Población de Colombia: indígenas
En Colombia, como en el resto de la América conquistada por los españoles, el poblamiento se efectuó preferiblemente en los asentamientos indígenas preexistentes, donde los españoles encontraron un ambiente ya domesticado, con tierras fértiles, abundantes aguas, materiales de construcción, textiles, metales preciosos y una fuerza laboral dócil. Esto era lo que ordenaban las Leyes de Indias, y quizás lo que suponía un poblamiento razonable.
Sin embargo, no siempre los lugares elegidos eran los más convenientes para una vida social estable. Los intereses y necesidades militares tuvieron prelación, como observó el virrey Antonio Caballero y Góngora: “las pacíficas y lentas operaciones de la política se componían mal con la ardiente pasión de nuevas empresas y conquistas…. Así vemos que solo se establecieron y fundaron en las poblaciones grandes de indios que iban sujetando, o donde les parecía conveniente sentar sus reales para facilitar sus operaciones militares. En este último género de establecimiento solo tuvieron presente (conforme a su objeto) la seguridad y fácil fortificación, y acaso su fragosidad e impenetrabilidad, cualidades ciertamente bien distintas del instituto de una colonia… Esto que generalmente puede decirse de toda la América se verifica de un modo más sensible en este Reino. Se ven fertilísimos valles, cuya abundancia pide la mano del hombre, más para coger que para trabajar; y, sin embargo, se hallan yermos y sin un solo habitante, al mismo tiempo que se pueblan las montañas ásperas y estériles de hombres criminosos y forajidos, escapados de la sociedad, por vivir sin ley ni religión”.
Las áreas de concentración de población quedaron separadas entre sí por áreas deshabitadas, que se convirtieron en barreras geográficas. Las primeras suelen ser las de los pisos térmicos más favorables para los europeos, con alturas sobre el nivel del mar superiores a 1.000 metros y temperaturas inferiores a 24º centígrados, y las segundas las tierras bajas, con temperaturas ardientes.
La población indígena al final de la época colonial
¿Cómo evolucionó la población indígena desde la conquista hasta el siglo XIX? Es muy difícil conocer el tamaño de la población de la actual Colombia en el momento de la conquista. Sin embargo, se han hecho varios intentos por establecerlo y tal vez el más refinado es el de Germán Colmenares, basado en las tasas de decrecimiento de la población indígena entre mediados del siglo XVI y mediados del siglo XVII. Los cálculos de Colmenares arrojan una cifra de tres millones como población total de la Nueva Granada al tiempo de la Conquista, con la advertencia de que “elaboraciones estadísticas mucho más minuciosas pueden elevar todavía este guarismo si se tiene en cuenta que las tasas locales de decrecimiento son todavía más elevadas que los extremos adoptados en esta hipótesis”.
Para el final de la época colonial, poco antes de la independencia, la mejor fuente que poseemos para conocer el tamaño de la población del país es el “Padrón General del Virrey del Nuevo Reino de Granada”, ordenado por el Virrey Antonio Caballero y Góngora y llevado a cabo entre 1778 y 1780. En dicho censo figuran cuatro grupos raciales: Blancos, indios, negros esclavos y “libres de todas las razas”. Estos últimos constituían ya el mayor grupo demográfico, como lo muestra la siguiente tabla:
Grupo | población | Porcentaje |
---|---|---|
Blancos | 202.929 | 25,5% |
Indios | 157.858 | 19,9% |
Negros esclavos | 64.984 | 8,2% |
Libres | 368.235 | 46,4% |
Total | 794.006 | 100% |
Tal vez el dato más importante que se desprende de las anteriores cifras es el considerable decrecimiento de la población indígena, que para fines del siglo XVIII se había reducido a un cinco por ciento o menos de su tamaño original. Sin embargo, señala que la población de Colombia se redujo en un período de cerca de 300 años por lo menos a una tercera parte de su tamaño original. La guerra con los españoles, principalmente durante el siglo XVI, fue un factor de dicho decrecimiento, pero sin duda no el más importante. Es cierto que en algunos lugares los españoles encontraron feroz resistencia como en el Magdalena medio y al alto Magdalena, donde los panches y los paeces atacaban con frecuencia a las fundaciones y mataban a los colonos. Pero en muchos otros lugares, particularmente en la cordillera oriental, en dominios de los zipas y los zaques del altiplano cundiboyacense, donde se presume existía la mayor concentración de población indígena en Colombia en el momento de la conquista, los indígenas se sometieron sin mayor oposición. Otros factores para la declinación demográfica de los indígenas fueron las epidemias, la excesiva explotación laboral, los maltratos de los encomenderos, las restricciones impuestas al matrimonio, y la separación de los núcleos familiares debida a los tributos en trabajo que debían pagar los hombres. Pero quizás el factor más poderoso para la aniquilación de los indígenas fue uno de los que más trataron de controlar los españoles: el mestizaje. No obstante la segregación de los indígenas en pueblos de indios y la prohibición expresa de que vivieran en ellos gentes de otras razas, incluso los mestizos, la escasez de mujeres entre los colonizadores hizo inevitable la unión de los indígenas con blancos españoles y con esclavos negros. Los descendientes de tales uniones, obviamente, perdían el carácter de indígenas, así como la protección que les brindaba la legislación indiana, sin ganar las prerrogativas de los blancos.
No solamente se redujo el número de indios a su mínima expresión, sino que de la diversidad racial, lingüística y cultural que existía en Colombia antes de la llegada de los españoles, sólo quedaba a fines del siglo XVIII un tipo único, el “indio”, a lo sumo dividido, según si hablaba castellano y si estaba cristianizado o no, a las categorías de “indio ladino” e “indio chontal” o “bozal”. Este es un aspecto que diferencia de manera muy notable a Colombia de otros países hispanoamericanos como México, Ecuador, Perú y Bolivia, donde la proporción de población indígena continuaba siendo considerable al terminar el período colonial.
La forma como se distribuyeron los grupos étnicos dista mucho de haber sido uniforme. La mitad de la población indígena se concentraba en la cordillera nororiental (actuales departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Santander y Norte de Santander). Los indígenas que no habitaban en la cordillera nororiental se encontraban distribuidos en poblaciones poco numerosas en las demás regiones, con excepción de la región caribe, donde estaba cerca del 20 por ciento del total. Para sintetizar, en las postrimerías del período colonial el Nuevo Reino de Granada era un país de enorme extensión, escasamente poblado y con notables desequilibrios demográficos regionales. Este tipo de poblamiento generó una configuración geopolítica particular cuyo rasgo dominante era el aislamiento de las regiones entre sí y con el mundo exterior debido a las dificultades de comunicación.
La población indígena al comenzar el siglo XX
Pasado un siglo desde la independencia, la población colombiana siguió siendo relativamente escasa para el área geográfica total de la nación, pero su densidad era alta en las zonas pobladas. Durante la centuria la población total se sextuplicó, alcanzando a superar los cinco millones de habitantes para el momento del censo de 1912. Sin embargo, la población indígena disminuyó considerablemente su proporción en relación con el total de la nación, al pasar de 19,9% en 1780 a 9,8% en 2012. Hoy, según los datos del censo de 2018, la población indígena corresponde al 4,4% de la población total del país.
Lo que pensaban las élites de la Nueva Granada sobre los indígenas En la época de las reformas liberales (mediados del siglo XIX) se hacía clara distinción entre los “indios salvajes” y aquellos más cercanos a la civilización. Los primeros escasamente recibieron atención de los liberales, aparte de las disposiciones sobre misiones. En cuanto a los segundos, poco más de la quinta parte de los habitantes de la Nueva Granada según los cálculos de José María Samper, el gobierno de López siguió una tendencia que venía de la Gran Colombia: permitir que los indígenas pudieran disponer libremente de sus tierras, pensando que esto contribuiría a disminuir su aislamiento jurídico y económico. Un paso decisivo se dio con la ley de 8 de junio de 1850, que autorizó a las Cámaras de Provincia para arreglar la medición, el repartimiento y la adjudicación de los resguardos indígenas, y autorizar a estos a venderlos. Lo que se produjo entonces fue la aceleración de la pérdida del vínculo que había mantenido unidas a las comunidades desde la época colonial: la propiedad colectiva de la tierra mediante los resguardos.
Pero independientemente de que esta política quizás resultó perjudicando a los indígenas, ¿qué pensaban los liberales sobre estos grupos étnicos? Samper, al menos, tenía ideas muy claras al respecto. Llamó la atención sobre el “indio pastuso”, describiéndolo –sin ánimo de ofender, aclaró- como “un guerrillero vascongado semisalvaje, de raza primitiva… reacio a la civilización, impasible ante el progreso”. Al indio de la cordillera Oriental se refirió diciendo que era “sencillo, profundamente ignorante, estacionario y conservador por excelencia, sin ambición ninguna, desconoce totalmente la significación de la palabra ciudadano y esquiva toda injerencia en las cosas públicas…”. De estas observaciones podría deducirse que quizás los indios no representaban una base política apreciable para los liberales, no obstante su número. Los negros probablemente eran un apoyo más sólido, como lo habían demostrado en el levantamiento de Obando en el Cauca durante la guerra de los Supremos. Pero sólo eran una proporción mínima de la población de la Nueva granada y, en todo caso, Samper pensaba que la raza africana “parece estar destinada a desaparecer un día, como tipo especial, lo mismo que el elemento indígena, después de haber vigorizado poderosamente la sangre del blanco y del indio”.
El desprecio de las elites de la Nueva Granada –incluidos los liberales- por el indígena y el negro, llegó a su grado máximo frente al zambo, habitante de los calurosos valles interandinos y representado por los bogas de los grandes ríos. Sobre este tipo racial escribió Samper: “La evidente inferioridad de las razas madres (la africana negra y la indígena cobriza) y su degradación más o menos profunda, auxiliadas por un clima en que todo fermenta… han producido en el zambo una raza de animales en cuyas formas y facultades la humanidad tiene repugnancia en encontrar su imagen o una parte de su gran ser”. Por contraste, el mulato, producto de la fusión de las razas negra y blanca, constituía una esperanza para el futuro. Era “un tipo interesante que, bien dirigido, es susceptible de ofrecer resultados no sólo apreciables sino sorprendentes, gracias al espíritu de progreso y emulación que le distingue”. Samper no dejó de anotar su apreciación de que las revoluciones “las suelen hacer los mulatos, o por lo menos encuentran fácil apoyo en ellos”.
Una forma de designación de los grupos sociales propia del siglo XIX es la de los “tipos”, y el uso de esta palabra es frecuente en la literatura y la pintura. Los “tipos” no son clases sociales como las entendemos ahora, pero probablemente siguen muy de cerca a la forma en que las entendían entonces. Lejos de ser simplemente personajes pintorescos o distinguidos de la sociedad, encarnaban valores, percepciones y actitudes sobre los demás, sobre sí mismo y sobre la composición de la sociedad. Donde nosotros vemos “clases bajas”, “clases medias” o “clases altas”, en el siglo XIX se veía una compleja clasificación social basada, en primer lugar, en la raza, y después la región de procedencia, la ocupación, la indumentaria, la educación, los modales e incluso la tendencia política y la forma de religiosidad de los individuos. Se crearon así tipos –en realidad estereotipos- como el del “indio boyacense agricultor bruto devoto conservador”, el “indio pastuso agricultor belicoso devoto liberal”, el “blanco bogotano comerciante inteligente elegante conservador (o liberal)”, y el “blanco antioqueño empresario laborioso ascético conservador”. Las actitudes con respecto a cada tipo variaban desde el terror que producía entre las clases altas el “negro del Patía”, hasta el desprecio general por el “indio” boyacense o el vivo interés entre los jóvenes de las “primeras clases” caucanas por las “ñapangas” o “cintureras”, muchachas de las clases bajas, descalzas y al parecer muy bonitas. Pero en general las clases altas y medias menospreciaban a los tipos negros, indios o zambos, y lo que parecería haber sido un relativo culto del mestizaje no pasaba de ser una racionalización de actitudes abiertamente racistas. Lo que se esperaba era que mejorara la raza del pueblo mediante la mezcla con otras “mejores”, mientras se preservaba el dominio de los blancos.
Véase también
Enlaces en Banrepcultural
- Bicentenario de una nación en el mundo. Proyecto transversal de la Subgerencia cultural del Banco de la República
- El río: territorios posibles. Proyecto transversal del a Subgerencia cultural del Banco de la República.
Créditos
Efraín Sánchez, historiador e investigador. 2020
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