En los calurosos valles del río Magdalena, surcando llanuras empantanadas y cenagosas, donde los caimanes y las hicoteas comparten hábitat con poblaciones milenarias, se erige una villa detenida en el tiempo, donde la memoria aún recuerda aquellos días en que el río traía desde lugares lejanos, personas de diversas procedencias por el comercio, la hidalguía y las promesas de tierras de inagotables recursos. De la época de los virreyes, marqueses, bogas, orfebrería y encomenderos. Ya Germán y Diego Samper lo dijeron al revivir aquellas esquinas y plazas pintorescas en pequeños instantes que, en un atardecer ribereño, evocan tiempos coloniales, “de las viejas casonas solariegas, de sus espaciosos patios y de sus zaguanes, saldrán siempre a refrescar el aire de nuestros contornos, en la evocación armoniosa de sus estirpes, los personajes que fueron urdiendo con sus pasos la historia y de tanto trenzarla nos la han entregado, aún viva…” [1].

En tiempos prehispánicos, la depresión momposina fue territorio de las comunidades Malibú que recorrían los márgenes bajos del Magdalena y se replegaban por todas las sabanas. Para los años de la conquista, la fundación de Santa Cruz de Mompox data de 1540, tomando el nombre de un antiguo cacique de ascendencia malibú. Rápidamente, el puerto fluvial se convirtió en centro de comercio entre la costa y el interior del país donde predominó el oficio de la boga, con diestros hombres zambos que navegaban embarcaciones alargadas o champanes [2]. El resurgir del comercio en este enclave ribereño atrajo congregaciones religiosas como los jesuitas, franciscanos y agustinos; algunos de ellos erigieron iglesias y conventos como La Concepción en 1541, San Agustín en 1606 y Santa Bárbara en 1613 [3] Esta villa encendida por su florecimiento comercial es casa de importantes hacendados y señores: tanto el Conde de Pestagua como el Marqués de Santa Coa y el Marqués de Torre Hoyos fueron importantes ganaderos y latifundistas que representaron la nobleza de los alrededores del Magdalena. Junto con el comercio real, apareció el contrabando, un fenómeno insigne de la población y la región por la constante y fácil comunicación con mercados y rutas del negocio ilícito.

Aquel pueblo pujante no vivió de gloriosos tiempos de nobles señores y contrabando: desde el siglo XVIII se puede apreciar una rivalidad constante con Cartagena en su carrera por importancia e interés. Su ubicación como la puerta a tierra adentro, hacia el interior del reino, hacía que su elite comercial, nacida en su seno, fuera educada en los colegios de Santa Fe [4]. Tal posicionamiento de las elites les permite solicitar para 1784 la creación de un Consulado de Comercio que compitiera y no dependiera de las instituciones establecidas en Cartagena; asimismo, requirieron centros educativos por lo que, para 1806 se expide una cédula real que establece la fundación del Colegio-Universidad de San Pedro-Apóstol, cuyas “constituciones, o reglamento, significan lo más avanzado del pensamiento pedagógico de la época, pues asumen la reforma de Moreno y Escandón, y toman partido por una educación científica, práctica, vinculada a los problemas del entorno y notoriamente alejada del verbalismo memorista…” [5].

El insistente martilleo de los metales de los orfebres y metalurgos centenarios se ve silenciado por la coyuntura política que da pie a las revoluciones de Independencia. Para 1810, los criollos momposinos impulsaron un cabildo abierto y posteriormente la independencia absoluta, siendo la primera población en declararla de Cartagena, ya que pertenecía a su provincia y de España [6]. No obstante, Cartagena termina sometiendo a la fuerza a Mompox. Personajes como los hermanos Gutiérrez de Piñeres, criollos y pertenecientes a familias prestantes del puerto fluvial, serán imprescindibles en la insurrección del 11 de noviembre de 1811.

Aquel pueblo de intrincadas callejuelas perdió su importancia a nivel político y económico, y se fue relegando en los años decimonónicos, sumido en un estancamiento que acompañaba la pobreza de la incipiente república, y no volvió a ser el mismo. Sumado a esto, para mediados del siglo XIX el brazo del río que cruzaba por Mompox, que en ese entonces seguía siendo de mayor tráfico, se fue sedimentando dando lugar a que el brazo de Loba adquiriera más caudal, lo que favoreció a la población de Magangué y la convirtió en el eje del comercio y el transporte por el Magdalena hasta bien entrado el siglo XX, cuando los barcos de vapor remplazaron a los champanes [7].


Referencias

  1. SAMPER GNECCO, GERMÁN; SAMPER, DIEGO; PEÑAS GALINDO, ERNESTO; DE LA ESPRIELLA, RAMIRO; CORRADINE ANGULO, ALBERTO (1995), Mompox, Isla en el tiempo. Bogotá, Diego Samper Ediciones, 1995, p. 10
  2. BORREGO PLÁ, MARÍA DEL CARMEN, “Mompox y el control de la boga del Magdalena”, en Universidad de Sevilla, Sevilla, Temas Americanistas, No. 4, 1984, pp. 1- 9.
  3. SAMPER GNECCO et al., op. cit. (1995)
  4. SOTO, DIANA, (2004). “La primera universidad del Caribe colombiano. Un modelo ilustrado para América colonial” en Desafíos, Bogotá, Universidad del Rosario, Vol. 10, 2004, pp. 8 – 43
  5. SAMPER GNECCO et al., op. cit. (1995), p. 50
  6. SAMPER GNECCO et al., op. cit. (1995)
  7. BARRIOS AMÓRTEGUI, SERGIO, “Un río que cambia el lugar de las ciudades, el río Magdalena de Mompox a Magangué”, en Credencial Historia, No. 288, diciembre de 2013

Bibliografía

  • BORREGO PLÁ, MARÍA DEL CARMEN, “Mompox y el control de la boga del Magdalena”, en Universidad de Sevilla, Sevilla, Temas Americanistas, No. 4, 1984, pp. 1- 9.
  • SAMPER GNECCO, GERMÁN; SAMPER, DIEGO; PEÑAS GALINDO, ERNESTO; DE LA ESPRIELLA, RAMIRO; CORRADINE ANGULO, ALBERTO (1995), Mompox, Isla en el tiempo. Bogotá, Diego Samper Ediciones, 1995.
  • SOTO, DIANA, (2004). “La primera universidad del Caribe colombiano. Un modelo ilustrado para América colonial” en Desafíos, Bogotá, Universidad del Rosario, Vol. 10, 2004, pp. 8 – 43.

Véase también

Proyecto:Bicentenario

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Créditos

Centro Cultural del Banco de la República de Cartagena, 2020.