y al pecho collares y pectorales. Dos atuendos muy oxidados son lo primero que encuentra el visitante: están fechados hacia el año 500 después de Cristo. Permanecieron enterrados por 1.500 años en las tumbas de quienes los usaron en vida y se vistieron con ellos para su viaje hacia la muerte. Son láminas de cobre recubiertas con una fina laminilla de oro fundida: su tecnología de elaboración única en Colombia indica al ojo experto del arqueólogo la presencia de contactos e influencias que llegaban desde el Perú. También la concepción dualista del mundo, expresada por los objetos de oro, cobre y plata expuestos en la segunda vitrina, es una tradición cultural andina.


prueba para guardar


==[[Tumaco]]. La gente y el oro en la Costa Pacífica==
==[[Tumaco]]. La gente y el oro en la Costa Pacífica==

Revisión del 14:40 8 ago 2018

Al leer este texto, y tal como sucede en el museo, usted podrá profundizar en algunos temas o pasar rápido frente a otros. El botón 'Atrás' de su navegador y el menú con niveles desplegables ubicado a la izquierda, arriba, le ayudarán a retomar el camino.

América fue poblada hace 20.000 años por cazadores y recolectores venidos del Viejo Mundo. Luego de ocupar este territorio, con el tiempo desarrollaron la agricultura y vivieron en aldeas y ciudades.

La metalurgia, descubierta hace 3.500 años en el Perú, se expandió hasta llegar a la costa sur de Colombia. Desde 500 años antes de Cristo hasta la conquista española el trabajo metalúrgico floreció en el área andina y en los litorales. Con más de una docena de estilos diferentes, se elaboraron miles de objetos en diversos metales.

El trabajo metalúrgico fue común entre las sociedades con líderes políticos y religiosos permanentes que gobernaban sobre grupos de aldeas. Sin ser estados, estos cacicazgos alimentaron su numerosa población con una agricultura eficiente, centrada en el cultivo del maíz o la yuca, y un buen suministro de caza y pesca. Gracias a los excedentes de alimentos, algunas personas se dedicaron a actividades especializadas, como la minería y la orfebrería.

La producción metalúrgica estuvo al servicio de los gobernantes, quienes la utilizaron para reforzar su prestigio y hacer visible su autoridad. Estos objetos sagrados y simbólicos expresaban una compleja filosofía que trataba del origen del mundo y de la humanidad, explicaba el devenir del universo y justificaba las relaciones sociales y naturales. La gente común empleó numerosos adornos sencillos. Los metales sirvieron, además, para fabricar herramientas y ofrendas.

Nariño. La gente y el oro en el altiplano Nariñense

Dos vitrinas representan la arqueología de los Andes de Nariño, en el sur del país, y dan pie para iniciar un recorrido por distintas regiones del territorio colombiano en épocas anteriores a su descubrimiento y conquista por Europa. En el fondo traslúcido de la vitrina, una silueta difusa muestra cómo entre las sociedades de la América prehispánica era costumbre ataviarse con adornos de metal: en la frente una diadema, en la nariz nariguera, orejeras en las orejas y al pecho collares y pectorales. Dos atuendos muy oxidados son lo primero que encuentra el visitante: están fechados hacia el año 500 después de Cristo. Permanecieron enterrados por 1.500 años en las tumbas de quienes los usaron en vida y se vistieron con ellos para su viaje hacia la muerte. Son láminas de cobre recubiertas con una fina laminilla de oro fundida: su tecnología de elaboración única en Colombia indica al ojo experto del arqueólogo la presencia de contactos e influencias que llegaban desde el Perú. También la concepción dualista del mundo, expresada por los objetos de oro, cobre y plata expuestos en la segunda vitrina, es una tradición cultural andina.

prueba para guardar

Tumaco. La gente y el oro en la Costa Pacífica

El mapa que introduce las siguientes dos vitrinas marca nuestra entrada a las llanuras de la costa del Pacífico, frontera con el vecino Ecuador. En ambos países se encuentran los vestigios de las sociedades del período Inguapí, entre los que abundan las cabezas maravillosamente modeladas de figurinas en arcilla que fueron decapitadas en algún tipo de ritual. Una canoa y las casas construidas sobre montículos recuerdan el ambiente acuático que ocuparon estas gentes. Los pequeños y delicados adornos que usaban contrastan con un enorme mascarón de oro fino expuesto en la vitrina del frente: éste tiene la forma de la cabeza de un jaguar, el animal de piel dorada tan significativo dentro de la religión de los indígenas americanos, el chamanismo.


La gente y el oro en la región Calima

Una amplia sala acoge tres períodos sucesivos de la historia humana en los alrededores del actual lago Calima. La vitrina dedicada al período Ilama, entre 1500 y 100 a.C., tiene cerámicas cuyas formas de personas y animales capturan la atención; las del período Yotoco, de 200 a.C. a 1200 d.C., contienen grandes narigueras, pectorales y máscaras de oro fino; en la del período Sonso hay un tronco de árbol que fue labrado y utilizado como sarcófago en el año 1250 de nuestra era. Para comparar, pensemos que hacia 1500 antes de Cristo se iniciaba la civilización griega; las tribus de Israel vivían en Egipto y sólo en 1250 a.C. ocuparon Palestina guiadas por Moisés; en el 79 a.C. una erupción del Vesuvio destruyó Pompeya; en 1250 d.C., cuando se enterró a un cacique en este sarcófago, Europa peleaba en las cruzadas y se construía la catedral de Notre-Dame en París.

San Agustín y Tierradentro. La gente y el oro en el Alto Magdalena

En San Agustín, el valle de La Plata y Tierradentro vivieron sociedades contemporáneas con las de Calima y relacionadas con ellas. En algunos objetos de oro fino, como las diademas, puede verse esa relación, como también en las alcarrazas, que son recipientes de cerámica con dos vertederas. Las estatuas de piedra que han hecho famoso a San Agustín datan del período Clásico Regional, entre 1 y 900 d.C.; una estatua original se descubre en un pequeño recinto al fondo de esta sala. Hay también una reconstrucción de uno de los hipogeos de Tierradentro, que son grandes cámaras excavadas en las cumbres de las montañas, donde se colocaban urnas con huesos humanos retirados de un primer entierro, a semejanza de los osarios en las criptas de nuestras iglesias.

Tolima: la gente y el oro en el Valle del Magdalena

Lo más notorio de los objetos arqueológicos del valle del Magdalena es el diseño: los pectorales que esquematizan la figura humana mediante ángulos rectos son reconocidos en el mundo entero. En el espaldar de una silla funeraria la figura humana alcanza su forma más esquemática: la de una X. Las cerámicas rojas con motivos pintados en negro se muestran por primera vez en el Museo del Oro; otra vasija retoma la forma de ancla que es la cola enroscada del jaguar casi irreconocible en el pectoral que está a su lado. Las orejeras de oro son murciélagos y numerosos dijes y colgantes parecen insectos o aves, pero son mezclas de animales o, incluso, de formas geométricas.


Quimbaya: la gente y el oro en el Cauca medio

Los objetos de esta región ocupan dos salas y son de dos períodos de ocupación humana en la “Zona Cafetera”. Cerca del panel incial están los objetos del período Temprano, entre 500 a.C. y 600 d.C. Impresiona su buena manufactura y la calidad estética del diseño. Enfrente y en el otro extremo brillan pectorales circulares y planos, con figuras repujadas que representan hombres transformados en lagartos. Estos son del período Tardío, de 800 a 1600 d.C.

Sigue una vitrina que contiene un conjunto de objetos tardíos del Alto Cauca. Se conocen como de estilo Cauca y son combinaciones de unas pocas partes, como en un juego matemático. A la derecha hay una rana y a la izquierda aves con partes humanas, o humanos con picos y alas de aves, pero con patas de rana.


Zenú: la gente y el oro en las llanuras del Caribe

En las extensas llanuras del norte del país una forma de vida perduró por más de un milenio. Las llanuras se anegan cuando en las cordilleras es época de lluvia, ocho meses al año; esto que representa un grave problema para los cultivos, el transporte y las viviendas, fue convertido en una ventaja por las sociedades que desde el 200 a.C., por lo menos, optaron por una vida anfibia y construyeron un sistema de canales que les permitió dominar las inundaciones, aprovechar su limo fértil y movilizarse en canoas.

Tairona: la gente y el oro en la Sierra Nevada de Santa Marta

La Sierra Nevada de Santa Marta es un complejo montañoso no andino a orillas del mar Caribe, en el norte de Colombia. En las bahías costeras hay vestigios de sociedades que trabajaron la orfebrería en el período Nahuange, del 200 d.C. a 900 d.C. Hacia el 900 d.C. se encuentran en partes altas de la Sierra, de clima medio y frío, vestigios relacionados con los anteriores. Son pectorales en forma de ave rapaz o de doble espiral, cuentas de collar y adornos tallados en piedra, pero también un complejo sistema de ciudades y aldeas satélites con cimientos de piedra, unidas por caminos. Los cacicazgos taironas ocupaban la vertiente norte y la esquina noroccidental de la Sierra Nevada a la llegada de los europeos y enfrentaron la conquista durante un siglo.

Muisca: la gente y el oro en la Cordillera Oriental

Sobre los altiplanos de la Cordillera Oriental habitaban, a la llegada de los conquistadores españoles, los Muisca y otras sociedades relacionadas como los guanes, laches y chitareros. Eran descendientes de grupos que habían llegado a su vez a la región hacia el año 600 de nuestra era, emparentados con los de la Sierra Nevada de Santa Marta y con otros de lenguas chibchas, de origen centroamericano. Los muiscas y sus vecinos momificaron a los miembros de las élites gobernantes e hicieron figurinas de metal —los tunjos— que emplearon para hacer ofrendas a sus dioses.

Urabá y Chocó: la gente y el oro entre dos mares

La orfebrería fue también un arte importante en Centroamérica —principalmente en Panamá y Costa Rica—, donde las antiguas sociedades la aprendieron de los pobladores del Urabá antioqueño y de las selvas del Chocó. Numerosas formas de objetos indican que había elementos culturales compartidos entre estas regiones, pero también con el Cauca Medio y las sociedades del norte de Colombia. Estas dos vitrinas son las últimas de nuestro recorrido por este piso.

Después de Colón hasta nuestros días

En 1492 dos continentes por largo tiempo incomunicados se descubrieron mutuamente. Las guerras de conquista y las enfermedades diezmaron la población indígena, que se vio luego sometida al tributo colonial en el trabajo agrícola, el transporte y la explotación minera. Muchos objetos fueron fundidos ante un concepto mercantil del oro y una nueva religión. Desde el siglo XIX los vestigios del pasado han motivado el estudio de la historia antigua de este territorio.

Colombia tiene una historia de 15.000 años. Las sociedades prehispánicas nos dejaron un valioso legado de diversos modos de organización, adaptaciones y formas de pensamiento. Actualmente existen 84 grupos indígenas que hablan 64 lenguas aborígenes. La mayoría mantiene su religión y algunos utilizan en sus rituales el oro heredado de sus antepasados.

Los objetos prehispánicos son patrimonio e identidad de los colombianos. Su mensaje ancestral de diversidad, de respeto por la diferencia, señala el futuro en un país que ha sumado a lo indígena influencias africanas y europeas.


La sala La gente y el oro del Museo del oro

La colección del Museo del Oro, iniciada en 1939 por el Banco de la República, nos acerca a la vida social y cultural de los grupos humanos que vivieron en Colombia desde hace 2.500 años hasta la conquista europea. ¿Quiénes eran estas personas?, ¿cómo vivieron?, ¿cuáles eran sus creencias y tradiciones?, ¿cómo se relacionaban con el medio ambiente?

La sala La gente y el oro en la Colombia prehispánica propone un recorrido de sur a norte por nuestro país para conocer los climas, los ambientes y las antiguas sociedades y culturas que vivieron sobre la cadena montañosa de los Andes y los litorales del Pacífico y del Caribe, las regiones donde antiguamente se trabajaron los metales.

Los objetos de orfebrería (y cerámica, madera, piedra, concha, textil…) se exponen en amplias vitrinas. Parecen flotar en el aire, gracias a los soportes de acero que los separan del fondo traslúcido de la vitrina, y están perfectamente iluminados con tecnología de leds. El visitante logra entonces una relación personal e íntima con cada uno de estos objetos centenarios y puede interrogarlo, explorarlo y disfrutarlo.