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==Nariño: la gente y el oro en el altiplano nariñense==
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En las frías altiplanicies andinas y en los valles del departamento de Nariño y norte del Ecuador, habitaron sociedades de agricultores, pastores y mercaderes desde el año 400 hasta el 1600 d.C.
En las frías altiplanicies andinas y en los valles del departamento de Nariño y norte del Ecuador, habitaron sociedades de agricultores, pastores y mercaderes desde el año 400 hasta el 1600 d.C.
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Revisión del 15:01 10 may 2017

Nariño: la gente y el oro en el altiplano nariñense

En las frías altiplanicies andinas y en los valles del departamento de Nariño y norte del Ecuador, habitaron sociedades de agricultores, pastores y mercaderes desde el año 400 hasta el 1600 d.C.

En las tumbas más profundas de América se han hallado dos tipos diferentes de ajuares funerarios, con suntuosos emblemas de poder, lo que sugiere que coexistían dos grupos de gobernantes. En efecto, muchas sociedades andinas tuvieron una estructura social y de pensamiento dual que simbolizaron usando opuestos complementarios de la naturaleza y el cosmos: masculino y femenino, sol y luna, arriba y abajo, noche y día, frío y calor.

Al sobrevenir la Conquista, en 1550, al centro y norte de Nariño vivían los Quillacingas —nariz de luna—, en laderas y lugares planos; ellos depositaron como ofrenda láminas ovaladas sobre el cráneo de algunos muertos. Al sur estaban los Pastos, en aldeas muy pobladas en las cimas de los cerros; su cerámica muestra escenas de pesca, caza y pastoreo. Sus descendientes mantienen algunas de sus costumbres y tradiciones.

Nariño en la exposición del Museo del Oro

En las altiplanicies andinas y los valles del departamento de Nariño y el norte del Ecuador habitaron desde el año 400 hasta el 1600 d.C. sociedades de agricultores, pastores y mercaderes. Al llegar los conquistadores europeos, en 1550, en este territorio vivían los indígenas Pastos, Quillacingas, Abades y Sindaguas, entre otros. Los descendientes de estas comunidades permanecen aún y mantienen algunas de sus costumbres y tradiciones.

Ajuares funerarios diversos y elaborados, hallados en tumbas del norte y centro de Nariño, permiten suponer que en este territorio existieron sociedades con jerarquías desde por lo menos el siglo IV d.C. Para elaborar estos adornos se cortaron láminas de cobre y se cubrieron con hojillas de oro que se calentaron al fuego hasta fundirse. El dorado por fusión fue una técnica metalúrgica utilizada en Ecuador y Perú desde el primer siglo de nuestra era, y es uno de múltiples indicios que vinculan a la arqueología de Nariño con la de los Andes Centrales.

Los antecesores de los Pastos 600 a 1600 d.C

En los altiplanos del sur de Colombia y el norte del Ecuador una sociedad de cacicazgos intercambió productos y bienes exóticos con el litoral Pacífico y las selvas del Putumayo. Poco se conoce acerca de su organización social, pero el hallazgo de dos tipos de ajuares funerarios con suntuosos emblemas de poder sugiere que coexistían dos grupos de señores principales.

Objetos de orfebrería y cerámica con diseños figurativos y esquemáticos, donde las representaciones humanas son estáticas y las de animales como monos y aves tienen movimiento, fueron usados por uno de los grupos de señores.

Grandes adornos con diseños geométricos, bastones labrados en palma de chonta y otros objetos suntuarios como espejos de pirita y collares de caracoles marinos del género Spondylus, traídos de las costas ecuatoriales, formaron parte del atuendo del otro grupo de señores principales.

Las hojas de coca tostadas y mezcladas con cal de conchas molidas eran usadas con fines rituales. Las figuras de personajes sentados que mastican coca, y los pequeños poporos de piedras exóticas, sugieren la importancia de esta planta sagrada.

Discos decorados con motivos geométricos de colores y texturas contrastantes producían efectos visuales e hipnóticos cuando en las ceremonias se les hacía girar suspendidos de un cordel.

Los Pastos y los Quillancingas en el año 1550

En la época de la Conquista, la región andina del sur de Nariño y el norte del Ecuador estaba habitada por los pastos, quienes vivían en aldeas densamente pobladas ubicadas en las cimas de los cerros. Los quillacingas, por otra parte, ocupaban el centro y el norte de Nariño en viviendas dispersas en las laderas o en lugares planos. Ambos grupos intercambiaron productos y materias primas de diversos pisos térmicos.

En la cerámica de los quillacingas predominan los diseños geométricos y en sus vasijas se resalta la figura humana. Sobre el cráneo de los muertos depositaron pectorales ovalados, a manera de ofrenda.

La cerámica utilitaria de los pastos ilustra su vida cotidiana: son frecuentes las escenas de pesca, caza y pastoreo. La gente del común usó narigueras sencillas de metal.

El pensamiento andino

Los pastos, al igual que sus antecesores y muchas otras sociedades andinas de Ecuador, Perú y Bolivia, tuvieron una estructura social y de pensamiento de carácter dual. Para comunicarla de forma simbólica emplearon los opuestos complementarios de la naturaleza y el cosmos: lo masculino y lo femenino, el sol y la luna, arriba y abajo, noche y día, frío y calor.

Los materiales y las características físicas de los objetos, como el color, la forma y la textura, expresaron oposiciones duales: oro-plata, oro-cobre; rojo-habano; lleno-vacío; mate-brillante.

En las flautas de Pan y los cascabeles, las formas y aleaciones fueron cuidadosamente controladas para afinar la sonoridad. Instrumentos musicales en forma de caracol ululaban en el aire al hacerlos girar en el extremo de una cuerda.

Tumba de pozo con cámara lateral

Esta forma de tumba fue común en la Colombia prehispánica, en entierros individuales poco profundos. Sin embargo, los grandes señores de Nariño fueron enterrados en tumbas que alcanzan profundidades de 40 metros. En algunas de ellas se han encontrado hasta catorce cadáveres.

Los pastos

La sociedad pasto, una de las más numerosas de la región comprendida entre el actual departamento de Nariño en Colombia y la región de Carchi en el Ecuador; vivió en poblados de hasta cien bohíos sobre las cimas de las montañas y en laderas de poca inclinación.

Económicamente los pastos fueron muy productivos pues aprovecharon la diversidad de pisos térmicos y ecosistemas presentes en su territorio, para obtener diferentes clases de alimentos empleados en su dieta diaria o para el comercio. Este sistema conocido como microverticalidad es facilitó el contacto con sociedades vecinas de las tierras húmedas y selváticas del litoral pacífico y del Amazonas.

Entre los pastos del siglo XVI, al parecer, no existió una marcada estratificación social y aunque su organización socio-política se caracterizó por la formación de cacicazgos, algunos de los cuales se unieron formando federaciones, el estatus y el poder no se sustentó en la posesión de bienes suntuarios sino que, posiblemente, fue ejercido a través del control y dominio sobre las principales tierras de cultivo.

El cargo de cacique era de carácter hereditario y de por vida. Al morir el principal era reemplazado por su hijo mayor y, en ausencia de éste, por su hija. La unión entre cacicazgos y federaciones se mantuvo viva a través de la cooperación y de la amistad, producto del comercio y de los intercambios matrimoniales.

Los pastos fueron hábiles tejedores que implementaron diversas técnicas en el tejido del algodón y de otras fibras vegetales. En arcilla elaboraron ánforas, cuencos y copas decoradas con la técnica de la pintura positiva, que sirvió para ilustrar con gran realismo aspectos de su entorno y de su vida cotidiana como la danza, la guerra, la caza, la pesca y el ritual. En metal, piedra y arcilla representaron algunos de los animales propios de su hábitat, como venados, zorros, monos, arácnidos y diversidad de aves.

Los pastos enterraron a sus muertos en tumbas poco profundas de pozo directo con cámara lateral, acompañados de comida, hachas en piedra y algunas veces con sencillos objetos de metal como resortes, narigueras y pectorales circulares.

Los pastos vieron llegar a los españoles, procedentes del sur, a mediados del siglo XVI.

¿Quiénes eran los mindalaes?

La organización política de los pastos incluyó a un grupo de personas sujetas al cacique, dedicadas al intercambio de bienes suntuarios. Su calidad de especialistas les permitió gozar de ciertos privilegios como la no participación en las labores agrícolas y artesanales.

Estos mercaderes especializados, llamados mindalaes, se concentraron en la obtención de bienes de lujo requeridos por los caciques, como caracoles marinos, cuentas de conchas Spondylus, oro en polvo, palma de chonta y otros. También fueron los encargados de abastecer a los chamanes y sacerdotes de plantas medicinales y de sustancias psicoactivas, necesarias en la curación de enfermedades y en la realización de rituales y ceremonias.

Los mindalaes, hombres y mujeres, practicaron su oficio a través de redes o circuitos de intercambio con pueblos vecinos, mediante el comercio de productos en sitios de mercado llamados “tiangües”, donde acudían con frecuencia para intercambiar objetos exóticos traídos de tierras lejanas.

Para su desplazamiento utilizaron rutas naturales de acceso que con el tiempo se convirtieron en importantes caminos. Una de ellas fue el camino hacía el Pacífico, vía Mallama-Piedraancha-Altaquer, bordeando las faldas del volcán Cumbal, para tomar el cauce del río Nulpe. Otra ruta hacia el Pacífico se hizo bordeando el volcán Chiles, vía Maldonado, hasta el cauce del río San Juan. Para llegar al valle del Chota, en el Ecuador, se navegó por los afluentes superiores del río San Miguel en el Putumayo. Hacia el occidente tomaron dos rutas, una vía Puerres o la Victoria-Monopamba para salir a San Antonio del Guamés en territorio kofán y otra, quizás la más transitada, a través del valle del Chota, vía Pimampiro, para tomar el cauce del río Azuela y salir a las cabeceras del río Aguarico en territorio kofán.

En la actualidad, comunidades de indígenas pastos utilizan el término mindala para identificar a hombres y mujeres que se sientan con sus canastos, hechos de bejucos selváticos, en las esquinas de los mercados en Cumbal y Guachucal, para intercambiar o vender los productos agrícolas que traen de las tierras bajas de oriente y occidente.

Discos giratorios

Las sociedades que habitaron los altiplanos de Túquerres e Ipiales entre los siglos VI y XV d.C. utilizaron objetos rituales entre los cuales se destacan unos discos de metal que tal vez se hacían girar en ceremonias religiosas. Fueron encontrados, en su mayoría, en tumbas profundas como parte del ajuar funerario de los señores principales.

Los discos son placas circulares con diámetros que oscilan entre 15 y 18 centímetros. Tienen en la parte central un agujero por el que se pasaba un cordón anudado en uno de los extremos. Los agujeros presentan huellas de desgaste, lo que sugiere que los discos fueron suspendidos del cordón y puestos a girar, posiblemente para producir efectos lumínicos que, junto con el movimiento, podían generar en los espectadores estados alterados de conciencia o de hipnosis durante las ceremonias y los rituales.

Estos discos, con un espesor homogéneo de medio milímetro en promedio, son láminas hechas de aleación de oro y cobre, denominada tumbaga. Fueron primero fundidas, luego martilladas y finalmente decoradas. Los diseños geométricos, que incluyen líneas, círculos, triángulos y espirales (Imagen del diseño de varios discos), se obtuvieron de la combinación de tonos claros y oscuros, y superficies mates y brillantes logradas a partir de la combinación de diversas técnicas como el dorado por oxidación, el pulimento radial y el raspado zonificado. Hasta donde sabemos, estas complejas técnicas de acabado superficial no fueron conocidas por los orfebres prehispánicos de ninguna otra región de América.

Se destaca que su decoración es igual por ambas caras.

La perfección de su manufactura, forma y diseño nos conduce a pensar no solo en el eficiente manejo de sofisticadas técnicas metalúrgicas, sino en el alto grado de abstracción alcanzado por sus artífices. Los señores principales utilizaron estos conocimientos para reforzar su poder y status social y comunicar mensajes relacionados con simbolismo mágico-religioso.

La música ritual en Nariño y Carchi

Las sociedades de los Andes centrales, incluidos Bolivia, Perú, el norte del Ecuador y el sur de Colombia, han concebido, desde épocas prehispánicas, al mundo, a la naturaleza y al cosmos como la unión de fuerzas opuestas que a su vez son complementarias.

Este concepto se materializó en la música con el uso de instrumentos machos y hembras; en el sonido dulce de la flauta de Pan, que acompañó al agudo y disonante sonido de las ocarinas; en el potente silbido de las trompetas frente al profundo sonido de los caracoles. Así como en la danza, donde el tintineo de los sonajeros metálicos, atados a los tobillos, marcaron el compás en las diferentes ceremonias y rituales de lluvia y sequía, frío y calor, siembra y cosecha; todo con significados duales.

Los instrumentos de viento y en especial las flautas de Pan ocuparon un lugar destacado en el ritual; su uso recaía en las personas de más edad y con amplios conocimientos musicales, por lo que su sonido se asociaba con jerarquía. En Nariño y Carchi son comunes las figuras arqueológicas elaboradas en arcilla con la representación de personas importantes sentadas sobre bancos interpretando este instrumento.

La flauta de Pan es por naturaleza un instrumento dual pues su armonía e integridad musical depende de la unión de dos flautas; cada una es la mitad complementaria de la otra. Para su interpretación es necesaria la presencia simultánea de dos músicos quienes de común acuerdo alternan las notas en la producción de melodías. Los orfebres de Nariño y Carchi materializaron el concepto de dualidad, mediante la elaboración de flautas de Pan en oro y en plata, metales asociados a la dualidad masculina y femenina, al sol y a la luna.

En los rituales y ceremonias, chamanes y sacerdotes transforman su cuerpo con máscaras, pintura corporal y el uso de adornos resplandecientes. Bajo el efecto de sustancias psicotrópicas entonaron cantos, gritos y susurros, para convocar a los espíritus alrededor del ritual. La voz y el canto, copiados de los animales y de las fuerzas de la naturaleza, permitieron al chamán entrar en trance y de esta forma comunicarse con los espíritus.

Con el canto recrearon el mito que perpetúa el orden ancestral, legitima el poder y consolida el sentimiento de pertenencia. La representación de hombres con la boca abierta, modelados en arcilla, sugiere el poder y la importancia del canto en estas sociedades.