Ese interés por lo cotidiano pronto se transformó en un gesto constante en varias de sus obras: la duración de la recolección del tiempo y el espacio. Oldenburg se configuró en uno de sus principales referentes al realizar una obra que, si bien parecía copiar fielmente la realidad, sugería una mirada diferente sobre la misma, pues se trataba de reconocer el carácter de huella de todos los objetos y residuos que suponía la sociedad de consumo. Barney plantea un paisaje no como entorno idílico, sino como indicio de destrucción; así sus obras refieren un espacio preciso, no una idea de éste ni su estetización. El paisaje ya no es imagen sino huella e indicio de la relación del ser humano con el espacio. Así, Barney extendía los límites del arte, buscando propiciar una transformación, pero no solo como denuncia, sino como captación de lo humano: