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Por la vía de dichas personalidades se constituyó en la primera etapa de militarización en la gobernación de Popayán. En el distrito de Almaguer para 1813, todas las compañías existentes estaban a la cabeza de un notable y sus oficiales subalternos también poseían cierto valimiento en las localidades. Una compañía estaba dirigida por el teniente Vicente Camilo Fontal, quien posteriormente se destacaría como una de las figuras políticas locales más importantes durante el periodo republicano en la primera mitad del siglo XIX. La compañía en cuestión, de 120 miembros incluyendo a sargentos, alféreces, cabos y soldados, contaba entre los oficiales subalternos como José María Hoyos y Toribio Abella, quienes se destacarían como personas notables en las siguientes décadas, pero vinculados a la red de Fontal <ref>Archivo Histórico Nacional del Ecuador, Fondo Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Sobre el trasegar de Vicente Camilo Fontal y la red que construyó: Luis Ervin Prado Arellano, “El letrado parroquial”, ''El siglo diecinueve colombiano'', Isidro Vanegas Ed. (Bogotá, Ediciones Plural, 2017), 119-120.</ref>. La otra compañía estaba a cargo del capitán Juan Nepomuceno Fuente, con 61 hombres de todas las clases, y al igual que la anterior, Fuente, era un hombre prominente de la localidad de avanzada edad, quien falleció a finales de la década de los veinte, desempeñándose en el periodo republicano temprano como escribano del cabildo <ref>Archivo Central del Cauca, Archivo Muerto, sin índice, 1823. De ahora en adelante se citará de la siguiente forma: ACC. AM.</ref>.
Por la vía de dichas personalidades se constituyó en la primera etapa de militarización en la gobernación de Popayán. En el distrito de Almaguer para 1813, todas las compañías existentes estaban a la cabeza de un notable y sus oficiales subalternos también poseían cierto valimiento en las localidades. Una compañía estaba dirigida por el teniente Vicente Camilo Fontal, quien posteriormente se destacaría como una de las figuras políticas locales más importantes durante el periodo republicano en la primera mitad del siglo XIX. La compañía en cuestión, de 120 miembros incluyendo a sargentos, alféreces, cabos y soldados, contaba entre los oficiales subalternos como José María Hoyos y Toribio Abella, quienes se destacarían como personas notables en las siguientes décadas, pero vinculados a la red de Fontal <ref>Archivo Histórico Nacional del Ecuador, Fondo Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Sobre el trasegar de Vicente Camilo Fontal y la red que construyó: Luis Ervin Prado Arellano, “El letrado parroquial”, ''El siglo diecinueve colombiano'', Isidro Vanegas Ed. (Bogotá, Ediciones Plural, 2017), 119-120.</ref>. La otra compañía estaba a cargo del capitán Juan Nepomuceno Fuente, con 61 hombres de todas las clases, y al igual que la anterior, Fuente, era un hombre prominente de la localidad de avanzada edad, quien falleció a finales de la década de los veinte, desempeñándose en el periodo republicano temprano como escribano del cabildo <ref>Archivo Central del Cauca, Archivo Muerto, sin índice, 1823. De ahora en adelante se citará de la siguiente forma: ACC. AM.</ref>.


Las otras compañías del distrito de Almaguer eran dos en el Trapiche (hoy Bolívar, Cauca), una en La Cruz, más una compañía volante. Las dos compañías del Trapiche estaba la primera bajo el mando del capitán Eduardo Burbano, el teniente Juan Romualdo López y el subteniente Calixto Bolaños, y la segunda, por el capitán José Joaquín Sánchez y el teniente Francisco Garcés. La unidad armada de la Cruz, estaba a la cabeza del capitán Joaquín López Figueroa, el teniente Antonio Bravo y el subteniente Ramón Ibarra, y la volante, a cargo de Juan Acosta, todos destacados vecinos de donde procedían los cuerpos armados, quienes en las revistas militares de la época les antecede su nombre con el título de don <ref>AHNE, Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Romualdo López continuó operando a favor del rey a la cabeza de partidas guerrilleras, pero se entregó a la República el 26 de marzo de 1821, otorgándosele el grado de capitán de milicias. Se hallaba entre los hombres notables de su localidad, fungió durante esos años de forma intermitente de comandante de algunas compañías, hasta 1833. En 1834 aparece en la lista de oficiales retirados con el grado de comandante. ACC. AM. 1823, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice; ACC. AM. 1833. Paquete 21, legajo 15; ACC. AM. 1834. Paquete 24, legajo 8, ACC. República C I-23 cp, signatura 2357. Sobre Calixto Bolaños, operó como jefe de partidas guerrilleras hasta 1822, cuando según la tradición Simón Bolívar fijo su cuartel en el Trapiche y se encargó de organizar milicias republicanas desde ese año, para perseguir a los hombres de Agualongo que se adentraban a la jurisdicción de Almaguer, especialmente en San Pablo y La Cruz, en asocio con Juan Gregorio López vecino de Mercaderes. Durante aquella década fue administrador de correos de su parroquia (1824), alcalde parroquial (1828), juez de policía (1829), Administrador de tabacos (1830). Desaparece del registro documental a inicios de los años treinta. Víctor Quintero, ''Biografía del cura del Trapiche Domingo Belisario Gómez'', 1761-1851, (Popayán: Imprenta Departamental, 2010), 26; ACC. AM. 1824, sin índice; ACC. AM. 1828, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice. ACC. República, C II-22, signatura 4775; ACC. República, M I-ad, signatura 1994.</ref>. En Pasto los oficiales y jefes de milicia fueron los miembros más prominentes de la ciudad, algunos de ellos con puesto en el cabildo, como los capitanes Blas de la Villota y Francisco Javier Delgado, el teniente Carlos Nágera y Angulo y los subtenientes Lucas Pedro Soberón y Toribio Rodríguez <ref>Sergio Elías Ortiz, ''Agustín Agualongo y su Tiempo''…, 256; Gerardo León Guerrero Vinueza, ''Pasto en la Guerra de independencia, 1809-1824'' (Bogotá, Tecnoimpresores, 1994), 30-33.</ref>.
Las otras compañías del distrito de Almaguer eran dos en el Trapiche (hoy Bolívar, Cauca), una en La Cruz, más una compañía volante. Las dos compañías del Trapiche estaba la primera bajo el mando del capitán Eduardo Burbano, el teniente Juan Romualdo López y el subteniente Calixto Bolaños, y la segunda, por el capitán José Joaquín Sánchez y el teniente Francisco Garcés. La unidad armada de la Cruz, estaba a la cabeza del capitán Joaquín López Figueroa, el teniente Antonio Bravo y el subteniente Ramón Ibarra, y la volante, a cargo de Juan Acosta, todos destacados vecinos de donde procedían los cuerpos armados, quienes en las revistas militares de la época les antecede su nombre con el título de don <ref>AHNE, Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Romualdo López continuó operando a favor del rey a la cabeza de partidas guerrilleras, pero se entregó a la República el 26 de marzo de 1821, otorgándosele el grado de capitán de milicias. Se hallaba entre los hombres notables de su localidad, fungió durante esos años de forma intermitente de comandante de algunas compañías, hasta 1833. En 1834 aparece en la lista de oficiales retirados con el grado de comandante. ACC. AM. 1823, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice; ACC. AM. 1833. Paquete 21, legajo 15; ACC. AM. 1834. Paquete 24, legajo 8, ACC. República C I-23 cp, signatura 2357. Sobre Calixto Bolaños, operó como jefe de partidas guerrilleras hasta 1822, cuando según la tradición [[Simón Bolívar]] fijo su cuartel en el Trapiche y se encargó de organizar milicias republicanas desde ese año, para perseguir a los hombres de Agualongo que se adentraban a la jurisdicción de Almaguer, especialmente en San Pablo y La Cruz, en asocio con Juan Gregorio López vecino de Mercaderes. Durante aquella década fue administrador de correos de su parroquia (1824), alcalde parroquial (1828), juez de policía (1829), Administrador de tabacos (1830). Desaparece del registro documental a inicios de los años treinta. Víctor Quintero, ''Biografía del cura del Trapiche Domingo Belisario Gómez'', 1761-1851, (Popayán: Imprenta Departamental, 2010), 26; ACC. AM. 1824, sin índice; ACC. AM. 1828, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice. ACC. República, C II-22, signatura 4775; ACC. República, M I-ad, signatura 1994.</ref>. En Pasto los oficiales y jefes de milicia fueron los miembros más prominentes de la ciudad, algunos de ellos con puesto en el cabildo, como los capitanes Blas de la Villota y Francisco Javier Delgado, el teniente Carlos Nágera y Angulo y los subtenientes Lucas Pedro Soberón y Toribio Rodríguez <ref>Sergio Elías Ortiz, ''Agustín Agualongo y su Tiempo''…, 256; Gerardo León Guerrero Vinueza, ''Pasto en la Guerra de independencia, 1809-1824'' (Bogotá, Tecnoimpresores, 1994), 30-33.</ref>.


Este similar comportamiento se observa en las comunidades indígenas independiente del bando donde operaron, en estas fueron sus mandones o las autoridades del cabildo del pueblo de indios quienes fungieron como intermediarios entre las autoridades realistas o republicanas y los comuneros para incitarlos al reclutamiento; ellos estuvieron frente de estos cuerpos en el campo de batalla. En el caso de la provincia de Pasto y Los Pastos se destacaron Calzón cacique de Gualmatán, Canchalá de Siquitán, Eusebio Rebelo y Mesías Calderón de Cumbal <ref>Jairo Gutiérrez Ramos, ''Los indios de Pasto contra la república (1809-1834)'' (Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2007), 199-219.</ref>. En Tierradentro el Coronel Calambás, el capitán Guyumes, quienes con el gobernador del Pedregal movilizaron a los indígenas en apoyo de la expedición de Nariño en su marcha a Popayán en 1813 <ref>Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes y guerra absoluta durante los tiempos gaditanos en la provincia de Popayán, Nueva Granada”, Jorge Giraldo Ramírez, Ed. ''Cádiz y los procesos políticos iberoamericanos'' (Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2013), 229-233.</ref>.
Este similar comportamiento se observa en las comunidades indígenas independiente del bando donde operaron, en estas fueron sus mandones o las autoridades del cabildo del pueblo de indios quienes fungieron como intermediarios entre las autoridades realistas o republicanas y los comuneros para incitarlos al reclutamiento; ellos estuvieron frente de estos cuerpos en el campo de batalla. En el caso de la provincia de Pasto y Los Pastos se destacaron Calzón cacique de Gualmatán, Canchalá de Siquitán, Eusebio Rebelo y Mesías Calderón de Cumbal <ref>Jairo Gutiérrez Ramos, ''Los indios de Pasto contra la república (1809-1834)'' (Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2007), 199-219.</ref>. En Tierradentro el Coronel Calambás, el capitán Guyumes, quienes con el gobernador del Pedregal movilizaron a los indígenas en apoyo de la expedición de Nariño en su marcha a Popayán en 1813 <ref>Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes y guerra absoluta durante los tiempos gaditanos en la provincia de Popayán, Nueva Granada”, Jorge Giraldo Ramírez, Ed. ''Cádiz y los procesos políticos iberoamericanos'' (Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2013), 229-233.</ref>.
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La derrota de la tercera división del ejército español a mediados de 1819 en el altiplano cundiboyacense, promovió en los siguientes meses la ocupación de buena parte del territorio del Nuevo Reino de Granada. En la otrora gobernación de Popayán, éste suceso llevó a la segunda fase de militarización de la sociedad, que se inició en 1819 con las avanzadas del general republicano Manuel Valdés que culminó en 1820 con el desastre de Genoy y las posteriores campañas que en 1822 emprendió Bolívar contra Pasto y la lucha de pacificación contra las guerrillas realistas de aquella región que vinieron a concluir en 1826.
La derrota de la tercera división del ejército español a mediados de 1819 en el altiplano cundiboyacense, promovió en los siguientes meses la ocupación de buena parte del territorio del Nuevo Reino de Granada. En la otrora gobernación de Popayán, éste suceso llevó a la segunda fase de militarización de la sociedad, que se inició en 1819 con las avanzadas del general republicano Manuel Valdés que culminó en 1820 con el desastre de Genoy y las posteriores campañas que en 1822 emprendió Bolívar contra Pasto y la lucha de pacificación contra las guerrillas realistas de aquella región que vinieron a concluir en 1826.


En esta etapa, la instauración de un sistema militar en la región, junto con la presencia de unidades regulares veteranas permitió a los oficiales republicanos desplegar un reclutamiento coercitivo, aupando porque la autoridad civil estuvo supeditada a la militar, por las necesidades de la guerra en el sur del continente <ref>Clément Thibaud, ''Repúblicas en Armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y en Venezuela'', (Bogotá, Editorial Planeta, IFEA, 2003), 454-468.</ref>. Esto se expresó en la orden de Bolívar de reclutar por ejemplo 2000 esclavos en la gobernación, con la promesa de libertad después de ciertos años de servicio, previa indemnización de sus amos. Esta forma de enrolamiento conservadora, estaba modelada por el temor a una guerra de castas que ya Simón Bolívar había vivido de alguna manera en la capitanía de Venezuela. La idea de vincular a los esclavos al ejército a cambio de su libertad, pero desterritorializandolos al refundirlos en una institución republicana: el ejército, considerada el crisol de la nación, era una manera de aclimatarlos en ese espacio en los valores republicanos <ref>Germán Colmenares sostiene que de haberse cumplido cabalmente la orden de Bolívar, de reclutar en la región más de dos mil esclavos, se habría llegado al umbral de la extinción de la esclavitud en la región. Germán Colmenares, “Castas, patrones de poblamiento…, 146-149; Oscar Almario, “Muchos actores, varios proyectos, distintas guerras: la independencia en la Gobernación de Popayán y las provincias del Pacífico, 1809-1824”, “Racialización, etnicidad y ciudadanía en el Pacífico neogranadino, 1780-1830”, ''La invención del suroccidente colombiano, Tomo II. Independencia, Etnicidad y Estado Nacional entre 1780-1930'' (Medellín, Concejo de Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, Corporación Instituto Colombiano de Estudios Estratégicos, 2005), 43-153.</ref>.
En esta etapa, la instauración de un sistema militar en la región, junto con la presencia de unidades regulares veteranas permitió a los oficiales republicanos desplegar un reclutamiento coercitivo, aupando porque la autoridad civil estuvo supeditada a la militar, por las necesidades de la guerra en el sur del continente <ref>Clément Thibaud, ''Repúblicas en Armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y en Venezuela'', (Bogotá, Editorial Planeta, IFEA, 2003), 454-468.</ref>. Esto se expresó en la orden de Bolívar de reclutar por ejemplo 2000 esclavos en la gobernación, con la promesa de libertad después de ciertos años de servicio, previa indemnización de sus amos. Esta forma de enrolamiento conservadora, estaba modelada por el temor a una guerra de castas que ya [[Simón Bolívar]] había vivido de alguna manera en la capitanía de Venezuela. La idea de vincular a los esclavos al ejército a cambio de su libertad, pero desterritorializandolos al refundirlos en una institución republicana: el ejército, considerada el crisol de la nación, era una manera de aclimatarlos en ese espacio en los valores republicanos <ref>Germán Colmenares sostiene que de haberse cumplido cabalmente la orden de Bolívar, de reclutar en la región más de dos mil esclavos, se habría llegado al umbral de la extinción de la esclavitud en la región. Germán Colmenares, “Castas, patrones de poblamiento…, 146-149; Oscar Almario, “Muchos actores, varios proyectos, distintas guerras: la independencia en la Gobernación de Popayán y las provincias del Pacífico, 1809-1824”, “Racialización, etnicidad y ciudadanía en el Pacífico neogranadino, 1780-1830”, ''La invención del suroccidente colombiano, Tomo II. Independencia, Etnicidad y Estado Nacional entre 1780-1930'' (Medellín, Concejo de Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, Corporación Instituto Colombiano de Estudios Estratégicos, 2005), 43-153.</ref>.


En efecto, el ejército fue un espacio de movilización social de varios miembros de los sectores populares, negros y libres de todos los colores. Los ascensos, las prerrogativas, honores, salarios entre otros, formó parte de este paquete que rápidamente fue identificado por las autoridades republicanas para estimular el cambio de bando a varios líderes de partidas guerrilleras que operaban al sur de Popayán. A partir de 1821 con el arribo de las capitulaciones de Trujillo de 27 y 28 de noviembre de 1820, antiguos partidarios del realismo optaron vincularse a la república ante los cambios de fuerza acaecidos por la caída de Guayaquil, el arribo de tropas patriotas a Lima a la cabeza del general San Martín y la revolución liberal de Riego en España y el ánimo de los liberales peninsulares de negociar con los insurgentes hispanoamericanos. De esta manera se insertaron al nuevo orden y la república consciente de la importancia de tales hombres en cimentar el orden social en sus parroquias de origen, les reconoció sus grados de milicias, honores y prerrogativas, encargándolos del ejercicio de autoridad en sus áreas de influencia. Así, el nuevo orden político, logró alinderar en su grupo a fieros rivales, a quienes transformó en sus representantes en las localidades antes realistas, desde el Timbío hasta el Juanambú <ref>El caso más emblemático fue el de José María Obando y varios de sus lugartenientes que comandaban partidas guerrilleras. Pero posteriormente diversos realistas se presentaron principalmente ante las autoridades de Popayán y juraron fidelidad a la república: Libro de registro de los presentados al gobierno de Colombia y “Presentaciones y registro de los militares del Exercito español que tomaron servicio en Colombia en la marcha que hago a recorrer en el cantón de Popayán en junta del señor General en Jefe”: ACC. AM. Sin índice, 1823:</ref>.
En efecto, el ejército fue un espacio de movilización social de varios miembros de los sectores populares, negros y libres de todos los colores. Los ascensos, las prerrogativas, honores, salarios entre otros, formó parte de este paquete que rápidamente fue identificado por las autoridades republicanas para estimular el cambio de bando a varios líderes de partidas guerrilleras que operaban al sur de Popayán. A partir de 1821 con el arribo de las capitulaciones de Trujillo de 27 y 28 de noviembre de 1820, antiguos partidarios del realismo optaron vincularse a la república ante los cambios de fuerza acaecidos por la caída de Guayaquil, el arribo de tropas patriotas a Lima a la cabeza del general San Martín y la revolución liberal de Riego en España y el ánimo de los liberales peninsulares de negociar con los insurgentes hispanoamericanos. De esta manera se insertaron al nuevo orden y la república consciente de la importancia de tales hombres en cimentar el orden social en sus parroquias de origen, les reconoció sus grados de milicias, honores y prerrogativas, encargándolos del ejercicio de autoridad en sus áreas de influencia. Así, el nuevo orden político, logró alinderar en su grupo a fieros rivales, a quienes transformó en sus representantes en las localidades antes realistas, desde el Timbío hasta el Juanambú <ref>El caso más emblemático fue el de José María Obando y varios de sus lugartenientes que comandaban partidas guerrilleras. Pero posteriormente diversos realistas se presentaron principalmente ante las autoridades de Popayán y juraron fidelidad a la república: Libro de registro de los presentados al gobierno de Colombia y “Presentaciones y registro de los militares del Exercito español que tomaron servicio en Colombia en la marcha que hago a recorrer en el cantón de Popayán en junta del señor General en Jefe”: ACC. AM. Sin índice, 1823:</ref>.


El caso más complejo fue la provincia de Pasto, las capitulaciones acordadas por Simón Bolívar y Basilio García, y refrendadas por el Cabildo y el Obispo después de la incierta batalla de Cariaco en 1822, fueron desconocidas por las comunidades indígenas pasando en esta etapa a líderes de procedencia popular, mestizos, indios y libertos, quienes hicieron una férrea lucha que llegó a comprometer la liberación de la antigua presidencia de Quito. La movilización popular indígena para defender sus territorios y formas de vida, no se puede entender como reaccionaria o conservadora, era la defensa de sus formas de vida comunal la cual les garantizaba privilegios que el republicanismo de los patriotas no garantizaba, y que si lo hacía a su manera incluso las más avanzadas novedades políticas realistas como la constitución gaditana <ref>Jairo Gutiérrez Ramos, ''Los indios de Pasto contra''…, 211-243.</ref>.
El caso más complejo fue la provincia de Pasto, las capitulaciones acordadas por [[Simón Bolívar]] y Basilio García, y refrendadas por el Cabildo y el Obispo después de la incierta batalla de Cariaco en 1822, fueron desconocidas por las comunidades indígenas pasando en esta etapa a líderes de procedencia popular, mestizos, indios y libertos, quienes hicieron una férrea lucha que llegó a comprometer la liberación de la antigua presidencia de Quito. La movilización popular indígena para defender sus territorios y formas de vida, no se puede entender como reaccionaria o conservadora, era la defensa de sus formas de vida comunal la cual les garantizaba privilegios que el republicanismo de los patriotas no garantizaba, y que si lo hacía a su manera incluso las más avanzadas novedades políticas realistas como la constitución gaditana <ref>Jairo Gutiérrez Ramos, ''Los indios de Pasto contra''…, 211-243.</ref>.


Pero además la autonomía que estas partidas desplegaron en esos años hasta 1826, demuestra no sólo la iniciativa política de los sectores bajos de la provincia de Pasto, sino que además cuestionó el orden social, al rechazar el mandato de sus notables locales de pactar con las autoridades republicanas y de esta manera desconocer las rígidas jerarquías coloniales. Un ejemplo temprano que va a ser la moneda usual en la centuria decimonónica que el status social no necesariamente correspondía con el político.
Pero además la autonomía que estas partidas desplegaron en esos años hasta 1826, demuestra no sólo la iniciativa política de los sectores bajos de la provincia de Pasto, sino que además cuestionó el orden social, al rechazar el mandato de sus notables locales de pactar con las autoridades republicanas y de esta manera desconocer las rígidas jerarquías coloniales. Un ejemplo temprano que va a ser la moneda usual en la centuria decimonónica que el status social no necesariamente correspondía con el político.

Revisión del 14:14 15 ago 2023

Introducción

Los sucesos de 1808 a consecuencia de la invasión napoleónica de la península ibérica y la posterior defenestración de la autoridad regia, desató una crisis sin precedente en los territorios de ultramar. En el caso de la Gobernación de Popayán, los eventos de Quito de 10 de agosto de 1809, fueron los que desataron el conflicto en la región y culminó con la batalla de Funes el 16 de octubre de 1809 entre el ejército quiteño y las fuerzas organizadas por el cabildo de Pasto y el gobernador de Popayán don Miguel Tacón y Rosique [1].

En efecto, los sucesos bélicos iniciados en 1809, que solo concluyeron a mediados de los años veinte del siglo XIX, terminaron fracturando geopolíticamente la otrora Gobernación de Popayán. El área norte de la jurisdicción de Cartago hasta el río Ovejas, fue proclive a los movimientos juntistas, pro gobiernos autonómicos y posteriormente republicanos. El sur desde el puente de Calicanto (la salida de Popayán a los pueblos de la depresión del valle del Patía), hasta Pasto, fue abiertamente lealista. Mientras el territorio comprendido entre el río Ovejas y Popayán, los notables se escindieron entre el movimiento pro republicano y la lealtad a la corona. Sin embargo, la división señalada no fue monolítica, existieron disidencias: Tumaco, Túquerres y Almaguer, a pesar de estar en zonas de influencia realista, fueron proclives a los movimientos autonómicos. Esta fractura regional, convirtió al territorio en un área de constantes campañas militares por someter a sus rivales [2].

El suroccidente por su posición geoestratégica, de ser un corredor de conexión entre Quito al sur o Santa Fe al norte, fue un punto clave de dominación, que se expresó en las diversas campañas militares. El proceso aludido dio como resultado la militarización de la sociedad. Como lo han reseñado diversas investigaciones, las guerras que se desataron en varias partes del imperio hispánico a consecuencia del proceso revolucionario iniciado en 1808, tuvieron como corolario la presencia de un nuevo actor: los militares, que si bien existía en la Gobernación a finales de los tiempos coloniales, este era más cosmético y honorífico [3]. La formación apresurada de unidades militares para enviarlos al campo de batalla con el objeto de someter a sus rivales, fueron otorgando una función protagónica a los hombres en armas en el territorio, quienes fueron imponiendo su lógica sobre las instituciones de antiguo régimen adaptarse. La guerra desatada impuso su orden y los hombres y mujeres se debieron adecuar a este nuevo contexto. De esta manera las conscripciones voluntarias o forzadas, las exigencias de empréstitos forzosos y donativos para el sostenimiento de los ejércitos, las confiscaciones, los fusilamientos y expatriaciones entraron a formar parte de la cotidianidad y con ello, la emergencia de un nuevo tipo de valores y principios que lentamente se fueron convirtiendo en un marco hegemónico, que legitimaba la lucha a favor de uno u otro bando [4].

Este proceso tuvo dos etapas claramente delimitadas en la Gobernación de Popayán. La primera va de 1809 con la formación de las primeras compañías armadas en respuesta a la invasión quiteña de la provincia de Pasto hasta 1816 con la batalla de la Cuchilla del Tambo que permitió la restauración monárquica en la región. La segunda, con las expediciones republicanas de Joaquín París y Manuel Valdés (1819-1820) para someter a Popayán, hasta la derrota de los últimos reductos guerrilleros realistas en la provincia de Pasto en 1826. Ambos procesos tuvieron sus propias dinámicas. Para el primer caso a pesar de las diversas campañas republicanas, el éxito terminó en el bando monarquista. En el segundo, los realistas terminaron replegándose en Pasto, hasta finalmente ser derrotados entre 1824 y 1826.

En ambas etapas, los bandos en contienda hicieron llamados a los grupos plebeyos para luchar a favor de uno u otro bando. Recientes estudios han empezado a incursionar en este campo, para determinar las motivaciones que motivaron la vinculación a uno de los grupos en contienda. Estas investigaciones se distancian de la idea canónica que consideraba hasta no hace mucho tiempo que los hombres y mujeres de los sectores populares eran movilizados por vía del proselitismo religioso, las redes clientelistas, la coerción, en fin, que fueron poco conscientes de las razones por las cuales luchaban. Si bien no se debe desconocer tales variables al momento de explicar las filiaciones políticas, estas son suficientes, en tanto hoy sabemos que la guerra sirvió para vehiculizar agendas de reivindicaciones propias de los sectores subalternos.

El control y la difusión de ideas en la Gobernación de Popayán

A consecuencia de las noticias de los sucesos quiteños de 1809, la gobernación de Popayán y sus autoridades organizaron varios cuerpos armados para enfrentar la amenaza de Quito. En el proceso, buscó controlar la difusión de rumores y chispas que alentaran a la sedición y resquebrajara la voluntad de los lealistas. Por ello suspendió el correo con Quito y ordenó inspeccionar la correspondencia de vecinos sospechosos, en especial los que tenían conexiones con aquel reino. Se prohibió hablar de estas novedades en las pulperías y tiendas y se creó una red de espías que informaban de lo que las gentes discutían en las calles [5].

A estas medidas se agregó la política de “fijar la opinión” en la ciudad y los alrededores, a partir de un fuerte proselitismo a todos los estamentos sociales a favor de la fidelidad al monarca y considerar que cualquier forma de autogobierno era romper el orden natural de la sociedad. No obstante, la situación difícilmente podía mantenerse, pues los sucesos trágicos de Quito en agosto de 1810, la formación de una junta en Cali y Santafé, empezó a promover por parte de un sector de la ciudad la necesidad de constituir una junta de seguridad, con la participación de otras ciudades de la Gobernación. Un paso que con recelos aprobó el Gobernador, pero que puso todos los obstáculos para que no sesionara normalmente.

En resumen, el cordón de seguridad ideológico fracasó, la circulación de ideas fue la moneda corriente desde 1808, por el mundo atlántico. Las novedades políticas se discutía abiertamente en las pulperías y tiendas por parte de los plebeyos y en tertulias nocturnas por los notables quienes leían además panfletos de Santafé y Venezuela, y además mantenían contacto con otras asociaciones políticas como la de Don José Mariano Lemos y Hurtado, comerciante payanés, quién tenía correspondencia con el Observatorio Astronómico de Santafé; o don Ignacio del Campo Larrahondo, también comerciante y natural de Vizcaya, quien tenía relación con la sociedad Vascongada de la península ibérica [6].

En este contexto, circulación de ideas provenientes de todas las direcciones constituyó a mediados de 1810 dos facciones políticas en la ciudad: los juntitas y los taconistas. Según David Fernando Prado Valencia, la primera estaba constituida por miembros pertenecientes a las familias principales y más acomodadas de la gobernación, hacendados y mineros, quienes veían una necesidad imperiosa de tomar medidas frente a los diversos eventos que acontecía en el vecindario. Los segundos eran personas recientemente establecidas en Popayán desde la segunda mitad del siglo XVIII quienes tenían asiento en el cabildo y en la administración colonial y sin duda alguna, su renuencia a tomar cualquier medida que alterara la estructura política, era por temor a perder su posición privilegiada [7].

Esta división llevó al gobernador a buscar apoyo entre los sectores populares, para ello buscó congraciarlos al liberar el estanco de aguardiente, una medida tomada también meses después por las autoridades pro republicanas de las ciudades Confederadas del Valle para ganarse el favor popular. Además, con ayuda de los frailes promovió un activo proselitismo entre las tiendas y pulperías de la ciudad para desprestigiar a los juntistas, al señalar que hacer una junta de gobierno era el mal más grande y que Dios castigaría tales actos porque muy pronto: “… verán los esposos separados, violadas nuestras doncellas hijas, manchado el lecho nupcial, y prostituidas las viudas” [8].

Liberar el estanco y el proselitismo en los sitios de comercio de Popayán por parte del gobernador, fue una política dirigida hacia las mujeres de la ciudad, consciente del fuerte peso económico que ellas tenían, como también las de Cali, las cuales eran dueñas de más del 70% de las tiendas y pulperías de la ciudad. La movilización popular taconista, obligó a los juntistas hacer lo mismo y con ello abrió lo que ya de alguna manera ocurría de forma más clandestina, la discusión política de todos los hombres y mujeres del común: el nacimiento de la política moderna. Pero el mayor involucramiento popular y más radical provino nuevamente de los realistas, que ante la eminente confrontación con las Ciudades Confederadas del Valle, decidieron los miembros del cabildo y el gobernador decretar el 24 de marzo de 1811 la libertad de los esclavos para quienes tomaran las armas en defensa del rey [9].

El fuerte proselitismo para incitar al pueblo a favor del rey, se agudizó por la derrota taconista el 28 de marzo de 1811 en Bajo Palacé, ya que el círculo realista de Popayán al huir hacia el sur, varios clérigos se encargaron de hacer una activa propaganda en los pueblos de Timbío, El Tambo, La Sierra, La Horqueta, el Patía, entre otros. Aquellas parroquias eran ya un terreno abonado por los realistas, pues desde 1809, habían constituido milicias reales con apoyo de los notables locales. Además, las noticias de la libertad de los esclavos si apoyaban al rey, fueron difundidas en la costa pacífica, ya de por si alterada desde 1811 con la sedición de varias cuadrillas minera en Yurumanguí [10].

Nuevas formas de difusión de ideas llegaron con el arribo de un batallón limeño y pastuso al mando de Sámano, después de la derrota de la expedición militar de Joaquín Caicedo y Cuero en Pasto a mediados de 1812. Los informes contemporáneos, no solo señalan los desmanes que pastusos y limeños hicieron en la ciudad, sino también el involucramiento de varios vecinos con la tropa, que frecuentaban las tiendas, pulperías y chicherias locales. A finales de 1813 con la entrada del general Antonio Nariño, vino primera imprenta y la edición del primer periódico de Popayán, La Aurora, donde se difundieron inicialmente las ideas de autogobierno y posteriormente monárquicas.

La Militarización del suroccidente

La imposibilidad de contener las ideas en el periodo de estudio, fue en buena medida consecuencia de la militarización que sufrió la Gobernación de Popayán desde Cartago hasta Pasto. A partir de 1809, el Gobernador promovió la formación de cuerpos armados, comisionando a don Gregorio Angulo un minero con intereses en el Pacífico sur como comandante del ejército en ciernes. Este se rodeó de personajes notables con los cuales organizaron compañías de infantería, caballería, una de artesanos y comerciantes y, un cuerpo de cívicos con estudiantes del Colegio Real Seminario en Popayán para encargarse de la vigilancia urbana. Así mismo se formó la compañía de Almaguer capitaneada por don Juan Luis Obando y posteriormente se formaron otras en varias parroquias al sur de la capital de la gobernación [11]. Una parte de estas fuerzas marchó al sur apoyar a la provincia de Pasto amenazada de la invasión quiteña. Por su parte el cabildo de Pasto también diligentemente organizó compañías armadas, a la cabeza de las principales personalidades de la ciudad: don Miguel Nieto Polo y don Tomás de Santacruz, quienes movilizaron a los pueblos de indios aledaños al valle de Atríz y a los artesanos de la ciudad. Con estas fuerzas se hizo frente a los quiteños que fueron derrotados en la batalla de Funes el 16 de octubre de 1809.[12].

Esta primera etapa favorable a las fuerzas realistas, siguió otro teatro de operaciones que se abrió a consecuencia de la reticencia del gobernador Tacón por constituir una junta en Popayán en 1810. A consecuencia de dicha posición, se constituyó el 1º de febrero de 1811 una alianza entre las ciudades del valle del río Cauca, conocida como las Ciudades Confederadas, con el objeto de defenderse de la posición amenazante del Gobernador, la cual obtuvieron apoyo de Santafé [13]. El disenso concluyó el 28 de marzo con la batalla del río Palace, favorable a las fuerzas expedicionarias del Valle quienes defenestraron al gobernador y establecieron una junta en la ciudad. De esta manera fue destruido el ejército organizado por Tacón, quien huyó a Pasto y posteriormente a la costa del Pacífico.

Con los combates de Funes (1809) y Bajo Palacé (1811) se inició el proceso de militarización de la sociedad del suroccidente y sólo culminaría a finales de la centuria con la última guerra civil que tuvo el país. El proceso de militarización tempranamente identificado por Tulio Halperin Donghi en la provincia de Buenos Aires, implicó para los grupos notables iniciar una serie de prácticas hasta ese momento inéditas [14]. Entre ellas, y no la menos importante fue reclutar y armar a los sectores sociales bajos, y en el proceso, concederles ciertas prerrogativas como fueros militares, premios, licencias y condecoraciones, que en algunos casos como señala Marisa Davio, posesionó a varios de ellos en su vecindad como autoridades notables. Además, de negociar y ofrecerles ciertas prerrogativas, que entraron en el plano de sus aspiraciones políticas [15].

A partir de 1809, las novedades políticas empujaron a las renuentes elites regionales a formar cuerpos armados, que junto con la opción de autogobiernos, desató rápidamente el disenso entre poblaciones por las posiciones ideológicas conllevando a las primeras confrontaciones armadas. Pero ¿Cómo fue el proceso de convocar a los vecinos de las localidades a formar compañías armadas, ante la ausencia en la región de un sistema militar capaz de promover la conscripción y de una tradición militar?[16]. Todo sugiere por los indicios documentales, pues hay un silencio sobre el fenómeno del enrolamiento, que hubo dos vías por las cuales se fueron formando los cuerpos armados entre las facciones en pugna. La primera fue instrumentalizar las redes sociales previas a la cabeza de hombres prominentes de las localidades quienes por diversas circunstancias ejercían una influencia sobre sus poblaciones con capacidad para “seducirlos” a unirse a una de las causas que defendían. No es gratuito que en esta primera etapa los notables de las ciudades y pueblos, fuesen los comandantes de las compañías constituidas, pues su autoridad, fue la fuente de cohesión [17].

Juan Luis Obando el gestor de las compañías de Almaguer en 1809, fue un personaje de cierto nivel de fortuna, residente en Popayán, con conexiones con los pueblos al sur, gracias a su actividad de diezmero y por ser propietario de varias haciendas en aquel territorio. Tales antecedentes sociales y económicos, le permitieron conformar una compañía donde varios de los oficiales subalternos posteriormente se desdoblaron después de marzo de 1811 a jefes de partidas guerrilleras realistas como Joaquín Paz del Tambo [18]. Igualmente se inscribe en esta misma lógica don Francisco Gregorio Angulo, propietario de minas en Barbacoas, su hermana Manuela Angulo, se casó a finales del siglo XVIII con el español Francisco Diago, quien fuera el administrador de tabacos de Popayán, éste personaje junto con Obando, formó una red realista de la ciudad que tenía vínculos con varios vecinos prominentes de las parroquias de Timbío, Tambo, Patía, La Sierra, La Horqueta, Mercaderes, entre otros. Para ello contaban con individuos que mantenían comunicaciones constantes entre la ciudad y los poblados en mención, como Pedro Sandoval, Mariano del Basto, los hermanos Sánchez (José Antonio y Joaquín), Antonio Astudillo, Juan Gregorio Sarria, Agustín Cervera, Matías Cajiao y Santiago Calvo. Tales conexiones permitió la formación de varias compañías, las cuales marcharon a la defensa del rey [19].

Por la vía de dichas personalidades se constituyó en la primera etapa de militarización en la gobernación de Popayán. En el distrito de Almaguer para 1813, todas las compañías existentes estaban a la cabeza de un notable y sus oficiales subalternos también poseían cierto valimiento en las localidades. Una compañía estaba dirigida por el teniente Vicente Camilo Fontal, quien posteriormente se destacaría como una de las figuras políticas locales más importantes durante el periodo republicano en la primera mitad del siglo XIX. La compañía en cuestión, de 120 miembros incluyendo a sargentos, alféreces, cabos y soldados, contaba entre los oficiales subalternos como José María Hoyos y Toribio Abella, quienes se destacarían como personas notables en las siguientes décadas, pero vinculados a la red de Fontal [20]. La otra compañía estaba a cargo del capitán Juan Nepomuceno Fuente, con 61 hombres de todas las clases, y al igual que la anterior, Fuente, era un hombre prominente de la localidad de avanzada edad, quien falleció a finales de la década de los veinte, desempeñándose en el periodo republicano temprano como escribano del cabildo [21].

Las otras compañías del distrito de Almaguer eran dos en el Trapiche (hoy Bolívar, Cauca), una en La Cruz, más una compañía volante. Las dos compañías del Trapiche estaba la primera bajo el mando del capitán Eduardo Burbano, el teniente Juan Romualdo López y el subteniente Calixto Bolaños, y la segunda, por el capitán José Joaquín Sánchez y el teniente Francisco Garcés. La unidad armada de la Cruz, estaba a la cabeza del capitán Joaquín López Figueroa, el teniente Antonio Bravo y el subteniente Ramón Ibarra, y la volante, a cargo de Juan Acosta, todos destacados vecinos de donde procedían los cuerpos armados, quienes en las revistas militares de la época les antecede su nombre con el título de don [22]. En Pasto los oficiales y jefes de milicia fueron los miembros más prominentes de la ciudad, algunos de ellos con puesto en el cabildo, como los capitanes Blas de la Villota y Francisco Javier Delgado, el teniente Carlos Nágera y Angulo y los subtenientes Lucas Pedro Soberón y Toribio Rodríguez [23].

Este similar comportamiento se observa en las comunidades indígenas independiente del bando donde operaron, en estas fueron sus mandones o las autoridades del cabildo del pueblo de indios quienes fungieron como intermediarios entre las autoridades realistas o republicanas y los comuneros para incitarlos al reclutamiento; ellos estuvieron frente de estos cuerpos en el campo de batalla. En el caso de la provincia de Pasto y Los Pastos se destacaron Calzón cacique de Gualmatán, Canchalá de Siquitán, Eusebio Rebelo y Mesías Calderón de Cumbal [24]. En Tierradentro el Coronel Calambás, el capitán Guyumes, quienes con el gobernador del Pedregal movilizaron a los indígenas en apoyo de la expedición de Nariño en su marcha a Popayán en 1813 [25].

La segunda vía de reclutamiento, fue por medio de una agresiva propaganda política promovida para estimular el enrolamiento en las unidades armadas, a partir de advertir los riesgos a la población de una invasión francesa y la necesidad imperiosa de someter a los rivales quienes conspiraban contra su majestad [26]. Tales comunicados fueron la moneda corriente usada por ambos bandos, que de la mano de los clérigos se convirtieron en los principales difusores, al señalar los realistas que los franceses eran enemigos acérrimos de la religión cristiana y los prorepublicanos, que el autogobierno no iba en contravía de los preceptos católicos. Un asunto sin duda de capital importancia, en tanto la religiosidad era un elemento central de la vida cotidiana de las sociedades coloniales de América [27].

Durante el periodo, las sacerdotes usaron la biblia como fuente para legitimar sus proyectos y difundirlos en los sermones y arengas que se hicieron en los espacios públicos, ahora abiertos a todo la población en un esfuerzo por “fijar una opinión” frente a la otra [28]. En muchos casos los discursos fueron reforzados a través de las imágenes, como nos han dejado algunas crónicas de la época en la cual las vírgenes y los santos salían en andas al combate con grados militares. Esta práctica interpretada por los contemporáneos como fanatismo e ignorancia, especialmente endilgado para los indios realistas de Pasto, desconoce que dicha tradición tiene sus raíces en la noción de guerra santa de la edad media y que en el proceso de militarización de la sociedad hispanoamericana, las procesiones, el otorgamiento de grados militares y las ofrendas de banderas y estandartes del enemigo a las imágenes sacras fue moneda corriente en ambos bandos [29].

Sin embargo, a pesar de los temores de una movilización popular masiva, algunos grupos tomaron una iniciativa más audaz, en su afán de ganar el mayor número de seguidores, negociaron con ellos, siendo receptivos a sus aspiraciones e intereses políticos, como convocar a los esclavos a unirse a los ejércitos del rey con la promesa de libertad. Como lo hizo el cabildo de Popayán en 1811, que estimuló el alistamiento de varios esclavos de la provincia e incitó la sedición de varias cuadrillas mineras en el Pacífico ya de por si alteradas años antes por los eventos [30]. Además, liberó el estanco de aguardiente, para congraciarse con los sectores urbanos que lo apoyaran en su cruzada contra los “afrancesados” del Valle y Santafé [31].

Lo señalado, cuestiona la interpretación canónica que por largos años ha sido usada para explicar que los hombres comunes y corrientes de baja condición fueran enrolados de manera forzosa en los ejércitos sin tener la más mínima idea por la cual luchaban. O en su defecto, ser las relaciones de patronazgo la piedra angular de la explicación del enrolamiento. En todo caso si bien tales relaciones permiten entender la capacidad de don Juan Luis Obando o Vicente Camilo Fontal para constituir compañías de milicia, no es suficiente para comprender el alistamiento, si éstos no fueron capaces de conceder gratificaciones y premios a su hueste.

Recientes estudios en el contexto latinoamericano han cuestionado la idea mecánica del clientelismo, de una relación entre un patrón cliente de naturaleza asimétrica y vertical. Los nuevos planteamientos de la teoría de redes, sugieren que los vínculos si bien eran jerárquicos, también eran flexibles. Además, la clientela no descansaba necesariamente en un poder material basado en la tierra, sino en la capacidad de un líder de ofrecer incentivos y en solucionar conflictos a sus seguidores gracias a sus conexiones con autoridades de más alto status. Por ello, la movilización popular durante la primera etapa de militarización de la sociedad en gobernación de Popayán, no se debe entender exclusivamente por las redes y la propaganda, que sin duda contribuyeron al proceso, sino también en la capacidad de las autoridades de dar concesiones a los sectores populares para movilizarse a favor del rey y el ofrecimiento e salarios, honores, recompensas e intereses más políticos [32].

En el caso republicano, las fuentes son menos descriptivas. En general las élites estuvieron dispuestas a enrolar a sectores sociales bajos, sin alterar el statu quo. Por ejemplo, el reclutamiento en las ciudades confederadas de 1811, se hizo principalmente en las comarcas rurales que florecieron alrededor de las haciendas, especialmente en el área de Llanogrande. Ahí la influencia de los hacendados fue capital, por los vínculos que de antaño habían mantenido con la población labradora con contratos y formas de trabajo [33]. Pero los republicanos no buscaron alterar el orden social, en 1814, cuando Antonio Nariño ocupó a Popayán, en las disposiciones para la elección de diputados que se debían reunir en Popayán el 20 de febrero de ese año, negó el derecho al voto a las comunidades indígenas, a pesar de haber contado con el apoyo de las de Tierradentro. Una paradoja pues la constitución de Cadiz les había concedido la ciudadanía [34].

Marcela Echeverri y Jairo Gutiérrez Ramos ha identificado como la exención del cobro de tributo y la defensa de las comunidades, fue el acicate para la participación continua de las comunidades indígenas en la provincia de Pasto y los Pastos, a pesar que ésta concesión, afectaba el lugar del cacique en las comunidades, y estimuló conflictos entre estos y los comuneros [35].

Sin duda alguna los triunfos obtenidos por los realistas en el suroccidente que culminaron con la derrota del último ejército republicano en la batalla de la Cuchilla del Tambo en 1816, no se debe exclusivamente a que la región era parte del bloque realista del Pacífico liderado por el Virrey Abascal del Perú, sino también por su capacidad de movilizar a los sectores bajos, al ofrecerles ciertas concesiones, las cuales sus contrarios no estuvieron dispuestos a conceder. Si bien durante el periodo de la restauración (1816-1819), las autoridades virreinales buscaron frenar la alteración del orden social, especialmente en los resguardos y cuadrillas mineras del Pacífico, sin duda los lealistas ganaron la primera etapa del conflicto gracias a su disposición a negociar y conceder ciertas garantías a los sectores populares por las cuales luchar. Fueron más receptivos a los anhelos e intereses de los grupos subalternos: exención de tributos a los indígenas, libertad a los esclavos, abolición del estanco de aguardiente a los sectores pobres urbanos, etc.

Cada uno de estas concesiones explica con sus diversas variantes locales la persistencia de ciertos grupos a favor de su lucha por la corona. Además, la monarquía en los territorios de ultramar no fue solo un ejercicio de dominación y explotación como lo han representado cierta historiografía. También fue capaz de dispensar justicia y reparo, de negociar para mantener el consenso. De esta manera tanto para indios y como esclavos, el Rey gozaba de cierta legitimidad del cual carecían la república [36].

Un ejemplo claro entre militarización y movilización popular fueron las guerrillas patianas en su mayoría de ascendencia afrodescendiente e indígena, movilizadas especialmente a partir de la derrota de Tacón en 1811. Su lucha, sugiere un movimiento por reafirmar sus comunidades que de antaño habían sido reconocidas por la corona y que los republicanos poca garantía daban, más cuando el teniente Eusebio Borrero en una avanzada sobre la región en 1811, quemó el pueblo de San Miguel del Patía. De hecho, las redes, explica las bases de su movilización, para constituir las partidas que operaron entre 1811 y 1816 y posteriormente en 1819 hasta 1822, aproximadamente, pero no sus motivaciones. La tesis de una lucha entre esclavos cimarrones y negros libres contra los esclavistas del valle, es atractiva, pero pasa por alto que varios líderes afros de la región contaban con esclavos. De ahí que el objeto de su lucha se deba buscar más en lo cotidiano, en el proselitismo del clero taconista como los monjes Camilos en Quilcacé, quienes unidos a varias partidas difundieron las órdenes del gobernador de la libertad del estanco de aguardiente, la libertad de los esclavos si servían al rey, entre otras, legitimando la movilización armada. El 30 de agosto de 1811, el republicano Ignacio del Campo informó al coronel José María Cabal, de un asalto y heridas que sufrió un piquete del ejército republicano en el sitio de Mosquera. En las indagaciones se supo que los asaltantes eran miembros de partidas constituidas en su mayoría por afrodescendientes procedentes del Tambo y el Patía, quienes buscaban armas y las pertenecías de los soldados. En la declaración de un testigo del asalto dijo que al identificarlos como caleños, un miembro de la partida los acusó de que: “no quieren creer en el señor Gobernador”, un indicio claro que los asaltantes consideraban que sus actos eran totalmente legítimos en tanto estaban obedeciendo a la legítima autoridad y no una espuria como la junta establecida en Popayán [37].

Es decir, la formación de bandas armadas, así no formaran parte de los ejércitos regulares o milicias, se legitimaba si se hacía contra los enemigos y por ende el robo y el asesinato era legal. Además, fueron legitimados por la presencia de clérigos en sus filas. No olvidemos que entre las partidas que deambularon por el valle del Patía y el Juanambú, estaba la de Fray Andrés Sarmiento, un dominico que durante un tiempo aglutinó a varios líderes patianos como Juan José Caicedo, Joaquín Paz, esclavos de la hacienda Quilcacé y el mulato libre Leandro Santacruz, propietario de una tienda en el barrio el Ejido en Popayán, donde nuevamente se pone en evidencia las relaciones fluidas entre el campo y la ciudad [38].

El caso citado del asalto a un piquete de soldados republicanos por una partida de patianos y tambeños, pone de presente la construcción de identidades propias en tiempos de guerra de amigo-enemigo, constituidas relacionalmente. Para los habitantes del sur de Popayán los caleños eran sinónimo de rebeldes a la autoridad regia. En Popayán en tiempos de ocupación republicana toda persona por el hecho de ser patiana era sospechosa de ser realista y sujeta de ser encarcelada. Además de construirse unas representaciones geográficas en torno al Patía de ser una tierra bárbara, incivilizada, de donde se incubaba la langosta que asolaba de tiempo en tiempo las estancias del altiplano. Una metáfora con la cual se relacionaba a las partidas guerrilleras que operaban en la región y a veces llegaban a las goteras de la ciudad capital [39].

Pero también los sucesos de la época sirvieron para que los sectores populares resignificaran sus prácticas y las llenaran con un contenido de legitimidad. Algunos habitantes robaron ganado y cuando eran descubiertos aseguraron que una “extracción” legal ordenada por el gobierno real para mantener a los ejércitos. Sin duda una pobre justificación, pero que se ajustaba al contexto de la época signado por las exigencias hechas por las autoridades a los dueños de semovientes [40]. También las novedades revolucionarias promovieron un cuestionamiento del orden social en el plano cotidiano. En tiempos normales la deferencia social hacia ciertos sujetos era la conducta regular en la esfera pública, pero durante la ocupación limeña y pastusa de Popayán, los soldados y los hombres del común hicieron varios actos de desavenencia a los notables, como tirarle al suelo la capa o saludarlos de forma descortés. Un claro acto de cuestionamiento social, que en tiempos “normales”, le hubiesen acarreado problemas judiciales, pero ahora donde el poder descansaba en el mosquete, la acción era posible, ante la certeza de no ser juzgados y porque a quienes cuestionaba tenían la mácula de ser considerados traidores del rey de paso cuestionar un orden que posiblemente en la intimidad criticaban [41].

La derrota de la tercera división del ejército español a mediados de 1819 en el altiplano cundiboyacense, promovió en los siguientes meses la ocupación de buena parte del territorio del Nuevo Reino de Granada. En la otrora gobernación de Popayán, éste suceso llevó a la segunda fase de militarización de la sociedad, que se inició en 1819 con las avanzadas del general republicano Manuel Valdés que culminó en 1820 con el desastre de Genoy y las posteriores campañas que en 1822 emprendió Bolívar contra Pasto y la lucha de pacificación contra las guerrillas realistas de aquella región que vinieron a concluir en 1826.

En esta etapa, la instauración de un sistema militar en la región, junto con la presencia de unidades regulares veteranas permitió a los oficiales republicanos desplegar un reclutamiento coercitivo, aupando porque la autoridad civil estuvo supeditada a la militar, por las necesidades de la guerra en el sur del continente [42]. Esto se expresó en la orden de Bolívar de reclutar por ejemplo 2000 esclavos en la gobernación, con la promesa de libertad después de ciertos años de servicio, previa indemnización de sus amos. Esta forma de enrolamiento conservadora, estaba modelada por el temor a una guerra de castas que ya Simón Bolívar había vivido de alguna manera en la capitanía de Venezuela. La idea de vincular a los esclavos al ejército a cambio de su libertad, pero desterritorializandolos al refundirlos en una institución republicana: el ejército, considerada el crisol de la nación, era una manera de aclimatarlos en ese espacio en los valores republicanos [43].

En efecto, el ejército fue un espacio de movilización social de varios miembros de los sectores populares, negros y libres de todos los colores. Los ascensos, las prerrogativas, honores, salarios entre otros, formó parte de este paquete que rápidamente fue identificado por las autoridades republicanas para estimular el cambio de bando a varios líderes de partidas guerrilleras que operaban al sur de Popayán. A partir de 1821 con el arribo de las capitulaciones de Trujillo de 27 y 28 de noviembre de 1820, antiguos partidarios del realismo optaron vincularse a la república ante los cambios de fuerza acaecidos por la caída de Guayaquil, el arribo de tropas patriotas a Lima a la cabeza del general San Martín y la revolución liberal de Riego en España y el ánimo de los liberales peninsulares de negociar con los insurgentes hispanoamericanos. De esta manera se insertaron al nuevo orden y la república consciente de la importancia de tales hombres en cimentar el orden social en sus parroquias de origen, les reconoció sus grados de milicias, honores y prerrogativas, encargándolos del ejercicio de autoridad en sus áreas de influencia. Así, el nuevo orden político, logró alinderar en su grupo a fieros rivales, a quienes transformó en sus representantes en las localidades antes realistas, desde el Timbío hasta el Juanambú [44].

El caso más complejo fue la provincia de Pasto, las capitulaciones acordadas por Simón Bolívar y Basilio García, y refrendadas por el Cabildo y el Obispo después de la incierta batalla de Cariaco en 1822, fueron desconocidas por las comunidades indígenas pasando en esta etapa a líderes de procedencia popular, mestizos, indios y libertos, quienes hicieron una férrea lucha que llegó a comprometer la liberación de la antigua presidencia de Quito. La movilización popular indígena para defender sus territorios y formas de vida, no se puede entender como reaccionaria o conservadora, era la defensa de sus formas de vida comunal la cual les garantizaba privilegios que el republicanismo de los patriotas no garantizaba, y que si lo hacía a su manera incluso las más avanzadas novedades políticas realistas como la constitución gaditana [45].

Pero además la autonomía que estas partidas desplegaron en esos años hasta 1826, demuestra no sólo la iniciativa política de los sectores bajos de la provincia de Pasto, sino que además cuestionó el orden social, al rechazar el mandato de sus notables locales de pactar con las autoridades republicanas y de esta manera desconocer las rígidas jerarquías coloniales. Un ejemplo temprano que va a ser la moneda usual en la centuria decimonónica que el status social no necesariamente correspondía con el político.

La experiencia guerrera, también coadyuvó a la gestación de ciertas formas de autonomía política que gozaron ciertos poblados, las cuales incitaron la movilización de sus gentes como la participación de Palmira y Quilichao en el bando republicano en pos de zafarse de la tutela colonial de Buga y Caloto respectivamente. En otros casos las experiencias corporativas de los poblados, fue atractiva para resistir a los patriotas, en tanto su movimiento fue percibido como una amenaza para los fueros y privilegios de aquellas entidades como los poblados del valle del Patía. En esta misma lógica se inscribe las cuadrillas mineras que se autonomizaron por efecto de la guerra, perdiendo sus amos el control y subordinación de estas. Su lucha, era por defender su libertad de facto y ejercer el control directo de los placeres auríferos para su beneficio [46].

No obstante, durante esta etapa de la militarización persistieron las identidades a pesar que la balanza estaba a favor de los republicanos. En los arrabales de Popayán, en el barrio el Ejido siguió siendo en buena medida un espacio adverso a la República, ahí aún las mujeres preparaban aguardiente al cual le añadían flores de borrachero, con el cual coquetamente ofrecían a los soldados de Colombia. Un asunto que según parece dividió a las chicheras del poblado, pues habían otras que se reconocían como patriotas y afirmaban que en sus locales podían beber sin temor a ser envenenados [47]. Esta práctica que sin duda es una acción política persistió en las siguientes confrontaciones armadas decimonónicas en 1831, se decía que en el barrio el ejido, en ciertas chicherías las mujeres echaban borrachero a la bebida para ofrecérselos al bando enemigo. Un indicio que muestra como los hombres y mujeres comunes y corrientes participaron en el espacio político, a su manera y resignificando sus prácticas que en muchos casos para entenderlas debemos situarlas en el contexto.

Véase también

Referencias

  1. Para una narración de estos eventos: David Fernando Prado, Tensiones en la ciudad, 1808-1822 (Popayán: tesis de pregrado en Historia, Universidad del Cauca, 2008), 43-51; Diego Castrillón, Manuel José Castrillón. Biografía y memorias, vol. 1 (Bogotá, Banco Popular, 1971).
  2. Una síntesis de este proceso véase: Eduardo Riascos Grueso, Procerato caucano (Cali, Imprenta Departamental, 1964), 5-6.
  3. Marcela Echeverri, Indian and slave royalists in the age of revolution. Reform, revolution, and royalism in the northern Andes, 1780-1825 (Cambridge: Cambridge University Press, 2016), 34-37.
  4. Una excelente reflexión sobre como las guerras de independencia transformaron a la sociedad en: Juan Ortiz Escamilla. Guerra y Gobierno. Los pueblos y la independencia de México, 1808-1825, (México: Colegio de México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2014).
  5. David Fernando Prado, Tensiones en la ciudad, 1808-1822, (Popayán, Tesis de Pregrado en Historia, Universidad del Cauca, 2008), 52-54; Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón (Biografía y Memorias), tomo I (Bogotá, Banco Popular, 1971), 45-46.
  6. Jorge Eliécer. El Real Colegio Seminario de Popayán, Physica e Ilustración en el Siglo XVIII. En: Javier Guerrero, Comp., Etnias, Educación y Archivos en la Historia de Colombia (Bogotá: Archivo General de la Nación, Asociación Colombiana de Historiadores, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 1995), 205-213.
  7. David Fernando Prado, Tensiones en la ciudad, 1808-1822, 57-66.
  8. ACC. Fondo Mosquera, N. 48, f. 3r -3v.
  9. Santiago Arroyo y Valencia, “Memoria para la historia …, 490.
  10. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón..., 69-70.
  11. Diego Castrillón Arboleda, Manuel José Castrillón…, 25-28.
  12. La descripción más completa de la guerra de independencia en Pasto: Sergio Elías Ortiz, Agustín Agualongo y su tiempo (Bogotá, Editorial A, B, C, 1958).
  13. Sobre el proceso de conformación de las ciudades confederadas, Diógenes Piedrahita, Apuntes para la Historia de Toro (Cali, Imprenta Departamental, 1939), 113-132.
  14. Tulio Halperin Donghi, Revolución y Guerra. Formación de la elite dirigente en la argentina criolla (Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 1972), 146-162; Historia contemporánea de América latina (Madrid, Alianza Editorial, 6ª reimpresión, 2005), 135-138.
  15. Marisa Davio, Morir por la patria. Participación y militarización de los sectores populares en Tucumán, 1812-1854 (Rosario, Protohistoria Ediciones, 2018), 40-41.
  16. Cuando me refiero a un sistema militar, aludo a una organización con sus cadenas de mando y jerarquías. En el caso de Popayán no existía batallones fijos, ni unidades de milicias al momento de presentarse la crisis imperial. Al respecto en un informe del cabildo de Popayán el 4 de junio de 1808, en el cual se indaga si había en la localidad cierta disciplina y experticia militar, se escribió al respecto: “… Viendo que esto demora adelantamos el de la ciudad, cumpliendo con las prevenciones de V. S., que usan comúnmente el sable, principalmente en las gentes del campo, que lo manejan con destreza por uso que hacen de el en la labor de sus montes, y ocupaciones. Algunos manejan bien la escopeta; aunque esto es limitado, a los aficionados a la casa [sic]. Cuando hubieron [sic] milicias disciplinadas, en esta, entraron bien en el manejo del fusil. Desde las batallas que hubieron, entre los conquistadores, y los indios, no hay memoria de otras en esta jurisdicción. […] La tranquilidad, sumisión, y obediencia, de los moradores de esta Provincia, todo ha contribuido a que jamás, haya visto, la desolación, ni la muerte, ni los horrores de una batalla. La voz de un juez y bastante a contener cualesquier desorden y jamás ha habido la sublevación ni alborozo que llegue a las armas”. Archivo central del Cauca (En adelante ACC.) Libros Capitulares, Tomo 53, 1808, ff. 57r- 57v. Agradezco a David Fernando Prado Valencia en brindarme esta pieza documental.
  17. La palabra seducción en el periodo alude a la capacidad de ciertos hombres para persuadir a otros a enrolarse, en muchos casos a partir del engaño. Este ejercicio sin duda, era obra de la retórica que se desplegaba, pero además al ofrecimiento de ciertas dádivas y recompensas que se podían obtener en el servicio militar. Marisa Davio es una de las autoras que tempranamente ha expresado la terminología y estudiado para el caso del periodo revolucionario en Tucumán: Marisa Davio, Morir por la patria…, 150-159.
  18. Francisco Zuluaga, Guerrilla y sociedad en el Patía. Una relación entre clientelismo político y la insurgencia social (Cali, Universidad del valle, 1993), 76-78.
  19. Diego Castrillón, Biografía y memorias …, 25-28; sobre Gregorio Angulo, Arcesio Aragón, Monografía histórica de la Universidad del Cauca, Tomo 2, (Popayán, Universidad del cauca, 1977), 95; Gustavo Arboleda, Diccionario biográfico y genealógico del antiguo departamento del Cauca, (Bogotá, Biblioteca Horizonte, 1966), 6-7.
  20. Archivo Histórico Nacional del Ecuador, Fondo Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Sobre el trasegar de Vicente Camilo Fontal y la red que construyó: Luis Ervin Prado Arellano, “El letrado parroquial”, El siglo diecinueve colombiano, Isidro Vanegas Ed. (Bogotá, Ediciones Plural, 2017), 119-120.
  21. Archivo Central del Cauca, Archivo Muerto, sin índice, 1823. De ahora en adelante se citará de la siguiente forma: ACC. AM.
  22. AHNE, Popayán, Caja 340, expediente 5, ff. 32. Romualdo López continuó operando a favor del rey a la cabeza de partidas guerrilleras, pero se entregó a la República el 26 de marzo de 1821, otorgándosele el grado de capitán de milicias. Se hallaba entre los hombres notables de su localidad, fungió durante esos años de forma intermitente de comandante de algunas compañías, hasta 1833. En 1834 aparece en la lista de oficiales retirados con el grado de comandante. ACC. AM. 1823, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice; ACC. AM. 1833. Paquete 21, legajo 15; ACC. AM. 1834. Paquete 24, legajo 8, ACC. República C I-23 cp, signatura 2357. Sobre Calixto Bolaños, operó como jefe de partidas guerrilleras hasta 1822, cuando según la tradición Simón Bolívar fijo su cuartel en el Trapiche y se encargó de organizar milicias republicanas desde ese año, para perseguir a los hombres de Agualongo que se adentraban a la jurisdicción de Almaguer, especialmente en San Pablo y La Cruz, en asocio con Juan Gregorio López vecino de Mercaderes. Durante aquella década fue administrador de correos de su parroquia (1824), alcalde parroquial (1828), juez de policía (1829), Administrador de tabacos (1830). Desaparece del registro documental a inicios de los años treinta. Víctor Quintero, Biografía del cura del Trapiche Domingo Belisario Gómez, 1761-1851, (Popayán: Imprenta Departamental, 2010), 26; ACC. AM. 1824, sin índice; ACC. AM. 1828, sin índice; ACC. AM. 1829, sin índice. ACC. República, C II-22, signatura 4775; ACC. República, M I-ad, signatura 1994.
  23. Sergio Elías Ortiz, Agustín Agualongo y su Tiempo…, 256; Gerardo León Guerrero Vinueza, Pasto en la Guerra de independencia, 1809-1824 (Bogotá, Tecnoimpresores, 1994), 30-33.
  24. Jairo Gutiérrez Ramos, Los indios de Pasto contra la república (1809-1834) (Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2007), 199-219.
  25. Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes y guerra absoluta durante los tiempos gaditanos en la provincia de Popayán, Nueva Granada”, Jorge Giraldo Ramírez, Ed. Cádiz y los procesos políticos iberoamericanos (Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2013), 229-233.
  26. Marcela Echeverri, Indian and slave royalists…, 126-127.
  27. De hecho, los clérigos en ambos bandos fueron centrales para estimular el enrolamiento en los ejércitos en contienda. Los monjes regulares del convento de san Francisco de Cali, fueron animadores principales en el reclutamiento y resistencia contra las amenazas del gobernador de Popayán; en Tierradentro el papel desempeñado por el vicario y cura de La Plata Andrés Ordóñez Cifuentes fue capital para la campaña de Nariño en el sur en su tránsito por la región, junto con los clérigos de Lame y Pitayó. Véase: Diógenes Piedrahita, Apuntes para la Historia…, 144-145; Yesenia Pumarada Cruz, “¿Por Dios o por la Patria? Consideraciones acerca de la participación nasa en las primeras guerras civiles colombianas”, en: Yesenia Pumarada Cruz, David Fernando Prado Valencia, Et all, Fragmentos de Historia política y cultural. Colombia siglo XIX y XX (Popayán, Universidad del Cauca, Grupo de Investigación Estado-Nación: organizaciones e Instituciones, 2011), 13-40.
  28. Francois-Xavier Guerra, “Políticas sacadas de las sagradas escrituras. La referencia a la Biblia en el debate político, siglo XVII a XIX”, Élites intelectuales y modelos colectivos. Mundo Ibérico (siglos XVI-XIX) Mónica Quijada y Jesús Bustamante Eds. (Madrid, Consejo Superior de investigaciones científicas, 2002), 155-198; Marta Irurozqui, “El sueño del ciudadano. Sermones y catecismos políticos en Charcas”, Élites intelectuales y modelos…, 219-249. Para el caso neogranadino y como fue utilizado los sermones para dar propaganda al nuevo orden político: Margarita Garrido, “Los sermones patrióticos y el nuevo orden en Colombia, 1819-1820”, Boletín de Historia y Antigüedades Vol. 91, No. 826 (2004), 461-484.
  29. Sobre la idea de guerra santa y su relación con las imágenes: Jean Flori, La Guerra Santa. La formación de la idea de cruzada en el occidente cristiano, (Madrid, Editorial Trotta, Universidad de Granada, 2003), 99-156; en México la movilización popular que estalló en 1811, estuvo fuertemente animada por el culto a Guadalupe: Brian R. Hamnett, Raíces de la insurgencia en México, Historia regional, 1750-1824 (México, Fondo de Cultura Económica, 2010), 37-39. Sobre las ofrendas de banderas y estandartes enemigos, en: Pablo Ortemberg, Rituales de poder en Lima (1735-1828) De la Monarquía a la República (Lima, Fondo Editorial Universidad Católica del Perú, 2ª edición, 2016), 176-190.
  30. Marcela Echeverry, Indian and Slave Royalists…, 140-141; y Arroyo
  31. David Fernando Prado Valencia, Tensiones en la ciudad…, 57, Diego Castrillón, Manuel José Castrillón. Biografía…, 31-32. Los juntistas del Valle en 1811 también optaron por esta medida casi simultáneamente a Popayán, para ganarse la adhesión de los sectores populares. Germán Colmenares, “Castas, patrones de poblamiento y conflictos sociales en las provincias del Cauca, 1810-1830”, La Independencia. Ensayos de Historia Social, Germán Colmenares, et all. (Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1986), 144.
  32. Marisa Davio, Morir por la patria…, 105-130; Raúl Fradkin, Historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826 (Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2006); Ariel de la Fuente, Los hijos de Facundo. Caudillos y montoneras en la provincia de la Rioja durante el proceso de formación del Estado Nacional argentino (1853-1870) (Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007), 131-153.
  33. Como afirma Oscar Almario, el proyecto de las ciudades confederadas del Valle - que llamó uno de sus más conspicuos historiadores Demetrio García, como “criollismo democrático” -, fue “…un proyecto elitista, autonomista y, en esencia esclavista”, Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes…, 229-233.
  34. Oscar Almario, “Constitucionalismo, proyectos divergentes…, 250-251; sobre Nariño: Diógenes Piedrahita, Apuntes para la Historia…, 160-162.
  35. Marcela Echeverri, Indian and slave royalists…, 123-156.
  36. En el caso de Nueva España y la relación mesiánica que tuvo Fernando VII en ciertas guerrillas en: Eric Van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821, (México, Fondo de Cultura Económica, 2006), 800-803.
  37. ACC. Fondo Independencia. JI-SN. Sig. 1769.
  38. Mariano del Campo Larrahondo, Dos cartas. Documento anexo al informe de investigación presentado a Colciencias por: Francisco Zuluaga, Guerrilla y Sociedad en Patía, Una relación entre clientelismo político y la insurgencia social. Universidad del Valle, Departamento de Historia 1988, nota 8. P. 10; sobre Leandro Santacruz, su casa era un centro de reunión de moradores provenientes del sur: ACC. Fondo Independencia. JI- Cr. Sig. 2382.
  39. Sobre esta construcción se ve tempranamente en el primer periódico editado en Popayán: La Aurora, el número 27 de 18 de septiembre de 1814. En este ejemplar se reproduce un diálogo entre dos personajes ficticios uno llamado Misorrey, de Caloto, pro republicano y Filorreal del Patía, prorealista.
  40. ACC. Fondo Independencia. JI-15CR. Sig. 6049.
  41. Francisco Zuluaga, Guerrilla y sociedad…, 95-96.
  42. Clément Thibaud, Repúblicas en Armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y en Venezuela, (Bogotá, Editorial Planeta, IFEA, 2003), 454-468.
  43. Germán Colmenares sostiene que de haberse cumplido cabalmente la orden de Bolívar, de reclutar en la región más de dos mil esclavos, se habría llegado al umbral de la extinción de la esclavitud en la región. Germán Colmenares, “Castas, patrones de poblamiento…, 146-149; Oscar Almario, “Muchos actores, varios proyectos, distintas guerras: la independencia en la Gobernación de Popayán y las provincias del Pacífico, 1809-1824”, “Racialización, etnicidad y ciudadanía en el Pacífico neogranadino, 1780-1830”, La invención del suroccidente colombiano, Tomo II. Independencia, Etnicidad y Estado Nacional entre 1780-1930 (Medellín, Concejo de Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, Corporación Instituto Colombiano de Estudios Estratégicos, 2005), 43-153.
  44. El caso más emblemático fue el de José María Obando y varios de sus lugartenientes que comandaban partidas guerrilleras. Pero posteriormente diversos realistas se presentaron principalmente ante las autoridades de Popayán y juraron fidelidad a la república: Libro de registro de los presentados al gobierno de Colombia y “Presentaciones y registro de los militares del Exercito español que tomaron servicio en Colombia en la marcha que hago a recorrer en el cantón de Popayán en junta del señor General en Jefe”: ACC. AM. Sin índice, 1823:
  45. Jairo Gutiérrez Ramos, Los indios de Pasto contra…, 211-243.
  46. Recientes estudios señalan que las guerras de independencia promovieron el fortalecimiento de los poderes y autonomías locales y con ello la idea de autogobierno local. Por esta razón, la noción de soberanía de la gente del común, fue de una soberanía plural, pactista de la comunidad política. La defensa de la autonomía local se expresó como una combinación de derechos comunales y una noción popular del nacionalismo, a lo que se agregó una visión paternalista del gobierno, el cual debía el más alto nivel ser justo y dar protección a los de abajo. Nils Jacobsen, “La guerra de coalición nacional, 1894-1895: de las guerras civiles de la etapa caudillista a los movimientos de la sociedad civil” Tiempo de guerra. Estado, nación y conflicto armado en el Perú, siglos XVII-XIX, Carmen Mac Evoy, Alejandro Rabinovich Eds. (Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2018), 441-493.
  47. A. C. C. Fondo Independencia. MI-3J Sig. 6874. f. 2v-3v.

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Créditos

  • Luis Ervin Prado Arellano 2023. Profesor titular Departamento de Historia, Universidad del Cauca (Popayán, Cauca). Doctor en Historia Latinoamérica, Universidad Andina Simón Bolívar (Quito, Ecuador), Maestría en Historia, Universidad Industrial de Santander (Bucaramanga, Colombia), Lic. Historia, Universidad del Valle (Cali, Colombia)