Introducción

Los sucesos de 1808 a consecuencia de la invasión napoleónica de la península ibérica y la posterior defenestración de la autoridad regia, desató una crisis sin precedente en los territorios de ultramar. En el caso de la Gobernación de Popayán, los eventos de Quito de 10 de agosto de 1809, fueron los que desataron el conflicto en la región y culminó con la batalla de Funes el 16 de octubre de 1809 entre el ejército quiteño y las fuerzas organizadas por el cabildo de Pasto y el gobernador de Popayán don Miguel Tacón y Rosique [1].

En efecto, los sucesos bélicos iniciados en 1809, que solo concluyeron a mediados de los años veinte del siglo XIX, terminaron fracturando geopolíticamente la otrora Gobernación de Popayán. El área norte de la jurisdicción de Cartago hasta el río Ovejas, fue proclive a los movimientos juntistas, pro gobiernos autonómicos y posteriormente republicanos. El sur desde el puente de Calicanto (la salida de Popayán a los pueblos de la depresión del valle del Patía), hasta Pasto, fue abiertamente lealista. Mientras el territorio comprendido entre el río Ovejas y Popayán, los notables se escindieron entre el movimiento pro republicano y la lealtad a la corona. Sin embargo, la división señalada no fue monolítica, existieron disidencias: Tumaco, Túquerres y Almaguer, a pesar de estar en zonas de influencia realista, fueron proclives a los movimientos autonómicos. Esta fractura regional, convirtió al territorio en un área de constantes campañas militares por someter a sus rivales [2].

El suroccidente por su posición geoestratégica, de ser un corredor de conexión entre Quito al sur o Santa Fe al norte, fue un punto clave de dominación, que se expresó en las diversas campañas militares. El proceso aludido dio como resultado la militarización de la sociedad. Como lo han reseñado diversas investigaciones, las guerras que se desataron en varias partes del imperio hispánico a consecuencia del proceso revolucionario iniciado en 1808, tuvieron como corolario la presencia de un nuevo actor: los militares, que si bien existía en la Gobernación a finales de los tiempos coloniales, este era más cosmético y honorífico [3]. La formación apresurada de unidades militares para enviarlos al campo de batalla con el objeto de someter a sus rivales, fueron otorgando una función protagónica a los hombres en armas en el territorio, quienes fueron imponiendo su lógica sobre las instituciones de antiguo régimen adaptarse. La guerra desatada impuso su orden y los hombres y mujeres se debieron adecuar a este nuevo contexto. De esta manera las conscripciones voluntarias o forzadas, las exigencias de empréstitos forzosos y donativos para el sostenimiento de los ejércitos, las confiscaciones, los fusilamientos y expatriaciones entraron a formar parte de la cotidianidad y con ello, la emergencia de un nuevo tipo de valores y principios que lentamente se fueron convirtiendo en un marco hegemónico, que legitimaba la lucha a favor de uno u otro bando [4].

Este proceso tuvo dos etapas claramente delimitadas en la Gobernación de Popayán. La primera va de 1809 con la formación de las primeras compañías armadas en respuesta a la invasión quiteña de la provincia de Pasto hasta 1816 con la batalla de la Cuchilla del Tambo que permitió la restauración monárquica en la región. La segunda, con las expediciones republicanas de Joaquín París y Manuel Valdés (1819-1820) para someter a Popayán, hasta la derrota de los últimos reductos guerrilleros realistas en la provincia de Pasto en 1826. Ambos procesos tuvieron sus propias dinámicas. Para el primer caso a pesar de las diversas campañas republicanas, el éxito terminó en el bando monarquista. En el segundo, los realistas terminaron replegándose en Pasto, hasta finalmente ser derrotados entre 1824 y 1826.

En ambas etapas, los bandos en contienda hicieron llamados a los grupos plebeyos para luchar a favor de uno u otro bando. Recientes estudios han empezado a incursionar en este campo, para determinar las motivaciones que motivaron la vinculación a uno de los grupos en contienda. Estas investigaciones se distancian de la idea canónica que consideraba hasta no hace mucho tiempo que los hombres y mujeres de los sectores populares eran movilizados por vía del proselitismo religioso, las redes clientelistas, la coerción, en fin, que fueron poco conscientes de las razones por las cuales luchaban. Si bien no se debe desconocer tales variables al momento de explicar las filiaciones políticas, estas son suficientes, en tanto hoy sabemos que la guerra sirvió para vehiculizar agendas de reivindicaciones propias de los sectores subalternos.

El control y la difusión de ideas en la Gobernación de Popayán

A consecuencia de las noticias de los sucesos quiteños de 1809, la gobernación de Popayán y sus autoridades organizaron varios cuerpos armados para enfrentar la amenaza de Quito. En el proceso, buscó controlar la difusión de rumores y chispas que alentaran a la sedición y resquebrajara la voluntad de los lealistas. Por ello suspendió el correo con Quito y ordenó inspeccionar la correspondencia de vecinos sospechosos, en especial los que tenían conexiones con aquel reino. Se prohibió hablar de estas novedades en las pulperías y tiendas y se creó una red de espías que informaban de lo que las gentes discutían en las calles [5].

A estas medidas se agregó la política de “fijar la opinión” en la ciudad y los alrededores, a partir de un fuerte proselitismo a todos los estamentos sociales a favor de la fidelidad al monarca y considerar que cualquier forma de autogobierno era romper el orden natural de la sociedad. No obstante, la situación difícilmente podía mantenerse, pues los sucesos trágicos de Quito en agosto de 1810, la formación de una junta en Cali y Santafé, empezó a promover por parte de un sector de la ciudad la necesidad de constituir una junta de seguridad, con la participación de otras ciudades de la Gobernación. Un paso que con recelos aprobó el Gobernador, pero que puso todos los obstáculos para que no sesionara normalmente.

En resumen, el cordón de seguridad ideológico fracasó, la circulación de ideas fue la moneda corriente desde 1808, por el mundo atlántico. Las novedades políticas se discutía abiertamente en las pulperías y tiendas por parte de los plebeyos y en tertulias nocturnas por los notables quienes leían además panfletos de Santafé y Venezuela, y además mantenían contacto con otras asociaciones políticas como la de Don José Mariano Lemos y Hurtado, comerciante payanés, quién tenía correspondencia con el Observatorio Astronómico de Santafé; o don Ignacio del Campo Larrahondo, también comerciante y natural de Vizcaya, quien tenía relación con la sociedad Vascongada de la península ibérica [6].

En este contexto, circulación de ideas provenientes de todas las direcciones constituyó a mediados de 1810 dos facciones políticas en la ciudad: los juntitas y los taconistas. Según David Fernando Prado Valencia, la primera estaba constituida por miembros pertenecientes a las familias principales y más acomodadas de la gobernación, hacendados y mineros, quienes veían una necesidad imperiosa de tomar medidas frente a los diversos eventos que acontecía en el vecindario. Los segundos eran personas recientemente establecidas en Popayán desde la segunda mitad del siglo XVIII quienes tenían asiento en el cabildo y en la administración colonial y sin duda alguna, su renuencia a tomar cualquier medida que alterara la estructura política, era por temor a perder su posición privilegiada [7].

Esta división llevó al gobernador a buscar apoyo entre los sectores populares, para ello buscó congraciarlos al liberar el estanco de aguardiente, una medida tomada también meses después por las autoridades pro republicanas de las ciudades Confederadas del Valle para ganarse el favor popular. Además, con ayuda de los frailes promovió un activo proselitismo entre las tiendas y pulperías de la ciudad para desprestigiar a los juntistas, al señalar que hacer una junta de gobierno era el mal más grande y que Dios castigaría tales actos porque muy pronto: “… verán los esposos separados, violadas nuestras doncellas hijas, manchado el lecho nupcial, y prostituidas las viudas” [8].

Liberar el estanco y el proselitismo en los sitios de comercio de Popayán por parte del gobernador, fue una política dirigida hacia las mujeres de la ciudad, consciente del fuerte peso económico que ellas tenían, como también las de Cali, las cuales eran dueñas de más del 70% de las tiendas y pulperías de la ciudad. La movilización popular taconista, obligó a los juntistas hacer lo mismo y con ello abrió lo que ya de alguna manera ocurría de forma más clandestina, la discusión política de todos los hombres y mujeres del común: el nacimiento de la política moderna. Pero el mayor involucramiento popular y más radical provino nuevamente de los realistas, que ante la eminente confrontación con las Ciudades Confederadas del Valle, decidieron los miembros del cabildo y el gobernador decretar el 24 de marzo de 1811 la libertad de los esclavos para quienes tomaran las armas en defensa del rey [9].

El fuerte proselitismo para incitar al pueblo a favor del rey, se agudizó por la derrota taconista el 28 de marzo de 1811 en Bajo Palacé, ya que el círculo realista de Popayán al huir hacia el sur, varios clérigos se encargaron de hacer una activa propaganda en los pueblos de Timbío, El Tambo, La Sierra, La Horqueta, el Patía, entre otros. Aquellas parroquias eran ya un terreno abonado por los realistas, pues desde 1809, habían constituido milicias reales con apoyo de los notables locales. Además, las noticias de la libertad de los esclavos si apoyaban al rey, fueron difundidas en la costa pacífica, ya de por si alterada desde 1811 con la sedición de varias cuadrillas minera en Yurumanguí [10].

Nuevas formas de difusión de ideas llegaron con el arribo de un batallón limeño y pastuso al mando de Sámano, después de la derrota de la expedición militar de Joaquín Caicedo y Cuero en Pasto a mediados de 1812. Los informes contemporáneos, no solo señalan los desmanes que pastusos y limeños hicieron en la ciudad, sino también el involucramiento de varios vecinos con la tropa, que frecuentaban las tiendas, pulperías y chicherias locales. A finales de 1813 con la entrada del general Antonio Nariño, vino primera imprenta y la edición del primer periódico de Popayán, La Aurora, donde se difundieron inicialmente las ideas de autogobierno y posteriormente monárquicas.

La Militarización del suroccidente

La imposibilidad de contener las ideas en el periodo de estudio, fue en buena medida consecuencia de la militarización que sufrió la Gobernación de Popayán desde Cartago hasta Pasto. A partir de 1809, el Gobernador promovió la formación de cuerpos armados, comisionando a don Gregorio Angulo un minero con intereses en el Pacífico sur como comandante del ejército en ciernes. Este se rodeó de personajes notables con los cuales organizaron compañías de infantería, caballería, una de artesanos y comerciantes y, un cuerpo de cívicos con estudiantes del Colegio Real Seminario en Popayán para encargarse de la vigilancia urbana. Así mismo se formó la compañía de Almaguer capitaneada por don Juan Luis Obando y posteriormente se formaron otras en varias parroquias al sur de la capital de la gobernación [11]. Una parte de estas fuerzas marchó al sur apoyar a la provincia de Pasto amenazada de la invasión quiteña. Por su parte el cabildo de Pasto también diligentemente organizó compañías armadas, a la cabeza de las principales personalidades de la ciudad: don Miguel Nieto Polo y don Tomás de Santacruz, quienes movilizaron a los pueblos de indios aledaños al valle de Atríz y a los artesanos de la ciudad. Con estas fuerzas se hizo frente a los quiteños que fueron derrotados en la batalla de Funes el 16 de octubre de 1809.[12].

Esta primera etapa favorable a las fuerzas realistas, siguió otro teatro de operaciones que se abrió a consecuencia de la reticencia del gobernador Tacón por constituir una junta en Popayán en 1810. A consecuencia de dicha posición, se constituyó el 1º de febrero de 1811 una alianza entre las ciudades del valle del río Cauca, conocida como las Ciudades Confederadas, con el objeto de defenderse de la posición amenazante del Gobernador, la cual obtuvieron apoyo de Santafé [13]. El disenso concluyó el 28 de marzo con la batalla del río Palace, favorable a las fuerzas expedicionarias del Valle quienes defenestraron al gobernador y establecieron una junta en la ciudad. De esta manera fue destruido el ejército organizado por Tacón, quien huyó a Pasto y posteriormente a la costa del Pacífico.

Con los combates de Funes (1809) y Bajo Palacé (1811) se inició el proceso de militarización de la sociedad del suroccidente y sólo culminaría a finales de la centuria con la última guerra civil que tuvo el país. El proceso de militarización tempranamente identificado por Tulio Halperin Donghi en la provincia de Buenos Aires, implicó para los grupos notables iniciar una serie de prácticas hasta ese momento inéditas [14]. Entre ellas, y no la menos importante fue reclutar y armar a los sectores sociales bajos, y en el proceso, concederles ciertas prerrogativas como fueros militares, premios, licencias y condecoraciones, que en algunos casos como señala Marisa Davio, posesionó a varios de ellos en su vecindad como autoridades notables. Además, de negociar y ofrecerles ciertas prerrogativas, que entraron en el plano de sus aspiraciones políticas [15].

A partir de 1809, las novedades políticas empujaron a las renuentes elites regionales a formar cuerpos armados, que junto con la opción de autogobiernos, desató rápidamente el disenso entre poblaciones por las posiciones ideológicas conllevando a las primeras confrontaciones armadas. Pero ¿Cómo fue el proceso de convocar a los vecinos de las localidades a formar compañías armadas, ante la ausencia en la región de un sistema militar capaz de promover la conscripción y de una tradición militar?[16]. Todo sugiere por los indicios documentales, pues hay un silencio sobre el fenómeno del enrolamiento, que hubo dos vías por las cuales se fueron formando los cuerpos armados entre las facciones en pugna. La primera fue instrumentalizar las redes sociales previas a la cabeza de hombres prominentes de las localidades quienes por diversas circunstancias ejercían una influencia sobre sus poblaciones con capacidad para “seducirlos” a unirse a una de las causas que defendían. No es gratuito que en esta primera etapa los notables de las ciudades y pueblos, fuesen los comandantes de las compañías constituidas, pues su autoridad, fue la fuente de cohesión [17].

Juan Luis Obando el gestor de las compañías de Almaguer en 1809, fue un personaje de cierto nivel de fortuna, residente en Popayán, con conexiones con los pueblos al sur, gracias a su actividad de diezmero y por ser propietario de varias haciendas en aquel territorio. Tales antecedentes sociales y económicos, le permitieron conformar una compañía donde varios de los oficiales subalternos posteriormente se desdoblaron después de marzo de 1811 a jefes de partidas guerrilleras realistas como Joaquín Paz del Tambo [18]. Igualmente se inscribe en esta misma lógica don Francisco Gregorio Angulo, propietario de minas en Barbacoas, su hermana Manuela Angulo, se casó a finales del siglo XVIII con el español Francisco Diago, quien fuera el administrador de tabacos de Popayán, éste personaje junto con Obando, formó una red realista de la ciudad que tenía vínculos con varios vecinos prominentes de las parroquias de Timbío, Tambo, Patía, La Sierra, La Horqueta, Mercaderes, entre otros. Para ello contaban con individuos que mantenían comunicaciones constantes entre la ciudad y los poblados en mención, como Pedro Sandoval, Mariano del Basto, los hermanos Sánchez (José Antonio y Joaquín), Antonio Astudillo, Juan Gregorio Sarria, Agustín Cervera, Matías Cajiao y Santiago Calvo. Tales conexiones permitió la formación de varias compañías, las cuales marcharon a la defensa del rey [19].

Por la vía de dichas personalidades se constituyó en la primera etapa de militarización en la gobernación de Popayán. En el distrito de Almaguer para 1813, todas las compañías existentes estaban a la cabeza de un notable y sus oficiales subalternos también poseían cierto valimiento en las localidades. Una compañía estaba dirigida por el teniente Vicente Camilo Fontal, quien posteriormente se destacaría como una de las figuras políticas locales más importantes durante el periodo republicano en la primera mitad del siglo XIX. La compañía en cuestión, de 120 miembros incluyendo a sargentos, alféreces, cabos y soldados, contaba entre los oficiales subalternos como José María Hoyos y Toribio Abella, quienes se destacarían como personas notables en las siguientes décadas, pero vinculados a la red de Fontal [20]. La otra compañía estaba a cargo del capitán Juan Nepomuceno Fuente, con 61 hombres de todas las clases, y al igual que la anterior, Fuente, era un hombre prominente de la localidad de avanzada edad, quien falleció a finales de la década de los veinte, desempeñándose en el periodo republicano temprano como escribano del cabildo [21].

Las otras compañías del distrito de Almaguer eran dos en el Trapiche (hoy Bolívar, Cauca), una en La Cruz, más una compañía volante. Las dos compañías del Trapiche estaba la primera bajo el mando del capitán Eduardo Burbano, el teniente Juan Romualdo López y el subteniente Calixto Bolaños, y la segunda, por el capitán José Joaquín Sánchez y el teniente Francisco Garcés. La unidad armada de la Cruz, estaba a la cabeza del capitán Joaquín López Figueroa, el teniente Antonio Bravo y el subteniente Ramón Ibarra, y la volante, a cargo de Juan Acosta, todos destacados vecinos de donde procedían los cuerpos armados, quienes en las revistas militares de la época les antecede su nombre con el título de don [22]. En Pasto los oficiales y jefes de milicia fueron los miembros más prominentes de la ciudad, algunos de ellos con puesto en el cabildo, como los capitanes Blas de la Villota y Francisco Javier Delgado, el teniente Carlos Nágera y Angulo y los subtenientes Lucas Pedro Soberón y Toribio Rodríguez [23].

Este similar comportamiento se observa en las comunidades indígenas independiente del bando donde operaron, en estas fueron sus mandones o las autoridades del cabildo del pueblo de indios quienes fungieron como intermediarios entre las autoridades realistas o republicanas y los comuneros para incitarlos al reclutamiento; ellos estuvieron frente de estos cuerpos en el campo de batalla. En el caso de la provincia de Pasto y Los Pastos se destacaron Calzón cacique de Gualmatán, Canchalá de Siquitán, Eusebio Rebelo y Mesías Calderón de Cumbal [24]. En Tierradentro el Coronel Calambás, el capitán Guyumes, quienes con el gobernador del Pedregal movilizaron a los indígenas en apoyo de la expedición de Nariño en su marcha a Popayán en 1813 [25].

La segunda vía de reclutamiento, fue por medio de una agresiva propaganda política promovida para estimular el enrolamiento en las unidades armadas, a partir de advertir los riesgos a la población de una invasión francesa y la necesidad imperiosa de someter a los rivales quienes conspiraban contra su majestad [26]. Tales comunicados fueron la moneda corriente usada por ambos bandos, que de la mano de los clérigos se convirtieron en los principales difusores, al señalar los realistas que los franceses eran enemigos acérrimos de la religión cristiana y los prorepublicanos, que el autogobierno no iba en contravía de los preceptos católicos. Un asunto sin duda de capital importancia, en tanto la religiosidad era un elemento central de la vida cotidiana de las sociedades coloniales de América [27].

Durante el periodo, las sacerdotes usaron la biblia como fuente para legitimar sus proyectos y difundirlos en los sermones y arengas que se hicieron en los espacios públicos, ahora abiertos a todo la población en un esfuerzo por “fijar una opinión” frente a la otra [28]. En muchos casos los discursos fueron reforzados a través de las imágenes, como nos han dejado algunas crónicas de la época en la cual las vírgenes y los santos salían en andas al combate con grados militares. Esta práctica interpretada por los contemporáneos como fanatismo e ignorancia, especialmente endilgado para los indios realistas de Pasto, desconoce que dicha tradición tiene sus raíces en la noción de guerra santa de la edad media y que en el proceso de militarización de la sociedad hispanoamericana, las procesiones, el otorgamiento de grados militares y las ofrendas de banderas y estandartes del enemigo a las imágenes sacras fue moneda corriente en ambos bandos [29].

Sin embargo, a pesar de los temores de una movilización popular masiva, algunos grupos tomaron una iniciativa más audaz, en su afán de ganar el mayor número de seguidores, negociaron con ellos, siendo receptivos a sus aspiraciones e intereses políticos, como convocar a los esclavos a unirse a los ejércitos del rey con la promesa de libertad. Como lo hizo el cabildo de Popayán en 1811, que estimuló el alistamiento de varios esclavos de la provincia e incitó la sedición de varias cuadrillas mineras en el Pacífico ya de por si alteradas años antes por los eventos [30]. Además, liberó el estanco de aguardiente, para congraciarse con los sectores urbanos que lo apoyaran en su cruzada contra los “afrancesados” del Valle y Santafé [31].

Lo señalado, cuestiona la interpretación canónica que por largos años ha sido usada para explicar que los hombres comunes y corrientes de baja condición fueran enrolados de manera forzosa en los ejércitos sin tener la más mínima idea por la cual luchaban. O en su defecto, ser las relaciones de patronazgo la piedra angular de la explicación del enrolamiento. En todo caso si bien tales relaciones permiten entender la capacidad de don Juan Luis Obando o Vicente Camilo Fontal para constituir compañías de milicia, no es suficiente para comprender el alistamiento, si éstos no fueron capaces de conceder gratificaciones y premios a su hueste.

Recientes estudios en el contexto latinoamericano han cuestionado la idea mecánica del clientelismo, de una relación entre un patrón cliente de naturaleza asimétrica y vertical. Los nuevos planteamientos de la teoría de redes, sugieren que los vínculos si bien eran jerárquicos, también eran flexibles. Además, la clientela no descansaba necesariamente en un poder material basado en la tierra, sino en la capacidad de un líder de ofrecer incentivos y en solucionar conflictos a sus seguidores gracias a sus conexiones con autoridades de más alto status. Por ello, la movilización popular durante la primera etapa de militarización de la sociedad en gobernación de Popayán, no se debe entender exclusivamente por las redes y la propaganda, que sin duda contribuyeron al proceso, sino también en la capacidad de las autoridades de dar concesiones a los sectores populares para movilizarse a favor del rey y el ofrecimiento e salarios, honores, recompensas e intereses más políticos [32].

En el caso republicano, las fuentes son menos descriptivas. En general las élites estuvieron dispuestas a enrolar a sectores sociales bajos, sin alterar el statu quo. Por ejemplo, el reclutamiento en las ciudades confederadas de 1811, se hizo principalmente en las comarcas rurales que florecieron alrededor de las haciendas, especialmente en el área de Llanogrande. Ahí la influencia de los hacendados fue capital, por los vínculos que de antaño habían mantenido con la población labradora con contratos y formas de trabajo [33]. Pero los republicanos no buscaron alterar el orden social, en 1814, cuando Antonio Nariño ocupó a Popayán, en las disposiciones para la elección de diputados que se debían reunir en Popayán el 20 de febrero de ese año, negó el derecho al voto a las comunidades indígenas, a pesar de haber contado con el apoyo de las de Tierradentro. Una paradoja pues la constitución de Cadiz les había concedido la ciudadanía [34].

Marcela Echeverri y Jairo Gutiérrez Ramos ha identificado como la exención del cobro de tributo y la defensa de las comunidades, fue el acicate para la participación continua de las comunidades indígenas en la provincia de Pasto y los Pastos, a pesar que ésta concesión, afectaba el lugar del cacique en las comunidades, y estimuló conflictos entre estos y los comuneros [35].

Véase también

  1. Para una narración de estos eventos: David Fernando Prado, Tensiones en la ciudad, 1808-1822 (Popayán: tesis de pregrado en Historia, Universidad del Cauca, 2008), 43-51; Diego Castrillón, Manuel José Castrillón. Biografía y memorias, vol. 1 (Bogotá, Banco Popular, 1971).
  2. Una síntesis de este proceso véase: Eduardo Riascos Grueso, Procerato caucano (Cali, Imprenta Departamental, 1964), 5-6.
  3. Marcela Echeverri, Indian and slave royalists in the age of revolution. Reform, revolution, and royalism in the northern Andes, 1780-1825 (Cambridge: Cambridge University Press, 2016), 34-37.
  4. Una excelente reflexión sobre como las guerras de independencia transformaron a la sociedad en: Juan Ortiz Escamilla. Guerra y Gobierno. Los pueblos y la independencia de México, 1808-1825, (México: Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2014).
  5. David Fernando Prado, Tensiones en la ciudad, 1808-1822, (Popayán, Tesis de Pregrado en Historia, Universidad del Cauca, 2008), 52-54; Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón (Biografía y Memorias), tomo I (Bogotá, Banco Popular, 1971), 45-46.
  6. Jorge Eliécer. El Real Colegio Seminario de Popayán, Physica e Ilustración en el Siglo XVIII. En: Javier Guerrero, Comp., Etnias, Educación y Archivos en la Historia de Colombia (Bogotá: Archivo General de la Nación, Asociación Colombiana de Historiadores, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1995), 205-213.
  7. David Fernando Prado, Tensiones en la ciudad, 1808-1822, 57-66.
  8. ACC. Fondo Mosquera, N. 48, f. 3r -3v.
  9. Santiago Arroyo y Valencia, “Memoria para la historia …, 490.
  10. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón..., 69-70.
  11. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón…, 25-28.
  12. La descripción más completa de la guerra de independencia en Pasto: Sergio Elías Ortiz, Agustín Agualongo y su tiempo (Bogotá, Editorial A, B, C, 1958).
  13. Sobre el proceso de conformación de las ciudades confederadas, Diógenes Piedrahita, Apuntes para la Historia de Toro (Cali, Imprenta Departamental, 1939), 113-132.
  14. Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra. Formación de la elite dirigente en la argentina criolla (Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1972), 146-162; Historia contemporánea de América latina (Madrid, Alianza Editorial, 6ª reimpresión, 2005), 135-138.
  15. Marisa Davio, Morir por la patria. Participación y militarización de los sectores populares en Tucumán, 1812-1854 (Rosario, Protohistoria Ediciones, 2018), 40-41.
  16. Cuando me refiero a un sistema militar, aludo a una organización con sus cadenas de mando y jerarquías. En el caso de Popayán no existía batallones fijos, ni unidades de milicias al momento de presentarse la crisis imperial. Al respecto en un informe del cabildo de Popayán el 4 de junio de 1808, en el cual se indaga si había en la localidad cierta disciplina y experticia militar, se escribió al respecto: “… Viendo que esto demora adelantamos el de la ciudad, cumpliendo con las prevenciones de V. S., que usan comúnmente el sable, principalmente en las gentes del campo, que lo manejan con destreza por uso que hacen de el en la labor de sus montes, y ocupaciones. Algunos manejan bien la escopeta; aunque esto es limitado, a los aficionados a la casa [sic]. Cuando hubieron [sic] milicias disciplinadas, en esta, entraron bien en el manejo del fusil. Desde las batallas que hubieron, entre los conquistadores, y los indios, no hay memoria de otras en esta jurisdicción. […] La tranquilidad, sumisión, y obediencia, de los moradores de esta Provincia, todo ha contribuido a que jamás, haya visto, la desolación, ni la muerte, ni los horrores de una batalla. La voz de un juez y bastante a contener cualesquier desorden y jamás ha habido la sublevación ni alborozo que llegue a las armas”. Archivo central del Cauca (En adelante ACC.) Libros Capitulares, Tomo 53, 1808, ff. 57r- 57v. Agradezco a David Fernando Prado Valencia en brindarme esta pieza documental.
  17. La palabra seducción en el periodo alude a la capacidad de ciertos hombres para persuadir a otros a enrolarse, en muchos casos a partir del engaño. Este ejercicio sin duda, era obra de la retórica que se desplegaba, pero además al ofrecimiento de ciertas dádivas y recompensas que se podían obtener en el servicio militar. Marisa Davio es una de las autoras que tempranamente ha expresado la terminología y estudiado para el caso del periodo revolucionario en Tucumán: Marisa Davio, Morir por la patria…, 150-159.
  18. Francisco Zuluaga, Guerrilla y sociedad en el Patía. Una relación entre clientelismo político y la insurgencia social (Cali, Universidad del valle, 1993), 76-78.
  19. Diego Castrillón, Biografía y memorias …, 25-28; sobre Gregorio Angulo, Arcesio Aragón, Monografía histórica de la Universidad del Cauca, Tomo 2, (Popayán, Universidad del cauca, 1977), 95; Gustavo Arboleda, Diccionario biográfico y genealógico del antiguo departamento del Cauca, (Bogotá, Biblioteca Horizonte, 1966), 6-7.
  20. Archivo Histórico Nacional del Ecuador, Fondo Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Sobre el trasegar de Vicente Camilo Fontal y la red que construyó: Luis Ervin Prado Arellano, “El letrado parroquial”, El siglo diecinueve colombiano, Isidro Vanegas Ed. (Bogotá, Ediciones Plural, 2017), 119-120.
  21. Archivo Central del Cauca, Archivo Muerto, sin índice, 1823. De ahora en adelante se citará de la siguiente forma: ACC. AM.
  22. AHNE, Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Romualdo López continuó operando a favor del rey a la cabeza de partidas guerrilleras, pero se entregó a la República el 26 de marzo de 1821, otorgándosele el grado de capitán de milicias. Se hallaba entre los hombres notables de su localidad, fungió durante esos años de forma intermitente de comandante de algunas compañías, hasta 1833. En 1834 aparece en la lista de oficiales retirados con el grado de comandante. ACC. AM. 1823, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice; ACC. AM. 1833. Paquete 21, legajo 15; ACC. AM. 1834. Paquete 24, legajo 8, ACC. República C I-23 cp, signatura 2357. Sobre Calixto Bolaños, operó como jefe de partidas guerrilleras hasta 1822, cuando según la tradición Simón Bolívar fijo su cuartel en el Trapiche y se encargó de organizar milicias republicanas desde ese año, para perseguir a los hombres de Agualongo que se adentraban a la jurisdicción de Almaguer, especialmente en San Pablo y La Cruz, en asocio con Juan Gregorio López vecino de Mercaderes. Durante aquella década fue administrador de correos de su parroquia (1824), alcalde parroquial (1828), juez de policía (1829), Administrador de tabacos (1830). Desaparece del registro documental a inicios de los años treinta. Víctor Quintero, Biografía del cura del Trapiche Domingo Belisario Gómez, 1761-1851, (Popayán: Imprenta Departamental, 2010), 26; ACC. AM. 1824, sin índice; ACC. AM. 1828, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice. ACC. República, C II-22, signatura 4775; ACC. República, M I-ad, signatura 1994.
  23. Sergio Elías Ortiz, Agustín Agualongo y su Tiempo…, 256; Gerardo León Guerrero Vinueza, Pasto en la Guerra de independencia, 1809-1824 (Bogotá, Tecnoimpresores, 1994), 30-33.
  24. Jairo Gutiérrez Ramos, Los indios de Pasto contra la república (1809-1834) (Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2007), 199-219.
  25. Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes y guerra absoluta durante los tiempos gaditanos en la provincia de Popayán, Nueva Granada”, Jorge Giraldo Ramírez, Ed. Cádiz y los procesos políticos iberoamericanos (Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2013), 229-233.
  26. Marcela Echeverri, Indian and slave royalists…, 126-127.
  27. De hecho, los clérigos en ambos bandos fueron centrales para estimular el enrolamiento en los ejércitos en contienda. Los monjes regulares del convento de san Francisco de Cali, fueron animadores principales en el reclutamiento y resistencia contra las amenazas del gobernador de Popayán; en Tierradentro el papel desempeñado por el vicario y cura de La Plata Andrés Ordóñez Cifuentes fue capital para la campaña de Nariño en el sur en su tránsito por la región, junto con los clérigos de Lame y Pitayó. Véase: Diógenes Piedrahita, Apuntes para la Historia…, 144-145; Yesenia Pumarada Cruz, “¿Por Dios o por la Patria? Consideraciones acerca de la participación nasa en las primeras guerras civiles colombianas”, en: Yesenia Pumarada Cruz, David Fernando Prado Valencia, Et all, Fragmentos de Historia política y cultural. Colombia siglo XIX y XX (Popayán, Universidad del Cauca, Grupo de Investigación Estado-Nación: organizaciones e Instituciones, 2011), 13-40.
  28. Francois-Xavier Guerra, “Políticas sacadas de las sagradas escrituras. La referencia a la Biblia en el debate político, siglo XVII a XIX”, Élites intelectuales y modelos colectivos. Mundo Ibérico (siglos XVI-XIX) Mónica Quijada y Jesús Bustamante Eds. (Madrid, Consejo Superior de investigaciones científicas, 2002), 155-198; Marta Irurozqui, “El sueño del ciudadano. Sermones y catecismos políticos en Charcas”, Élites intelectuales y modelos…, 219-249. Para el caso neogranadino y como fue utilizado los sermones para dar propaganda al nuevo orden político: Margarita Garrido, “Los sermones patrióticos y el nuevo orden en Colombia, 1819-1820”, Boletín de Historia y Antigüedades Vol. 91, No. 826 (2004), 461-484.
  29. Sobre la idea de guerra santa y su relación con las imágenes: Jean Flori, La Guerra Santa. La formación de la idea de cruzada en el occidente cristiano, (Madrid, Editorial Trotta, Universidad de Granada, 2003), 99-156; en México la movilización popular que estalló en 1811, estuvo fuertemente animada por el culto a Guadalupe: Brian R. Hamnett, Raíces de la insurgencia en México, Historia regional, 1750-1824 (México, Fondo de Cultura Económica, 2010), 37-39. Sobre las ofrendas de banderas y estandartes enemigos, en: Pablo Ortemberg, Rituales de poder en Lima (1735-1828) De la Monarquía a la República (Lima, Fondo Editorial Universidad Católica del Perú, 2ª edición, 2016), 176-190.
  30. Marcela Echeverry, Indian and Slave Royalists…, 140-141; y Arroyo
  31. David Fernando Prado Valencia, Tensiones en la ciudad…, 57, Diego Castrillón, Manuel José Castrillón. Biografía…, 31-32. Los juntistas del Valle en 1811 también optaron por esta medida casi simultáneamente a Popayán, para ganarse la adhesión de los sectores populares. Germán Colmenares, “Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830”, La Independencia. Ensayos de Historia Social, Germán Colmenares, et all. (Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1986), 144.
  32. Marisa Davio, Morir por la patria…, 105-130; Raúl Fradkin, Historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826 (Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2006); Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de la Rioja durante el proceso de formación del Estado Nacional argentino (1853-1870) (Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007), 131-153.
  33. Como afirma Oscar Almario, el proyecto de las ciudades confederadas del Valle - que llamó uno de sus más conspicuos historiadores Demetrio García, como “criollismo democrático” -, fue “…un proyecto elitista, autonomista y, en esencia esclavista”, Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes…, 229-233.
  34. Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes…, 250-251; sobre Nariño: Diógenes Piedrahita, Apuntes para la Historia…, 160-162.
  35. Marcela Echeverri, Indian and slave royalists…, 123-156.